1 3000 1 120 http://mujeresenlucha.es 960 0
site-mobile-logo
site-logo

25N

VIOLETA, DIA CONTRA LA VIOLENCIA DE GENERO, FEMINSMO, RADFEM, MUJERES EN LUCHA, MANIFESTACION, VIOLENCIA MACHISTA, FEMINICIDIOS

Vivimos tiempos convulsos. Estamos inmersas en una oleada de patriarcado puro. Hombres matándose entre ellos a ver quién es más poderoso. Escaladas de supremacismo machista que ponen a las mujeres contra las cuerdas. El genocidio palestino, la guerra de Ucrania, los talibanes afganos, la policía de la moral iraní, el auge de las políticas transactivistas, el ascenso de los pensamientos de extrema derecha. Todo esto es un caldo de cultivo para sacar de la ecuación social a las mujeres. Siempre fuimos las víctimas y si durante unos pocos años tuvimos opciones de lucha y empuje social ya se agotaron los tiempos de las mujeres.

Recuerdo un artículo que escribí para esta misma revista el día que el contador de mujeres asesinadas en España llegaba a 1.000. No hace tanto tiempo de aquello. Fue un artículo lleno de dolor, de rabia y de angustia porque la lacra no disminuía. Ahora la estadística ha reventado. Ya no hay quién lo pare. Cada mañana, cada tarde, cada noche. Mujeres de todos los lugares, de todos los colores y de todas las religiones. No se mira quién eres, solo lo que eres. Y eres una mujer. Un ser humano nacido hembra que morirá siéndolo a manos de un desalmado que se pensó tu dueño y como tal, tomó las decisiones de tu vida. Incluso de cuánto debías vivir.

Las mujeres que escribimos en los medios, éste o los demás, solo somos mujeres indignadas. No nos valen los títulos, los cargos ni los parabienes. Estamos haciendo lo que sabemos hacer. Soltar nuestra rabia con las palabras que encontramos para poder expresar todo lo que nos corroe el alma. Nuestro activismo es este. Poner en un papel el sentir de todas.

El 25N no es una reclamación como otras. Es un grito de dolor cubierto de sangre. La sangre de todas las que ya no están y la de las que por desgracia irán faltando en cada jornada. Porque los asesinatos de las mujeres no son cuestiones de estado. No importamos lo suficiente. La sociedad está adormecida por un exceso de información que solo conduce al aniquilamiento de los sentimientos. Las lágrimas de las mujeres se diluyen en mares de ignorancia.

Durante los cuatro últimos años, en este país, las encargadas de hacer algo, aunque fuese poco, han dilapidado el dinero en alabanzas personales, en auto bombo y otras nimiedades, mientras las noticias se teñían de muerte. La Subdelegación del Gobierno mantiene el sesgo de la relación de pareja a la hora de contar feminicidios. Incluso así los números les revientan en las manos. Se supone que están “haciendo algo”. Gabinetes de crisis cuyas decisiones no conducen a nada. La realidad es muy distinta. A las mujeres nos asesinan bajo muchas justificaciones. Todas se pueden englobar en una sola. Somos lo que somos.

Este año, como llevamos haciendo mucho tiempo, volveremos a salir y volveremos a ser víctimas del escarnio. Nadie nos quiere reclamando derechos (nos roban los espacios, las convocatorias y se burlan de nosotras cuando presentan sus carteles conmemorativos utilizando el plural para que el saco se expanda y quepan los que ni son ni serán mujeres) porque sabiendo de antemano que no van a mover un dedo por nosotras, no les agradan las calles llenas de mujeres vestidas de morado y exigiendo lo que sí que es un derecho humano. El derecho a vivir. No a ser como proclaman desde las tribunas públicas. Pedimos el derecho a no ser maltratadas, a no ser golpeadas, violadas, insultadas, ninguneadas, destruidas física y psicológicamente. ¿Qué es más básico que la existencia misma? ¿Qué se hace, cómo se respira sabiendo que tu vida tiene fecha de caducidad y que esa fecha la escribe un hombre con la arrogancia de poder hacerlo?

