Nació un 25 de enero de 1882. El próximo año se cumplirán 140 años de su nacimiento. Así que feliz cumpleaños Sra. Woolf y gracias por tanto; por La señora Dalloway, Orlando, Las olas, Una habitación propia, Al faro o Tres guineas.
Lo que llama la atención, cuando se leen las obras de Virginia Woolf, es la verdad con la que relata, la sinceridad con la que aparecen en sus novelas los pensamientos de los personajes. Como si la autora los dejara fluir, entremezclándolos con la trama. Se puede decir que sus páginas están llenas de estados anímicos que se van enlazando, como las voces en una ópera. Se dice de ella que es la más grande novelista lírica en el idioma inglés. Sus novelas son altamente experimentales: una narrativa que casi se disuelve en la conciencia de los personajes. Un intenso lirismo y virtuosismo estilístico se funden para crear un mundo personal y complejo.
Este tono propio, esa libertad narrativa es su peculiar marca de estilo. Lo que la crítica especializada alaba en ella es su novedosa narrativa que entrelaza dos géneros tan diferentes como prosa y poesía, originando un nuevo estilo, más libre, que rompe con el encorsetamiento de la época victoriana.
Porque si algo caracteriza su obra, es que Woolf introduce el subconsciente y la consciencia como forma de expresión, dentro de la misma novela. Virginia Woolf consigue que los personajes se expresen a través de sus estados de ánimo.
Y es que para Virginia Woolf, esa forma espontánea de narrar es propiciada por la necesidad de compartir lo que acontece en su interior, todo eso que su pensamiento descontrolado emite de forma natural, es una necesidad vital, puesto que ella padeció desde muy joven trastornos psíquicos. Era proclive a la melancolía, pero también sufría de prolongadas etapas de sosiego, de buen humor donde su actividad era frenética. Por eso, hoy en día se ha establecido que posiblemente padeció un trastorno bipolar. Otros sostienen que la muerte de sus seres queridos, el estallido de ambas guerras mundiales, que vivió en su Inglaterra natal con todo lo que ello supuso de terror e inseguridad, pudieron desembocar en esquizofrenia, ya que ella misma escribía en sus notas y diarios que “oía voces” y que esas voces la atormentaban, al punto de decidir suicidarse en 1941, adentrándose en el rio Ouse con su abrigo lleno de piedras.
Sea como fuere, la escritura constituyó su terapia, su catarsis, un surtidor para verter al exterior la ebullición de su mente, dando salida a sus tormentos íntimos.
¿Qué si no, hacen todos los creadores? Los verdaderos artistas, lo que hacen es explicarnos a través de sus obras cómo son y cómo sienten, cómo perciben el mundo o cómo desearían que fuera. Todo en definitiva nos es narrado desde el yo.
Virginia Wolf vivió varios intentos de suicidio, varios internamientos en clínicas de reposo y llevó una vida nada convencional. Devota esposa, amiga incondicional, escritora exigente, mujer que libraba una batalla interior intentando abrirse paso como autora en un mundo que relegaba a las mujeres a un segundo plano intelectual, ante lo que ella se rebelaba. Disfrutó de su bisexualidad y acabó siendo el icono feminista por excelencia de la primera mitad del siglo XX.
Por Ana Bataller (@bataller_ana )
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