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Repensar desde la autocrítica; erradicar desde la responsabilidad

Mi nombre es Amanda, tengo 25 años y estudio Promoción de la Igualdad de Género en el IES Al-Qázeres. No suelo escribir en prensa, así que no creo que os suene mucho mi voz. Hace unos días, una de nuestras profesoras, nos pedía que escribiésemos un artículo sobre prevención de la violencia de género. No sabía muy bien cómo enfocarlo. Estaba y estoy un poco harta de ver siempre el mismo discurso, con casi las mismas palabras, que resuena en la prensa a través de distintas voces feministas. No se trata de estar de acuerdo o no con ellas, pero no quería invertir tiempo en escribir el mismo artículo que podemos leer en cualquier sitio.

Con esa idea en la cabeza, me fui a tomar un café con mis amigas. Las tensiones de la semana se fueron soltando y, tras ponernos un poco al día, comenzamos a hacer lo que más nos gusta: quejarnos.

Quejarnos, para nosotras, al final no es más que una forma de resistencia cotidiana con la que poner en orden nuestros planteamientos. No nos sirve la queja por queja, nos esforzamos en encontrar soluciones. Sin embargo, para las cuestiones que Marta, Jara y yo planteamos esa noche, ninguna de las tres tenía respuesta.

Fue al llegar a casa cuando se me encendió la bombilla. Es por eso que en este artículo trataré de poner encima de la mesa (del bar, del aula, de la sede y de casa) ciertos debates, cuestiones o planteamientos que se salen un poco de la línea oficial de discurso.

Coge un café, siéntate bien (¡esa espalda!) y comencemos esta suerte de intento de diálogo estructurado.

Cuando hablamos de feminismo, más aún cuando hablamos de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género (LO 1/2004) pasan dos cosas muy curiosas que no pasan cuando hablamos de cualquier otra ley. Parece que es una legislación que interesa a todo el mundo y, por supuesto, todo el mundo cree saber mejor que nadie de qué va el tema.

¿VÍCTIMAS, CULPABLES?

Cuando hablamos de violencia de género ¿de quién hablamos? ¿Hablamos más de las víctimas, o de los agresores? ¿Hablamos de los agresores como culpables? ¿Hablamos de las víctimas como personas bien indefensas, bien malvadas? ¿Hablamos de la responsabilidad social para prevenir y erradicar esta lacra?

La violencia de género es como el Guadiana, aparece y desaparece en televisión según los intereses de la agenda político-periodística.

A veces da la sensación de que las mujeres estamos para rellenar huecos. Cuando no hay nada más importante de lo que hablar, nos bombardean con noticias sobre mujeres asesinadas. Aunque claro, la prensa afirma que, simplemente, han muerto (¿acaso se han desvanecido de un día a otro sin causa aparente?).

Nos hablan de los nombres de las asesinadas, de su edad, de sus hijos, de su familia, de su barrio. Vemos a sus padres, a sus hijos, a sus vecinos, llorando a lágrima viva, asegurando no haber escuchado nunca nada. Nos muestran el dolor, un dolor tan real, tan desgarrador, tan vacío de vida que, lejos de concienciarnos sobre la gravedad del problema, nos aterroriza tanto, que nos aleja de la decisión de tomar partido. Es un lugar tan oscuro, que no queremos entrar ni para aportar un poco de luz.

Cuando hablamos de violencia de género, es esto de lo que hablamos: de personas que sufren y personas que hacen sufrir (obviamente, desde este punto se obvia el problema estructural que supone el caldo de cultivo de la violencia de género). Eso sí, ante todo, hablamos de las mujeres, de las víctimas; no de los agresores. De los agresores no sabemos sus nombres, sus caras, sus relaciones sentimentales anteriores o posteriores. Queda en segundo plano. A quien se pone, de nuevo, frente a la palestra es a la mujer.

