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Cuties y relativismo posmoderno

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La polémica saltaba hace algunas semanas con la campaña de lanzamiento de la película Cuties en Netflix. Sobre un cartel en el que podía verse a cuatro niñas hipersexualizadas, la plataforma colocaba la siguiente sinopsis: Amy tiene once años y quiere pertenecer a un grupo de chicas de su edad que bailan sensualmente, entonces empieza a explorar la feminidad y a desafiar a su familia religiosa. El trailer no dejaba lugar a dudas. En pocas horas, el hashtag #NetflixPedofilia llegaba a trending topic en Twitter y una ola de ofendidos reaccionaba acusando de censura a las feministas que denunciábamos la normalización de la pedofilia. Los argumentos, cubiertos del progresismo con olor a naftalina que esgrime cierta izquierda cuando se trata de los derechos de las mujeres, tampoco eran nada nuevo. Algunos se limitaban a llamarnos puritanas, otros iban un poco más allá y se agarraban como a un clavo ardiendo al premio a Mejor Dirección en Sundance para asegurar que, en realidad, la obra era una crítica a la hipersexualización de las niñas que criticábamos antes de haber visto. Era evidente que ellos tampoco.

Mas allá de la consideración que cada uno quiera tenerle a Sundance tras los últimos años, el visionado de la película no era necesario para criticar una campaña publicitaria que utilizaba la erotización de las niñas como cebo de venta. El mismo departamento de marketing que decidió cambiar el título español a Guapis consideró que era una gran idea aprovechar la cultura de la pederastia para conseguir repercusión en un país en el que se denuncia una agresión sexual cada seis horas. Ahora, tras haber visto la obra, también podemos confirmar lo que las imágenes dejaban entrever, Cuties no tiene nada de feminista. Si su directora, la senegalesa Maïmouna Doucouré, tenía la intención de mostrar la hipersexualización de las niñas como una forma de opresión similar a la que la protagonista vive con la religión musulmana, sin duda ha fallado en la ejecución y en la superficialidad del planteamiento teórico.

Cuties cuenta la historia de Amy, una niña senegalesa de once años que se traslada a Francia con su familia cuando su padre, aún en Senegal, les comunica que va a tener una segunda esposa. El film comienza con una reunión religiosa que no deja lugar a dudas sobre la posición de inferioridad de la mujer en la religión musulmana. La secuencia se confronta inmediatamente con la libertad con la que parece vivir Angelica, una niña de la edad de Amy que baila reggaetón en el cuarto de la lavandería. El problema de Cuties no es que Doucouré denuncie la erotización de las niñas con la fascinación de Amy por Angelica y sus amigas bailarinas, sino el retrato idealizado que la directora elabora del proceso. La cámara no es inocente. La película se construye sobre primeros planos embellecedores de los rostros de las niñas haciendo gestos obscenos, luces que resaltan el mito de la ninfa, ropa exageradamente sexualizada para esa edad incluso en la sociedad actual y bailes explícitos a base planos subjetivos de culos y pechos infantiles. No existe el fuera de campo del pudor de la denuncia. Tampoco busca una imagen que revuelva al espectador cuando la premisa es embellecer y colorear cada encuentro de las niñas para confrontarlos con las secuencias oscuras de Amy en su casa. Tras una estructura narrativa irregular y un desarrollo de personajes sin un arco coherente, el final pretende dar un giro condenatorio a la hipersexualización con una secuencia que constituye en sí misma una colección de material para pedófilos.

Y es que, como adelantaba al principio de este artículo, las menciones y premios en festivales no significan nada cuando hablamos de enfoque feminista. La lista de películas misóginas galardonadas es interminable en una industria que sigue retratando el mito machista de la mujer por delante de mujeres reales en el no se nace mujer, se llega a serlo audiovisual. En ese sentido, es interesante comentar que la película también ha pasado por el Festival de Berlín, un certamen que ha decidido unificar los premios a Mejor Actor y Mejor Actriz en una sola categoría, como si esto constituyera una solución igualitaria en sistema en el que los papeles protagonistas y las grandes historias siguen siendo protagonizadas por hombres. Así funciona todo. El relativismo posmoderno parece sustituir a la conciencia de clase en una sociedad que aplaude mientras borra a las mujeres o las diluye en su definición patriarcal. Porque a veces, igual que sucede con Cuties, las buenas intenciones sin un análisis crítico solo empeoran el problema. 

Por Princess Caroline (@ALaLicuadora)

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