Luces de neón, brillos, descapotables, muchas drogas, musicón y un desierto ambientan la última superproducción de Netflix, Sky Rojo, una historia sobre tres mujeres prostituidas que huyen de un proxeneta. Antes de Sky Rojo, no son pocos los productos audiovisuales que han abordado la realidad de la prostitución oculta tras los discursos de fantasía del lobby proxeneta. Mabel Lozano acaba de ganar el Goya con Biografía del cadáver de una mujer, Evelyn de Isabel de Ocampo, estuvo nominada a los premios de la Academia de Cine en 2013. Como ocurre con los productos independientes de denuncia social -los que exigen reflexión, los que revuelven al espectador en la butaca- estas producciones han tenido un público y un alcance mucho más limitado que la narrativa pulp trepidante de Sky Rojo. Y, precisamente, eso es lo que convierte a Sky Rojo en un hito. Uno tramposo en muchos aspectos, pero un hito, al fin y al cabo. Esto no significa que sea ninguna panacea. Quizá, en muchos aspectos, no esté tan lejos de otros debates recientes sobre el machismo en la televisión. Pero Sky Rojo tiene un mensaje directo y claro, un mensaje que los jóvenes de muchos países van a integrar de la mano de tres superheroínas de cómic: la prostitución no es un trabajo, la prostitución es explotación y feminización de la pobreza.
Vaya por delante que, a pesar del tema que aborda, Sky Rojo no es una serie feminista ni quiere parecerlo. Alex Pina y Esther Martínez construyen -y venden- un producto de su tiempo, entendiendo su tiempo como la sociedad patriarcal-neoliberal en la que se gesta. Su narrativa, un homenaje cañí al Tarantino más excesivo, está tan pornificada como la inmensa mayoría de productos mainstream que se consumen a diario, de un videoclip de trap a La isla de las tentaciones. El problema añadido de Sky Rojo es la incoherencia de un relato que se articula como denuncia de la esclavitud sexual, pero que se deleita -y se lucra- en primeros planos objetificadores y en escenas de dominación. Ojo, que no se trata de que existan estas secuencias que son, en realidad, la clave de la trama y de la violencia contra las mujeres. Se trata del tratamiento embellecido que les dan, de la exaltación visual de lo que se denuncia, de la búsqueda de la imagen que vende para el público que va a consumir su producto. El guion tampoco profundiza en la psicología de sus personajes, que sí hablan de la depresión, del estrés postraumático y de la disociación que sufren las mujeres prostituidas, pero desde la posición de tres guerreras diseñadas sin poder -ni querer- escapar de la mirada masculina que tanto ha analizado Laura Mulvey.
Sin embargo, Sky Rojo sí marca una diferencia. En el mainstream audiovisual en el que las mujeres prostituidas suelen retratarse como alegres, empoderadas y actuando siempre bajo el mito de la libre elección, Sky Rojo traslada al consumo masivo la realidad oscura de una de las formas más salvajes de violencia contra las mujeres. Por poner dos ejemplos muy diferentes y separados en el tiempo, frente a la [terrible] historia de amor de Pretty Woman o al burdel cómico de La que se avecina -cuya propietaria llamaba feminazis a las abolicionistas en la última temporada- Sky Rojo habla sin tapujos de las violaciones repetidas que sufren las mujeres a pocos kilómetros de nuestras casas, de los quince clientes al día, de la lluvia dorada y la sodomía, de tener veinte dedos al día metidos en la boca o de chuparle los pies a hombres que les repugnan por pura necesidad. También habla de los mecanismos de secuestro de estas mujeres: de la deuda que nunca se paga, de la familia amenazada, de la cocaína en todas las mesas, de la exclusión social, de las amenazas físicas y de las mujeres asesinadas. Es un mensaje simplificado, pero bien diseccionado, documentado en fuentes fiables en sus datos, pero trasladado con los códigos hiperbólicos de una sociedad que consume series a granel en un mercado saturado. A pesar de la frivolidad del tono de comedia macarra, Sky Rojo sorprende dando respuesta a los argumentos más manidos del proxenetismo, el del putero majo, el del proxeneta psicólogo, el del putero enamorado, el de que no hay que prohibir la prostitución, hay que prohibir la pobreza.
Está claro que Sky Rojo no constituye ningún tratado abolicionista, pero los cambios en la opinión pública pasan obligatoriamente por esos productos culturales en los que el lobby proxeneta siempre ha salido beneficiado. En los masivos y en la alta cultura, en la que Belle de Jour sigue constituyendo un paradigma de la liberación sexual. Tampoco hay cambios legislativos sin cambios en la opinión pública. En el proceso de construcción de esta, sistémico a más no poder, los medios serios llevan años dándole legitimidad al proxenetismo para decidir quién representa a las mujeres prostituidas en sus artículos y reportajes, esas supuestas prostitutas empoderadas que son, en realidad, regentes de burdeles o profesoras en cursos profesionales que reparten beneficios con la patronal. Ni rastro de las prostitutas de los polígonos, de las secuestradas en clubs, ni de las de los pisos ilegales. Que la crítica a la prostitución, de repente, esté en el número 1 de las series más vistas en Netflix no es algo despreciable. Y que los regulacionistas estén que trinan es el mejor síntoma.
Por Princess Caroline (@ALaLicuadora)
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