La toma de la (ex) sede de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en la Ciudad de México continúa, liderada por la colectiva Bloque Negro. Las feministas la han rebautizado. Ahora es la Casa Refugio Ni Una Menos, un establecimiento que se aspira sea reconocido como un refugio para mujeres víctimas de violencia machista. La carga simbólica de ese acto es contundente: el mismo organismo que ha fallado deliberadamente en combatir y atender casos de abusos, desapariciones y feminicidios es convertido en un espacio de atención efectiva a las víctimas por él desatendidas.
Como cuenta Keith, compañera de la Colectiva Asteria, en México y en toda América Latina los casos de violaciones a los derechos humanos (muchísimos de ellos perpetrados por las fuerzas armadas y policiales del Estado) son una constante. Los organismos como la CNDH, mientras tanto, se constituyen como “una pantalla para decir algo estamos haciendo”.
Desde el principio, cuenta Keith, las colectivas comenzaron a moverse, ya sea llevando a cabo tomas simbólicas en sus propios Estados o recaudando fondos y víveres para colaborar con aquellas que se encuentran sosteniendo la toma en la capital. Una manera que tienen de ponerse en contacto desde diversos puntos del país es a través de la Red Nacional Feminista, que nuclea alrededor de una decena de organizaciones feministas de distintos puntos de México y funciona, además, como vía para impulsar la campaña por el derecho a decidir (es decir, la campaña por la legalización del aborto libre, seguro y gratuito).
Habiendo pasado dos semanas de la ocupación de la CNDH en la capital mexicana, la rebeldía de las mujeres, lejos de silenciarse, continúa esparciéndose.
Las colectivas feministas que encabezan las protestas tienen muy en claro cuál es la raíz de esa violencia cuyos frutos son los once femicidios diarios: el 15 de septiembre, en el Estado mexicano de Quintana Roo, las mujeres realizaron una toma simbólica de las instalaciones de la CNDH, donde ahora las paredes hablan: “¿Dónde están mis hermanas?”, “¿Cómo va el caso Lydia Cacho?”, “¿Quién controla a la fiscalía?”.
Otra toma simbólica ese mismo día en Tlaxcala exhibió carteles con denuncias como “98% de impunidad en femicidios”, “Gobierno de Tlaxcala, deja de encubrir proxenetas”, “Tlaxcala cuna de proxenetas” y en una pared una pregunta que bien podría estar dirigida al ciudadano promedio, a los medios de comunicación o al mismísimo presidente, teniendo en cuenta sus declaraciones recientes: “¿Te importa más tu pared?”.
El 16 de septiembre se conmemoró el día de la independencia mexicana. La postura de las mujeres organizadas es contundente: “No voy a respetar a un país que no me respeta a mí”, reza el cartel de una joven con la cara cubierta, parada delante de una enorme bandera mexicana en la que el color rojo ha sido reemplazado por el violeta.
La negativa a celebrar una historia nacional escrita por hombres y la resistencia a reivindicar con festejos la independencia de un país construido sobre la sangre de miles de mujeres al año, fue sintetizada también por la colectiva veracruzana Las Brujas del Mar:
“Nosotras no queremos que viva México, queremos que vivan las mujeres (…) queremos que vivan nuestras hermanas, a las que ese Estado que está de fiesta les debe justicia. Queremos que vivan nuestras compañeras, esas que ponen el cuerpo pidiendo que esto pare, queremos que vivan libres y que llegue el día en que ya no tengamos que salir a las calles. Queremos que vivan las madres, seguras de que llegaremos a casa. Queremos que vivan nuestras hijas, caminando por las calles sin miedo”.
El espacio Jacarandas Rebeldes, por su parte, enumera los motivos por los que no hay nada que celebrar: porque en México asesinan once mujeres al día; porque “no hay castigo ni sanción hacia abusadores, acosadores, feminicidas y violadores”; por la indiferencia del sistema jurídico y los representantes estatales; “porque al día 34 niñas en México son embarazadas en hechos de violencia sexual”; “porque a este país le importan más las estatuas y pinturas, que las vidas de las mujeres”; “porque cuando protestamos y exigimos justicia, nos violentan, reprimen, desaparecen”; porque cada año miles de mujeres mexicanas son violadas, al punto tal que “tan sólo en 2018, 40.303 mujeres en México sufrieron una violación”.
A propósito del tratamiento mediático y oficial que se hizo de los hechos, una constante es la demonización y la criminalización de las mujeres que protestan. “Aquí la gente de historia no quiere saber”, dice Keith. Porque, ya que estamos con las celebraciones por la Independencia, es preciso recordar que ese tipo de conquistas sociales no se lograron diciendo “ay, por favor”, cosa que parecen olvidar quienes festejan a viva voz y con orgullo el 16 de septiembre al mismo tiempo que condenan y acusan de “conservadoras” a las mujeres que deben pedir a gritos y pintadas que dejen de asesinarlas.
¿Qué importan los bombos y los platillos de un nacionalismo hipócrita cuando suenan ineludiblemente más alto los gritos por las asesinadas, las abusadas, las desaparecidas? ¿Cuánta legitimidad real puede tener una historia de cuya escritura se ha excluido deliberadamente a la mitad de la población participante, borrándola de sus páginas y conmemoraciones? ¿Qué respeto le debemos a un Estado y unas autoridades que niegan existencia justa y pacífica a las mujeres? Son preguntas que nos inspiran nuestras hermanas mexicanas y que rigen, también, para todas nosotras, en todas partes del mundo.
Del mismo modo, lo que está pasando en el país latinoamericano debería representar un llamado de atención y una invitación a despertar. La acción de las mujeres mexicanas no fue tanto una respuesta puntual y concreta a aquella reunión insatisfactoria con los funcionarios de la CNDH como, en verdad, el resultado de una sociedad profundamente misógina, organizada desde su raíz sobre el sometimiento, la violación, la deshumanización y la sangre de las mujeres. La acción de las mujeres mexicanas es una bofetada al patriarcado, nada menos. Y el patriarcado rige, con sus variantes superficiales, en cada país del mundo.
Contra lo mucho que está instalándose en todas partes aquello que muchas personas dieron en llamar “feminismo” liberal, Keith reflexiona que “las condiciones de propia supervivencia nos han orillado hacia esta corriente radical y abolicionista (…) porque cada día, a cada hora, sabes de una desaparecida, de una asesinada.”
Cuando el miedo asfixia, cuando la violencia es explícita, cuando los asesinatos y el sufrimiento de nuestras hermanas apremian, no hay tiempo ni lugar para el glitter, el perreo “empoderante” o los espectros y las “identidades”. Cuanto más explícita es la realidad material que nos determina y asesina, más contundente y radical es la respuesta. ¿A cuántas más por día deben asesinar en cada país para que nos arranquemos la venda de los ojos? Lo que están haciendo las mexicanas es lo que deberíamos estar haciendo todas, en todos los países del mundo.
Foto: Sarah Gutierrez (@lichisgtz)
Por Sol Tobia (@SolTobia )
Puedes ayudarnos con 1 euro al mes para pagar los gastos del mantenimiento web uniéndote a nuestro grupo de Teaming aquí: