Llevamos décadas advirtiendo y analizando cómo el patriarcado ha calado en la vida de las mujeres. Cómo el brazo elemental de éste, y más en nuestros tiempos, es el neoliberalismo, donde todo se compra y se vende. TODO. Incluidos los sentimientos, sólo hace falta ver los fake news que abundan últimamente en los medios de comunicación.
Por supuesto, también hablamos del consentimiento sexual. Y aún con todos los discursos pedagógicos, aún señalando el peligro que supone este sistema para la clase trabajadora en general, y para la mujer obrera en particular, seguimos cayendo en la falacia de la libertad. El neoliberalismo está absorbiendo hasta tal punto nuestras vidas que parece mentira que estemos debatiendo esto.
Las feministas podemos tener pequeñas disputas, pero creo que, si queremos ser coherentes con nuestro discurso, hay líneas rojas que no debemos pasar. Y la prostitución es una de ellas.
A estas alturas todavía leemos a gente (sobre todo a hombres) hablando de la libertad de las mujeres de elegir ser prostitutas. Jamás les he oído hablar de los derechos laborales de las kellys, o de las mujeres científicas, pero casualmente, aquí defienden a las mujeres que quieren prostituirse.
Pero vayamos por partes: hablar de la libertad de prostituirse y reivindicarlo es como reivindicar tu “derecho” a quedarte sin vacaciones. Hay ciertas cuestiones que por derechos humanos no se pueden permitir, puesto que vivimos en una sociedad con un sistema socioeconómico concreto, donde el poderoso mueve los hilos. Partiendo del ejemplo, ¿qué ocurriría si dejásemos decidir al empresario sobre si darle vacaciones o no a sus trabajadores? Que jamás tendrían derecho al descanso, por mucho que se “pactase”. Hay derechos irrechazables porque sabemos que los que tienen el poder económico y social podrían ejercer sin escrúpulos violencia contra personas en situación de vulnerabilidad.
Lo mismo ocurre con el tema de la prostitución. Si consideramos trabajo la prostitución, se elabora una demanda que las mujeres y mujeres trans más pobres serán obligadas a suplir, y más todavía si son mujeres migrantes.
La gravedad de no ver el problema parte del individualismo, del yo por encima del colectivo. Vivimos en una sociedad, y como tal, las decisiones que tomes no serán puramente tuyas y sin ningún tipo de consecuencia detrás.
Todas y cada una de nosotras somos engranajes en el que cada movimiento que hacemos afectará al resto y más cuando se trata de temas tan delicados como estos.
Las pocas mujeres prostitutas que pueden elegir a sus clientes, son una minoría que suele salir en los medios, para crear en el imaginario colectivo que las prostitutas toman decisiones fácilmente. La persona que escribe este texto ha llegado a ver mujeres prostitutas en Valdemingómez en pleno invierno pidiendo algo que comer.
Tal y como dijo la antropóloga francesa Françoise Héritier “decir que las mujeres tienen derecho a venderse, es ocultar que los hombres tienen derecho a comprarlas» normalizar que una persona tenga el poder de pagar a otra para que las satisfaga sexualmente, ninguneando sus sentimientos o pensamientos, es la cuestión que nos preocupa.
Se nos ha tachado a las abolicionistas de putófobas. No es cierto. Prácticamente todos los asesinatos y agresiones a mujeres prostituidas son cometidas por los puteros, porque ven a la mujer como un objeto al que someter, porque según ellos, para eso pagan. El dinero es la coacción. Si el putero creyese que pudiese conseguir el consentimiento por sí mismo, no pagaría. Lo que queremos las abolicionistas es castigar al cliente y al proxeneta. Señalando a estos y no a las mujeres en situación de priostitución es la manera de que la demanda baje.
Solo hace falta ver la mentalidad que tienen los puteros. Ciertos individuos consideran que, si se abole la prostitución, aumentarán las violaciones, porque “la gente se tiene que desahogar de algún modo”. Esa forma de pensar, de ver a las mujeres como reclamo, y no ser capaces de desahogarse sin hacer daño a nadie (si te quieres desahogar, te haces una paja, así de simple) no es coincidencia. La solución no es legalizar la prostitución en el caso de que aumentasen, si no en una educación para que nadie compre el acceso al cuerpo de nadie ¿De verdad no consideráis peligroso que los puteros piensen que, si no hay prostitución, violarían? (Como si la prostitución no fuese una violación ya de por sí).
La prostitución no debe ser un trabajo por esto mismo. A su vez, si aceptamos un sindicato de prostitutas, aceptamos que existe su patronal: el proxenetismo.
Mucho me temo que, dentro de unos treinta años, quizá menos, empiece a estar bien visto vender tus órganos al mercado negro. La gente hablará de la necesidad económica de venderlos y más de un iluminado dirá “oye ¿y mi derecho a vender mi riñón?” ese individuo casualmente jamás se verá en esa situación.
O actuamos ya, o se nos va a quedar pequeña la palabra distopía.
Por Estíbaliz (@DamadelaLocura)
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