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CULPABLE

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En plena crisis del coronavirus y con toda la opinión pública recluida en casa por las indicaciones del Gobierno para evitar mayores contagios, el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, dejó en evidencia a la Audiencia Provincial de Burgos, rebajando las penas de los jugadores de la Arandina a condenas irrisorias y obviando la jurisprudencia anterior que aumentaba las penas por la complicidad para cometer delitos sexuales.

El alto tribunal, estima que la joven de 15 años, es decir menor de edad, era consciente de a qué subió a casa de uno de los jugadores y lo que más llama la atención de la esperpéntica sentencia es que se la considera en igualdad madurativa con tres hombres de 24, 22 y 19 años.

Es decir, según los jueces de Castilla y León, cuatro años (con el más pequeño) no es distancia en cuanto a madurez emocional. Madres de hijos pequeños, en Castilla y León, un niño de tres años y uno de siete son iguales. Una niña de diez y una de catorce son iguales. Si medimos con el resto de acusados, hablamos de siete y nueve años respectivamente. Nada, lo mismito tener una edad que otra.

Una joven de 15 años en este país no puede conducir, no puede fumar (al menos no comprar tabaco), no puede beber alcohol, no puede votar, no puede firmar documentos legales, no puede hacer declaraciones sin uno de sus progenitores delante o un tutor legal, no puede contratar un servicio de telefonía móvil, no puede tener tarjetas de crédito más que vinculadas a las de un adulto, no puede comprar una casa y no puede contratar un seguro médico. Es decir, sus acciones están limitadas en la gran mayoría de los casos por legislaciones que sí reconocen que su minoría de edad es importante.

Pero  sí puede ser forzada sexualmente por tres hombres ya socialmente adultos (por muy lerdos que puedan parecer en el testimonio de un delito) y sin embargo, encontrarse con unos señores jueces que estimen que su comportamiento es igual que el de alguien nueve años mayor.

Las hordas de machistas en las redes sociales se vanagloriaban de la sentencia que condena a una joven a ver que su pueblo, sus gentes y el público en general, la considera un putón verbenero que se tira a quién se le pone delante, porque la intimidación solo es válida si hay un cuchillo rozando su garganta o se la propina la paliza del siglo para conseguir de ella lo que en mente se tiene.

Pongámonos en su posición. Tres tíos, fuertes y deportistas, con un volumen corporal muy distante del suyo que,  la encierran en un piso, rodean su cuerpo mientras le piden que les haga una felación o cualquier otra ilusión sexual. Su mente se bloquea porque sabe que puede pasar cualquier cosa. Está en sus manos. No hay escapatoria. Por su seguridad e integridad, accede.  Sabe que nos están violando pero no puede hacer nada más, solo ceder y que pase lo antes posible. Luego denuncia  y consigue que se reconozcan los hechos. Y pasados unos meses y dos sentencias, la mala, la puta, la floja, la cobarde, la sexualmente extra activa, es ella. Y todo esto con dieciséis años.

No hay maduración para soportar eso. Hay una vida para intentar reconstruir todo lo que ese día se rompió y todo lo que la gente que te rodea ha dicho de ti. No quisiera estar en su piel. Su vida no será fácil nunca más. Los jueces y los acusados se sentirán muy orgullosos de sus logros legales y sexuales. Ella, vivirá con su dolor como millones de mujeres viven con él.  Haga lo que haga un macho violador, en algún momento de la historia de la violación, la MUJER SERÁ CONSIDERADA CULPABLE.

 

Por Belén Moreno  @belentejuelas

 

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