Puede que Sansa Stark sea el personaje femenino con la evolución más evidente en la narrativa de Juego de Tronos. Al principio, Sansa era sólo la hermana insulsa de Arya, la niña malcriada que consideraba que el fin de su existencia era ser hermosa, la elegida para casarse con el apuesto príncipe entre todas las jóvenes del reino. No importaba si para ello tenía que obviar la ligera psicopatía del Joffrey Baratheon o si su traslado a Desembarco del Rey ponía en peligro a la casa Stark. Sansa no caía bien y las comparaciones con su hermana, recitando su lista de la venganza, espada en mano, eran inevitables cuando se desmayaba lánguida contemplando el asesinato de su padre.
Tal y como sucede en la vida real, el mundo decidió culpar a una niña de cumplir con lo que se le había enseñado desde su nacimiento, de no ver el monstruo bajo el ideal del amor romántico, de no ser la Arya guerrera o la Khaleese rompedora de cadenas, sino la princesa delicada para la que la habían preparado. La mayor de las Stark -con la cabeza de su padre ensartada en una lanza en la azotea y secuestrada por los Lannister-, no era una víctima para la audiencia. Ella y la lección que se merecía aprender eran la excusa perfecta para desatar la misoginia interiorizada.
En la temporada 3, la de La boda roja, los espectadores entendimos que era mejor no encariñarnos con ningún personaje -o incluso con ninguna familia- y Sansa entendió que los Stark no le caían bien a George R.R. Martin. Puede que la única alegría que viviera la señora de Invernalia entre su vida en la Corte y la hecatombe con Ramsey Bolton, fuera su amistad con Margaery Tyrell y la protección de Olenna, toda una lección de sororidad. Es evidente que, sin lo que aprendió de ellas e incluso de su archienemiga Cersei Lannister, no hubiera sobrevivido a la traición de Meñique y a las torturas del psicópata oficial de la serie, su nuevo marido, Ramsey.
La violación de Sansa en su noche de bodas posiblemente haya sido la escena más cruel de la serie, el principio de una sucesión de violencia y vejaciones en la que el mundo empatizó con la señora del norte. Sólo tenía que sufrir un calvario extremo para ello. En esta trama, Sansa se ve frecuentemente reducida a un vientre para engendrar un heredero con sangre Stark y amenazada incluso con mutilaciones de las partes de su cuerpo no útiles en este proceso. Afortunadamente, para ese momento, ella ya no es la niña desvalida del principio y a pesar de la violencia sexual y con la amenaza de verse convertida en una vasija desmembrada, la joven Stark resiste hasta el momento de escapar.
Tras derrotar al Bolton con una estrategia ideada por ella en el campo de batalla, vestida de negro como Cersei -la estratega por antonomasia y uno de los modelos claros de Sansa convertida ya en una mujer fuerte- llega la hora de la venganza para Sansa. Si la violencia sexual tiene más de poder que de sexo, echarle a tu marido psicópata a los perros con los que él aniquilaba a sus víctimas debe de tener mucho de terapéutico. Igual que condenar a Lord Baelish a una muerte instantánea, tras haberla vendido a los Bolton y responsable en la sombra del asesinato de su padre. Sansa está preparada para gobernar con mano de hierro y se ha ganado por derecho el Trono que tuvo tan cerca como niña. Y como Juego de Tronos funciona a nivel narrativo como un espejo, es muy probable que sea Sansa la que se siente.
Obviamente, esto no es un spoiler, sólo una teoría, pero en la ficción televisiva todo es simbólico y los roles de los personajes tienden a repetirse o a equipararse con los de sus antepasados. En ese sentido, que Jon Snow, su primo, y Daenerys Targaryen, a la vez tía de Jon, van a engendrar a un bebé de fuego y hielo como sus ancestros, parece casi un hecho. Si Jon muere en la batalla final con los Caminantes blancos, como su padre, y Daenerys de la Tormenta en el parto como Lyanna -lo que sería una injusticia como guerrera- o en la lucha, alguien tendría que cuidar al hijo de ambos como hizo su madre, Catelyn Stark, con Jon Snow. Con Cersei asesinada por su hermano según la profecía que ha guiado la serie -Jaime, que no Tyrion y por la espalda como nueva Reina Loca-, es probable, y casi de justicia, que sea Sansa la que gobierne los Siete Reinos. Habrá que ver quién se queda con los dragones, aunque corren rumores y argumentos narrativos suficientes para pensar que su apreciado Tyrion tuviera sangre Targaryen. Ahí lo dejo.
Por Princess Caroline @ALaLicuadora
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