Está claro que a los medios y a la sociedad en general, le interesa mostrar un prototipo de víctima de violencia de género. Dependiendo del ala política en la que nos situemos, esta imagen prototipada y prejuiciosa de la mujer que sufre violencia de género cambia. Nos movemos entre dos polos que actúan como compartimentos estancos: la mujer indefensa o la mujer malvada. Sea lo que sea lo que la sociedad y sus defensores entiendan como una mujer malvada o una mujer santa, quizás que se ajuste o no a lo que el patriarcado espera de nosotras. La dicotomía tradicional patriarcal que nos divide a las mujeres entre putas y santas (perdonen ustedes mis formas, pero me crie escuchando a Sabina).

Las mujeres víctimas de violencia de género no son malvadas, casi nunca lo son, pero pueden serlo y no por ello se merecen lo que les ocurre o son culpables de dicho sufrimiento; pero, estas mujeres tampoco son santas, ni se encuentran bajo una total indefensión.

Precisamente, alentando este discurso de mujer víctima como una persona desvalida, pasiva, que no tiene ninguna opción de salir de ese infierno por ella misma, estamos promoviendo y afianzando la sensación de indefensión aprendida que su maltratador ejerce sobre ella. (¿No nos hace acaso eso cómplices en cierto modo?). Por qué no hablamos también de la responsabilidad social e individual que tenemos cada uno a la hora de solucionar este problema. Cada uno desde su punto, cada uno desde sus espacios y sus posiciones. Pero cooperando por un objetivo común, como un engranaje perfecto, hacia la erradicación de la violencia de género.

Precisamente por esto, y aquí hablo de mi gremio, no podemos seguir lanzando campañas en las que sólo la protagonista es la mujer y esta es una mujer madura de unos 50 años despeinada y con un ojo morado. Esa no es la imagen real de la violencia de género, como promotoras de igualdad, como profesionales, como activistas, no podemos promover una imagen de estas mujeres que es falsa y perjudicial. Mucho menos tenemos que dejar sobre estas mujeres la responsabilidad y la celeridad respecto a la denuncia. Esto es responsabilidad de todos, pero no podemos culpar a la víctima por no denunciar aún, por no haberlo hecho antes, por no darse cuenta o por darse cuenta demasiado tarde. No es ella sobre quien tenemos que dirigir nuestro dedo de señalar.

¿VICTIMIZACIÓN, PUNITIVISMO? ¿CASTIGAR ES EDUCAR?

Esta idea de extrema indefensión nos hace caer en un error de perspectiva: la victimización; y, con ella, el punitivismo.

Desde esta perspectiva, la víctima es doblemente victimizada, primero: por haber vivido esta situación de violencia; después, por la metodología procesal con la que se lleva a cabo la denuncia y el juicio.

El proceso judicial manifiesta grandes lagunas que, al parecer muy pequeñas, suponen más una suerte de acuífero que amenaza con derrumbarse. Las mujeres que denuncian delitos de violencia de género, se enfrentan, primero a todas las dudas y la falta de apoyo de la sociedad, a las campañas publicitarias que la señalan desde las marquesinas de cada calle por la que pasan, desde cada espacio televisivo y, cuando decide denunciar, se encuentra con un sistema de protección y acompañamiento deficiente.

A pesar de los múltiples protocolos de violencia de género de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, las comisarías siguen estando repletas de profesionales sin formación en perspectiva de género. La mayoría de pueblos no cuentan en las comisarías y cuarteles con ninguna clase de unidad de violencia de género. Debemos ofrecer la mayor y mejor ayuda a esas mujeres (como a cualquier víctima de cualquier delito, pero en estos delitos la policía sí está especializada en su contexto) y, sin embargo, la primera mano con la que se encuentran en este proceso se muestra temblorosa.

Es por ello que debemos esforzarnos en que todo el proceso de denuncia sea eficaz, eficiente y de calidad; para así, iniciar campañas de concienciación en las que el grueso de la población sea consciente y partícipe de este proceso de protección y acompañamiento.

En este proceso, la denunciante navega entre dos mares, la victimización y la culpabilización; y hay tormenta. La culpabilización nos lleva a la pasividad, los delitos de violencia de género son los únicos en los que se presupone de manera tajante que la denunciante está mintiendo y, además, lo hace con maldad. Pero me parece más grave el problema de la incapacitación, que es donde realmente fallamos nosotros. Quizás, si protegemos demasiado a la víctima quizás estaremos coartando su capacidad de resiliencia. Esto no es en absoluto una invitación a desentendernos de la problemática, sino a que, dentro del conflicto, cada cual se sitúe en la posición que le pertenece y actúe desde ahí, sin invadir la posición de otros ni retraerse en su responsabilidad.

Precisamente, por sostener y acompañar en ese camino de la resiliencia, hemos de promover la necesidad de empoderamiento de estas mujeres. No son bebés, son personas, en su mayoría adultas, más vulnerables, sí; pero no por ello hemos de incapacitarlas ejerciendo de sombra constante que remueve cada mínimo obstáculo del camino. La víctima andará por ese camino para avanzar en la reconstrucción de su vida.

Es obvio que la denunciante habrá de pasar por momentos duros, desagradables, pero el juicio ha de ser justo para ambas partes. Sin embargo, como sugeríamos antes, el proceso por el que pasa la denunciante, no es para nada óptimo. Se trata de que se juzgue un presunto delito, no de juzgar a la denunciante.

Por otro lado, si continuamos reincidiendo en la victimización, no podremos dejar de caer en su mejor amigo, el punitivismo. El punitivismo, al final, no es más que la expresión más firme de la filosofía del castigo (Alf Ross, Foucoult, Kant, Schopenhauer, Hegel, Heidegger, etc.), es decir, tomar el castigo como solución a la injusticia.

Tendemos a pensar que cuanto más dura es la pena más eficaz es, por un lado, porque se supone que previene a través de la amenaza de la misma y, por otro, porque el injusto es castigado. Sin embargo, a veces perdemos de vista que, como señala Foucoult, el castigo no es más que una manifestación de poder ¿Quién castiga? ¿Por qué castiga? ¿Cómo castiga?

Castigan los jueces en base a una ley que emana del Gobierno, elegido democráticamente por la sociedad que engendra el Estado. Es decir, castigamos nosotros y, sobre todo, también castigamos nosotras. Si repudiamos el rastro patriarcal del sistema judicial, si reprobamos gran parte de las leyes que aprueban esos gobiernos con los que decimos no sentirnos representadas, si ansiamos reformular el sistema democrático, si nos abominan los pilares sobre los que está construido este estado ¿Por qué proponemos la misma solución, la misma imposición de poder? ¿Por qué postergamos los esfuerzos por la reinserción de aquellos condenados por estos delitos? El maltratador cumplirá pena en el mejor de los casos y saldrá a una sociedad que rechaza su conducta, no podemos dejar la más mínima posibilidad para la reincidencia y esto, conlleva trabajo.

Si castigamos desde la venganza, desde el golpe en la mesa, estas personas, cumplirán condena y volverán a reincidir, cada vez con más virulencia. Yo no apoyo la pena de muerte, por lo que mi propuesta en este caso es aumentar los esfuerzos por crear proyectos y estrategias de reinserción para los agresores. De hecho, los pocos proyectos que se han llevado a cabo han mostrado grandes y fructíferos resultados.

LA SAL DE TODA MESA, LAS DENUNCIAS FALSAS.

Yobana Carril, ha asegurado en numerosas ocasiones que existe un pacto tácito en la Fiscalía por el cual, supuestamente, no se perseguirían con tanto rigor las denuncias falsas respecto a delitos de violencia de género por miedo a que las víctimas reales no denuncien.

La violencia de género es el único delito, como decíamos, en el que se suele señalar antes a quien denuncia que a quien acusan. Es el único delito en el que se señala más el número de denuncias falsas que el número de condenas.

Para empezar, no es lo mismo archivo de la causa, sobreseimiento y denuncia falsa, algo que socialmente se iguala en la categoría de denuncia falsa. Del mismo modo, cuando una mujer retira una denuncia por violencia de género, el primero impulso, es juzgar que era una denuncia falsa. En muchas ocasiones, las mujeres retiran la denuncia por miedo, por problemas económicos, por lo que supone el proceso de victimización y revictimización del que hemos hablado.

Precisamente, quienes más sacan a relucir las denuncias falsas, son aquellos que defienden la presunción de inocencia, muchas veces habiendo sido condenado el agresor, negándole precisamente eso a la denunciante, que en ningún caso está siendo investigada por ningún delito.

