Si hace 20 años, al cambiar de milenio, sufrimos un apagón imaginario de Internet, ahora padecemos las consecuencias de una sociedad líquida que nos lleva a consumir fastsex. ¿Por qué nos vamos a conformar con una relación sexual de veinte minutos con nuestra pareja cuando podemos llegar al orgasmo en solo dos con nuestro satisfyer? Este acto parece una reivindicación sexual feminista abanderada por las millenials que queremos dejar huella y darnos una alegría. Si en los años 70 fuimos capaces de destrozar la unión entre sexo y reproducción, ¿por qué no ser nosotras las que reclamemos en pleno siglo XXI nuestra sexualidad? Porque los juguetes nos permiten que seamos seres sexuales, que no sexualizados.
Aunque me encanta gritar que la revolución será feminista o no será, en esta rebelión, y en este consolador en concreto, hay algo que me atormenta y me perturba. Yo, millenial y fiel defensora de los juguetes sexuales, no acabo de entender por qué se ha glorificado este aparato. Por un lado, sabemos que la masturbación es un acto natural y sano que aporta grandes beneficios a nuestro cuerpo, pero no debemos sustituir el uso del satisfyer por el de la mano. Como he apuntado, la masturbación, además de ser un momento de placer, es un tiempo autoconocimiento en el que nos desnudamos con nosotras mismas y conquistamos aquello que el machismo nos quitó: una habitación y un momento propio para investigar cualquier zona erógena de nuestro cuerpo. Sin embargo, me pregunto dónde se encuentra la autoexploración en los dos minutos que usamos el satisfyer.
Además de alegrarnos el día con un buen orgasmo, debemos deconstruir el concepto de sexo y acercarnos más al de hacer el amor. Aunque esta expresión nos recuerde al movimiento hippie o a un eufemismo usado por las personas inmersas en una relación vainilla, el sexo va mucho más allá del orgasmo. Las relaciones sexuales están formadas por actos que estimulan los cinco sentidos y, en algunas ocasiones, se culminan en un orgasmo, pero no siempre tiene ni debe ser así.
Por otro lado, no dejo de pensar en que el satisfyer es un regalo que el capitalismo nos concede, a través de las nuevas tecnologías, para que estemos sexualmente satisfechas y no hablamos muy alto. En esta época caracterizada por la ausencia de tiempo y la venta de nuestros datos en Internet, las empresas no han tenido una idea mejor que obsequiarnos con este producto. Ahora todas tenemos la necesidad de comprar un satisfyer y de comprobar cómo nos sentimos teniendo el mayor orgasmo de nuestras vidas. Porque claro, siendo honestas, sale mucho más costoso hablar con nuestra pareja de nuestra vida sexual que gastarnos 30 euros en un sexshop.
Después de haberme parado a reflexionar sobre el juguete, creo que ahora sí somos capaces de aceptar que la masturbación femenina es algo real, pero nos morimos de vergüenza al entablar una conversación sobre sexo con nuestro novio, porque, no nos confundamos, aún vivimos en una sociedad falocentrista.
Por Lucía Marco @luciamarcom
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