Desde que comenzó el debate sobre la Ley Trans que la parte morada del gobierno está empeñada en aprobar, desde el bando de las y los que apoyan incondicionalmente la ley y que no se han molestado en ningún momento en valorar realmente la trascendencia social que puede conllevar, se nos está acusando al otro bando; el de las mujeres que sí que hemos analizado punto por punto la ley y que sí sabemos que va a trastocar muchos aspectos de la sociedad perjudicando seriamente la posición de mujeres y menores; de no aceptar la ley porque somos unas privilegiadas blancas y burguesas.
Vivimos en una época donde por desgracia, las palabras se tergiversan y se llevan al terreno que cada uno quiere entender y defender. Pero las palabras, aunque es cierto que siempre pueden estar sujetas a interpretación, significan lo que significan. Un palo es un palo. Yo, al igual que otras muchas, no soy muy de RAE por motivos que todas conocemos, pero para definir los conceptos que se encierran tras las palabras, nos tenemos que referir a ellos. Un privilegio es una ventaja social, económica, política, legislativa, etc que tiene una persona sobre otra. Es una distinción que define al poseedor como excepcional en un determinado aspecto. Vamos, como el rey, para que nos entendamos. Con estos datos ya todos y todas, nos habremos dado cuenta que privilegio y derecho no son sinónimos. Cuando las mujeres suizas alcanzaron el derecho al voto en 1971 no pensaban que el resto de mujeres del mundo eran privilegiadas por poder votar. Lo que pensaban era que, a ellas, su gobierno les estaba restando un derecho.
En este país, lo que las mujeres hemos logrado no son privilegios que nos hagan especiales en algún ámbito de la sociedad, ni que nos otorguen cualidades distintas a los hombres. Lo que hemos conseguido es que los derechos de ellos lo sean también nuestros.
Vamos a hacer un pequeño repaso a ver si esta afirmación de ser las dueñas del cotarro social se cumple o no. Por ejemplo, tenemos el privilegio de ser violadas. En España se denuncia una violación cada seis horas y en esa estadística no se incluyen todas las que se producen porque muchas no llegan a conocimiento de la policía o la fiscalía. Es un verdadero privilegio que una mujer (o una niña de 14 años) vea como su o sus violadores son tratados como personas con derechos cuando ella es vapuleada en un juicio como si la culpable de su agresión fuese ella. Debe ser un orgullo leer que digan que ibas borracha y te lo mereces, que no ofreciste suficiente resistencia o que se turnen siete hombres para violarte no es intimidante. ¡Qué envidia! ¿Eh? ¿Quién no querría estar en su piel? También dentro de los privilegios sexuales está incluido el de ser prostitutas. ¡Qué maravilla eso de ser penetrada infinitivas veces por hombres desconocidos! ¡Qué suerte la nuestra! De verdad que quién no nos envidie es porque es un cretino. Llegas de otro país, te ponen un trajecito corto, te meten en una casa con otro montón de mujeres o en un club de carretera y hala, a echarle billetes a la mano de un desgraciado. Todo eso con violencia incluida. El chollo, vamos.
También tenemos el privilegio de ser maltratadas, de ser asesinadas a manos de nuestras parejas o ex parejas. De ocupar portadas de la prensa y la televisión diariamente mientras vamos tacita a tacita engrosando la larguísima lista de muertas por violencia machista, hasta llegar al escalofriante número de 1081 mujeres, según la Delegación del Gobierno. ¿Quién no se siente la reina del mambo cuando al llegar tu maridito a casa te deja la cara marcada con un puñetazo para que uses bien de maquillaje y te escondas escapando de él?
