Hace unos pocos días, el actual Presidente en funciones de la Generalitat de Catalunya, Pere Aragonés, de ERC, utilizó las palabras “personas que menstrúan” cuando en su discurso se estaba refiriendo a la pobreza menstrual. También hizo alusión a la “diversidad” y el “respeto a todos los cuerpos”. Al señor Aragonés, se le olvidó que no hay que rizar el rizo en el lenguaje y que no existe mejor forma de ser comprendido que utilizar los términos correctos. Las personas que menstrúan son mujeres. Porque solo las mujeres menstrúan. Eso lo sabe cualquiera que vaya al colegio, no hace falta ni que llegue al instituto. Además, lo sabemos todas desde que, entre los 10 y los 13 o 14 años, empezamos a tener que usar compresas, tampones o cualquier otro producto para nuestro sangrado mensual. Y así durante aproximadamente cuarenta años.
El todavía no presidente catalán, en su amplitud de lenguaje inclusivo, no quiso voluntariamente utilizar la palabra mujeres, porque su partido, al igual que otros que por desgracia están formando parte del gobierno, es de los que creen que decir mujeres sin llevar detrás un apellido ficticio, es ofensivo para una ínfima parte de la población del mundo en detrimento de las que a día de hoy somos más de tres mil millones. También son de los que creen que ser mujer es algo cambiante, elegible y modificable por sentimientos personales que dejan fuera toda la realidad biológica, científica, médica y social que conlleva serlo realmente.
El lenguaje es un arma muy poderosa en la sociedad. Y la mentira también. ¿No fue Goebbels, el ministro de propaganda nazi, el que dijo eso de “Miente, miente, miente que algo quedará. Cuánto más grande sea la mentira más gente la creerá”? No seré yo quien compare a nuestros políticos y políticas con un hombre como éste, pero si nuestros líderes siguen utilizando un lenguaje que subliminalmente introduce en las mentes de toda la sociedad el hecho de que ser una MUJER es algo que se elige, como los zapatos o la profesión, de alguna manera la sociedad llegará a pensar que es cierto. O al menos que no es mentira.
Guías para escolares y profesores, modificaciones en la casilla de sexo en formatos oficiales, cambios en las leyes autonómicas sobre la violencia machista, presidentes, ministras, directoras de institutos de la mujer que a golpe de firma se hacen plurales para ser más diversos….todo eso y la machacona insistencia en las redes sociales, obligan sutilmente a las mentes a aceptar atrocidades como que el sexo ya no es una realidad observable, medible, cuantificable, estudiable y contrastable. Es una percepción personal. Un hombre puede quedarse embarazado y una mujer sin útero ni ovarios puede menstruar (aunque sea físicamente imposible que ocurran las dos cosas).
Nuestras políticas y políticos sean propuesto ser tan, tan, tan modernos que sus palabras se vuelven medievales. La iglesia católica, en una de esas reuniones de señores vestidos de morado, se preguntó una vez, hace varios siglos, si las mujeres teníamos alma. Hoy sabemos que ni mujeres ni hombres portamos esos 21 gramos de más que contabilizaba Alejandro González Iñárritu, pero ahora, en un triple mortal hacia atrás, nuestros “partidos de izquierda” se cuestionan nuestra mera existencia y cómo no, utilizando terminologías más propias de la ciencia ficción, nos hacen invisibles.
Hoy, decir la palabra MUJER es desafiar a los estamentos públicos. El empeño de algunos en aprobar la ley trans y lo que conlleva para mujeres y menores, está rayando en lo ridículo, en lo increíble y lo esperpéntico (incluidas las huelgas de hambre de media hora de duración). Pero lo que sí se está consiguiendo es que las mujeres, a las que les ha costado siglos llegar a no ser una piedra más, sean denunciadas por delitos de odio por decir que solo las mujeres podemos dar a luz. Que le pregunten a la parlamentaria noruega. O ver usurpado el lugar de una mujer en una lista electoral, por esa nimiedad de la paridad y la equidad, conseguida con muchísimo esfuerzo, por alguien que hasta hace un ratito se llamaba Jaime y ahora Jimena.
El feminismo, el único que existe, no ese sucedáneo que como la achicoria parece café pero no lo es, lleva denunciando estas usurpaciones, estos neolenguajes y estos cambios institucionales desde que nos dimos cuenta que cada vez era más acusada la intromisión del nuevo machismo. Sino, solo tenemos que comprobar un detalle. Cuando se habla de un transmasculino, suele ser para aparecer en una de las tres pistas del circo mediático, al hablar de “hombres embarazados”. Mientras que si de los que hablamos es de los transfemeninos, siempre es para imponerse en el lugar que debe ocupar una mujer. Ganando premios como empresarias del año o colgándose medallas deportivas aprovechando, para eso sí, una biología masculina.
Cuando el día 8 de marzo, Día de la Mujer (Trabajadora, aunque haya organismos que eliminen esa parte) nuestro presidente del gobierno, agarradito de la mano de ministra, escuchaba embelesado las palabras del discurso institucional de una persona trans, que poco menos que nos culpaba de ser el tiro que mató a Prim, obviando a todas las mujeres del país que llevan décadas dejándose la piel para defender los derechos de todas, empezó la bajada sin frenos. Partidos políticos reclamando a las puertas del Congreso que se institucionalice el borrado jurídico y registral de la categoría sexual dejando para el baúl de los recuerdos las estadísticas tan imprescindibles de la segregación por sexos.
Vivimos en una pandemia y nuestros científicos ya saben que el virus ataca más a las mujeres, pero mata más hombres. ¿Cómo lo saben? ¿Están midiendo estos datos sexualmente hablando? ¿No es esto una incongruencia o un delito de odio para los que quieren eliminar el sexo biológico? Pere Aragonés hablaba de la endometriosis. Si no existe el sexo, porque ser mujer o niña, es algo que está en nuestras mentes ¿quién la padece?
¿Qué se puede esperar de una generación de legisladores que no saben diferenciar entre sexo y género y están contribuyendo con sus palabras y discursos a que la línea sea cada vez más difusa, dando alas a teorías acientíficas que son promovidas directamente por entidades con ingentes cantidades de dinero, que pretenden decirle al 52% de la población que deben cumplir con el prototipo diseñado por ellos? ¿No nos damos cuenta que no hay machismo más efectivo, patriarcado mayor que el que encasilla a los sexos en rígidos cajones? Si nuestras hijas actuales y futuras van a crecer en un mundo donde se les enseñará que o cumplen los cánones establecidos por la sociedad o es que nacieron en un cuerpo equivocado, que tendrán que destruir su salud con medicaciones agresivas y permanentes y tendrán que mutilar su cuerpo para ser aquello que la sociedad les dicta, todo esto con el beneplácito de los poderes públicos, solo nos tendrán a las MUJERES para luchar por ellas y enseñarlas que son lo que son y lo serán siempre. Que los gustos o las aficiones no son más que eso, gustos y aficiones. Que son dueñas de su vida, la vivan como la vivan. Nos tendrán para poder seguir siendo libres. Entonces, para la posmodernidad de purpurina machista ¿no es más fácil adelantarse y eliminarnos de la ecuación?
Por Belén Moreno @belentejuelas
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