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Discapacidad y, ¿derecho al sexo?

Frente a noticias recurrentes en los medios, películas (The sessions, Nacional 7) o documentales (Yes, we fuck) que abogan por tratamientos y servicios, a cargo de la seguridad social incluso, que provean de profesionales o terapeutas sexuales a los discapacitados, el feminismo se declara abiertamente en contra. Y desde luego, sólo se tiene en cuenta a una de las partes, la teóricamente, más débil, que quieren empoderarse a partir de experiencias sexuales, a las que dicen, tener derecho a costa de otros u otras. Su demanda de igualdad pasa por este planteamiento. No hay que renunciar a la sexualidad, y como no se es autosuficiente, se disfraza la demanda de terapia, de interdependencia y se llaman a sí mismos sexualmente divergentes o sexualmente no normativos. Bien, ¿Qué enmascara esto? Lo de siempre, antiguos conceptos vestidos con conceptos posmodernos, más acordes a las tendencias actuales.

En primer lugar, llamar terapeutas sexuales a las mujeres reclutadas para tal fin, es un eufemismo para no reconocer que son mujeres que ofrecen sexo por dinero; es decir, mujeres a las que se va a prostituir.

La diferencia es que previamente a ejercer ese supuesto “trabajo”, han debido ser adiestradas, para, en un alarde de cinismo, interiorizar varias premisas que les permitan desconectarse mentalmente, para actuar como autómatas y poder ejercer sus funciones sin repulsión. Si te tienen  que adiestrar en estos términos, no parece a priori, que el trabajo mueva al entusiasmo.

Cómo en la obra de Vargas Llosa, “Pantaleón y las visitadoras”, en la cual el capitán de un destacamento en el Amazonas tiene la idea de contratar un convoy de prostitutas, para que presten solaz a la tropa aislada en plena selva y  alejada de la civilización, haciendo de estas mujeres unas heroínas pero a la vez unas esclavas. No podemos dejar de establecer el paralelismo entre la novela y la demanda de terapeutas sexuales, sobre todo en el momento de reclutar a estas mujeres, y exponerles la naturaleza de su cometido.

Las personas con discapacidad no tienen derecho a ningún tipo de acceso al cuerpo de las mujeres, para garantizarse la satisfacción sexual. Los hombres, pese a sus dificultades, siguen reproduciendo estereotipos machistas como los hombres sin discapacidad. Porque  lo cierto es que la discapacidad no les hace más sensibles hacia la situación de desigualdad que sufrimos las mujeres en la sociedad. Habrá quien sí, de manera individual, pero si se alzan voces para conseguir instalar esa petición en la agenda de algún partido político es porque les puede más su egoísmo que su complicidad con nosotras. Desde el punto de vista feminista, podemos mostrar la mayor empatía con un colectivo que soporta grandes dificultades y comprender que a veces la vida es difícil y dolorosa para algunas personas. De hecho, es curioso cómo se esfuerzan mucho en esta demanda y menos en exigir políticas de integración efectivas, investigación empresarial y médica para que se progrese en adelantos mecánicos y técnicos que generen autonomía y aumento de sus capacidades. Pero nada les da derecho a disponer de mujeres para paliar sus carencias. 

Suponer que las mujeres deban ganarse un sueldo satisfaciendo supuestas necesidades sexuales ajenas, sin deseo, por el simple hecho de que unas personas sufren discapacidad, es tratar a estas personas, no sólo de discapacitados, es considerarlos no válidos de ser amados, incapacitados para encontrar pareja o reciprocidad o peor aún, castrados fisiológicos, indignos de cualquier acto de amor y de respeto, si tienen que recurrir a comprar el sexo. Es reducirse ellos y reducir a la persona a la cual pagan. Ninguna mujer tendría que pasar por esto. Ningún dinero será capaz de aliviar la mezquina subordinación que implica realizar tales actos.

¿Porqué se piensa que las mujeres, con un poco de entrenamiento deberían estar dispuestas a satisfacer las necesidades de hombres con minusvalías de cualquier tipo? ¿Es que esas mujeres no son dignas de aspirar a unas relaciones plenas, y deben contentarse con ser buenas samaritanas, prestar ayuda a domicilio o alivio compasivo, como si las mujeres tuvieran que ser las auxiliadoras de todas las calamidades de mundo? ¿Porqué deberían ser las perjudicadas de toda esta neo demanda capitalista, donde los deseos de unos pocos con dinero deban verse satisfechos, so pena de discriminación? Estamos como siempre, poniendo a las mujeres al servicio de un neocapitalismo que convierte cualquier aspiración en derecho. Y cualquier colectivo se sube al carro. Lo curioso es que mayoritariamente se demandan mujeres para satisfacer tales deseos. Porque se nos identifica como seres dispuestos a complacer, anteponiendo las demandas ajenas a nuestra voluntad.

¿A qué mente maravillosa se le ocurrió que, otra vez las mujeres, están en el mundo para gratificar a los que de manera natural no pueden ver cumplidas sus aspiraciones sexuales?

¿Por qué deberían ser ellas quienes, deban sufragaran en cuerpo y alma, los hándicaps fisiológicos ajenos?

¿Cómo salen ellas indemnes de la utilización instrumental de su cuerpo por parte de todos estos hombres?

Las mujeres no son socorristas abnegadas y solidarias, que tengan que hacer frente a las demandas de todo colectivo en dificultades.

El feminismo siempre luchará para que las personas con discapacidad tengan los mismos derechos a nivel social, que puedan estudiar y trabajar para ganarse la vida, pero no va a estar dispuesto a validar que se valgan de la discapacidad para utilizar a una mujer, en pos de una discriminación mal entendida y mucho menos apelando a la compasión o a la caridad. La satisfacción sexual, de nadie, ni aún de una persona discapacitada, no conlleva el resarcimiento obligatorio de todos sus deseos.

Hay ya en el mercado instrumentos para estos casos que no implican la participación de terceros o en mucho menor grado. Habrá que descubrir ciertas maneras en las que se podrán satisfacer a sí mismos y facilitar a estas personas las herramientas para el adecuado desarrollo socio-afectivo.

Sin caer en la utilización interesada del cuerpo de las mujeres como objetos sexuales.

Por Ana Bataller (@bataller_ana )

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