Otro de los grandes privilegios de las mujeres es ganar menos dinero por el trabajo que hacemos. Según datos del INE, en este país una mujer gana de media un 21.7% menos que los hombres (datos de 2017) y el descenso de esta brecha es de alrededor de un 0.4% anual Necesitamos unos añitos para equipararnos. Pero no pasa nada, mientras llega el gran día, seguimos siendo las que más trabajos precarios ocupamos, las que más reducimos las jornadas laborales por el cuidado (ese que tanto le gusta a nuestra ministra de Igualdad) y las que antes vamos a alimentar las listas del desempleo. Pero claro, no trabajar o cobrar una basura es lo que todas esperamos. El objetivo número uno de nuestra vida de burguesas. Todas estas cuestiones se reducen en unas pensiones más bajas, pero ¿para qué tener una jubilación digna? ¿Quién dice que eso sea necesario?
Podemos añadir algunos privilegios más como ser fábricas de hijos para los que no pueden, no quieren o no está en su biología, que para eso sí que cuenta la nuestra y no para las estadísticas y registros judiciales; también somos medidas día sí y día no para ver si mantenemos los estándares de belleza corporal que nos exige esta sociedad, que nos compara con los varones siendo ellos siempre guapos, sexys, bellos y deseables tengan la edad que tengan; otro privilegio de los importantes es ser medicadas con antidepresivos y ansiolíticos porque como dice una directora muy famosa, hay patologías psíquicas de mujeres, aunque se demuestre que atiborrarnos a pastillas es solo el reflejo de una sanidad injusta que no quiere mirar por qué una mujer está agotada física y psicológicamente; uno de los buenos, es la nula investigación de nuestros problemas sanitarios porque los hombres ya sabemos todas, que sufren por encima de sus posibilidades y la medicina ha de volcarse en ellos. O el de pasarte la vida corriendo para llegar a todo porque para eso eres una mujer (en muchos casos con los hijos colgando de un hombro mientras en el otro llevas la compra) y aunque no lo has pedido, la sociedad generosa, te otorga el privilegio de ser la que se ocupa hasta en un 80% de las tareas domésticas. Pero eso sí, con lavadora.
El etc puede ser tan largo como mi brazo, siempre hablando de un país desarrollado así qué, si nos metemos en la piel de las mujeres de otros países con menos recursos económicos, no habría palabras para describirlos. El privilegio de que te vendan con 11 o 12 años a un señor que te triplica la edad y que en la primera noche te destrozará por dentro al ir a consumar la boda en la que no has parado de llorar llamando a tu madre; el siempre ansiado y deseado privilegio de que te mutilen el clítoris (sí, que existe, que no es invención nuestra) para que carezcas de deseo sexual y no vayas por ahí tirándote a pelé melé y el rabo de la escoba. Que eso solo lo hacen los machitos, nosotras no. O que te embutan la cabeza debajo de un pañuelo, sin derecho casi a respirar y a que tus obligaciones las determinen los hombres de tu vida, es enseñarte que lo has decidido voluntariamente. Si no que se lo pregunten a las mujeres posmos de occidente que son su pelo al viento y su cara descubierta (la mascarilla es provisional), ellas saben mucho de tu vida debajo de un infierno de tela. Y así hasta el infinito y más allá.
Queridas todas y todos, como habréis visto ser una mujer (real, de esas de carne y hueso) es el sumun de la escala social. Vamos que si no hubiéramos tenido la suerte de nacer mujeres (porque a nosotras casualmente no nos asignaron el sexo, lo traíamos de serie) correríamos a registros y juzgados para que nos dieran el carnet de mujer y nos lanzasen al mundo a disfrutar de los privilegios que las sociedades tienen destinados para la mitad de la población del mundo. Todas gastamos nuestro tiempo en nimiedades como luchar por vivir lo más dignamente que podemos porque nos aburrimos de una vida tan selecta.
Y esto señoras y señores nos pasa precisamente por ser mujeres. Porque nuestro sexo es una condición natural pero el precio que pagamos por ello, es algo que viene con el género, ese que ahora, puede manipular cualquiera con solo sentirlo.
Por Belén Moreno @belentejuelas
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