La violencia machista no es solo matar a una mujer, que ya de por sí es gravísimo. El asesinato es solo la cumbre de una montaña muy alta con una base muy ancha. Imaginad si podéis, el Everest, 8.000 metros de altura. Su base está inmersa en una cordillera abrupta y con infinidad de elevaciones. Pero lo que cuenta para esta metáfora es su base. Eso es lo que hay que dinamitar. Porque el maltrato empieza a los cero metros. Su origen es una palabra, una actitud, una falta de respeto, un juzgado de la moral hacia fuera porque para la propia se es siempre demasiado indulgente. Un concepto de la otra como objeto, como carne con movilidad. Vacía de emociones y sentimientos. Un cubo de la basura donde echar todo aquello que a ellos les estorba. Un volcar sus miedos, resentimientos e inseguridades. Culparla de los problemas propios. Descargar la mala conciencia con menosprecios. Subirse a su espalda para crecer.

Según vamos ascendiendo, la intensidad se acrecienta. Comienzan las discusiones, los golpes en las paredes, las humillaciones en público y en privado, las broncas por nimiedades, los primeros ataques físicos. Puede incluso que las violaciones en el lecho conyugal, los tocamientos indeseados, empujones, azotes y tirones de pelo. Pero la cosa no es solo física, empieza el control. Del móvil, de la ropa, de los amigos, del trabajo, del dinero, del pensamiento. Y como colofón, el aislamiento. La rotura del tejido de apoyo, de las redes de ayuda.

Y poco a poco, la escalada sube y se hace más empinada. Aparecen los moratones, las mentiras al entorno para ocultarlos. Llegan las palizas, los huesos rotos, las mandíbulas sin dientes. Aparece en escena la falta de pudor de actuar al margen de los hijos, se los implica y con ello, el chantaje emocional, sus amenazas directas para someter a la madre. El miedo en los ojos que sustituye al brillo natural de la mirada.

Y un día, casi sin darse cuenta, se alcanza el techo del mundo. Pero se hace tumbada, no pisando erguida. Cubierta de sangre y no porque te hayas lastimado involuntariamente en el ascenso. Sola porque quién te acompañaba o se ha quitado la vida o huye como el cobarde que siempre fue. Y entonces, el aire deja de entrar en los pulmones y la mujer asesinada, se transforma por el arte de la legislación, en un número. Una cifra que engrosa una lista interminable.

Y entonces ya eres libre, ya has dejado atrás los problemas. Pero también has perdido la vida, las ilusiones, las ganas de luchar, de ser la persona que estabas destinada a ser.

Y él, buscará las mil excusas para que una judicatura que se pone de su parte, reduzca su pena con atenuantes. El alcohol, las drogas, la desesperación del paro, la frustración. Tu vida vale ocho años de cárcel, diez o doce a lo sumo, que acabarán en cuatro o cinco. Pedirá perdón, dirá que no lo volverá a hacer. Sin embargo, lo hará. Dependiendo si tiene la oportunidad de volver a tener una pareja. Repetirá comportamientos, actitudes y palabras. Porque no era ella. Son todas. Apelará al amor que le tiene y volverá su poder de destrucción. Nunca se sentirá culpable por ser quién es.  

Las víctimas son muchas. Los victimarios, uno solo. No todos los hombres maltratan, pero todos los que maltratan son hombres. Mujeres, nos vemos en la calle, en nuestras filas hay 93 huecos vacíos.

Por Belén Moreno   @belentejuelas

Puedes ayudarnos con 1 euro al mes para pagar los gastos del mantenimiento web uniéndote a nuestro grupo de Teaming aquí:

https://www.teaming.net/mujeresenluchaprograma-grupo

Artículo previo
LA GRIETA
premios machirulos, machistadas, mujeres en lucha, feminismo, mujeres, machismo, titulares, 2022, fin de año
Artículo siguiente
Premios machirulos 2...