En cualquier caso, de existir dicho pacto, este no nos conviene en absoluto. Nos conviene la transparencia porque con la realidad nos basta para ilustrar la gravedad del problema de la violencia de género y esta realidad es que casi el 60% de las mujeres asesinadas no habían denunciado previamente.

PERO ¿POR QUÉ LA MUJER SIEMPRE SE QUEDA CON TODO?

La Ley 30/1981, de 7 de julio o Ley de Divorcio (la segunda ley al respecto tras la derogación de la Ley de Divorcio de 1932) con su modificación en la Ley 15/2005, de 8 de julio trajo consigo un gran progreso en muchos ámbitos, sin embargo, quedaron muchos claroscuros, la mayoría de ellos en torno a la custodia y la pensión a la infancia.

La mayor crítica que se hace de los procedimientos de asignación de custodia en procesos de divorcio es que “la mujer se queda con los niños y con todo”, los sectores más machistas identifican este hecho como un triunfo del feminismo y, lo que es peor, desde algunos sectores del feminismo, también se identifica como tal. Pero, ¿no es esto mismo un reflejo de la idea patriarcal que identifica a la mujer únicamente como madre, que deja recaer sobre ella todo el trabajo reproductivo que supone la crianza de los hijos? ¿No son los hijos responsabilidad de ambos? Si, por defecto, otorgamos la custodia monoparental a las mujeres, estamos obstaculizando aún más la posibilidad de desarrollo personal, autonomía y conciliación de las mismas.

Otro gran problema es el impago de las pensiones, para el que la ley no aporta soluciones y que supone uno de los problemas que más agravan la situación precaria de las mujeres. Curiosamente, cuando la custodia es compartida se dan menos casos de impago de las pensiones.

Quizá por ello debamos confiar más en la mediación, vedada legalmente en asuntos de violencia sobre la mujer, en lugar de entender a las mujeres como seres desvalidos, en continua inferioridad y que deben ser salvados de cualquier rasguño o dificultad.

ENTONCES… LA LEY DE VIOLENCIA DE GÉNERO ¿NO SIRVE PARA NADA?

El primer error que observamos dentro de la Ley 1/2004 de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género (VIOGEN) es su aplicación, esta sólo se limita al ámbito familiar de la pareja/ ex pareja, extendiéndose a los menores; sin embargo, no se aplica a las prostitutas, ni a las mujeres a las que los agresores desconocen o no mantenían relación sentimental con ellas, a los familiares de sus parejas que muchas veces son agredidos y hasta asesinados ¿Qué pasa con todas estas personas?

Otro error es su planteamiento diagnóstico, no podemos incurrir en el error de afirmar que la dominación masculina es el único factor desencadenante de la violencia de género. No podemos apartar la mirada del caldo de cultivo que suponen nuestras relaciones sociales, de la magnitud de lo que se constituye como un problema estructural.

Quizá por ello debamos empezar a hablar más de violencias machistas, en lugar de violencia de género y ser conscientes de que no basta con un cambio legislativo, es necesario un gran cambio social y la ley ha de nacer y renovarse con estos cambios.

Estas son las preguntas que mis amigas y yo nos hicimos un viernes noche en la Ciudad Monumental de Cáceres en plena pandemia y estas son algunas de las conclusiones a las que llegué y otras tantas cuestiones que creo que necesitan solución.

Esta solución no puedo ni debo darla yo sola, tampoco mis amigas, hemos de darla el conjunto de la sociedad. Partimos de concepciones distintas de entender el feminismo y la situación de las mujeres y eso no nos perjudica si se gestiona de la forma adecuada; nos enriquece, nos nutre, nos hace crecer y avanzar hacia la prevención y erradicación de la violencia de género.

No basta con prevenir la violencia de género, hemos de prevenirla bien. Para prevenir bien, tenemos que sentarnos, repensar y hablar. Esa es nuestra responsabilidad como sociedad y la mía y la de mis compañeras como técnicas de promoción de igualdad de género.

 

Por Amanda Toro ( @underdog_sh )

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