Hace pocos días, la ministra de Igualdad, Irene Montero, presentaba los datos recogidos en la Macroencuesta de Violencia sobre la Mujer en España de 2019. Los resultados se han recabado y trabajado sobre la respuesta de casi diez mil mujeres mayores de dieciséis años. Estos datos se estudian en España desde 1999 y se publican cada cuatro años.
La encuesta recoge datos sobre cuatro bloques: Violencia en la pareja actual o ex parejas, violencia física y sexual fuera de la pareja, estudio del acoso sexual y acoso reiterado y, por último, datos de los tres tipos anteriores sobre grupos de mujeres especialmente vulnerables (jóvenes, con discapacidad, mayores de 65, extranjeras, etc)
Decir que el resultado es escalofriante es quedarse muy corta. La encuesta refleja la situación vital de las mujeres de nuestro país. Un lugar donde UNA DE CADA DOS MUJERES ha sufrido algún tipo de violencia por el hecho de ser mujer. La razón para ser acosada, golpeada, violada o abusada es simplemente ser quién eres.
Es inquietante pensar que todas en algún momento de nuestra vida, hemos sufrido algún tipo de agresión y que, por desgracia, las siguientes generaciones seguirán nuestros pasos a no ser que la sociedad de un vuelco de 360 grados. Un número elevado hombres, maduros, viejos, jóvenes e incluso menores, siguen pensando que las mujeres, las chicas y las niñas están puestas en el mundo para su deleite. Y que, si se niegan o no aceptan las reglas del juego que solo ellos deciden, tienen potestad para ejercer algún tipo de violencia sobre ellas.
Los porcentajes de mujeres que sufren violencia son terroríficos. Algo que debería ya desde hace mucho tiempo, haber sacudido los cimientos de nuestra sociedad, para hacerla menos violenta y menos lesiva para nosotras. Sin embargo, no solo no disminuyen los casos si no que, aunque pueda dejar perplejos a muchos, la violencia se extiende a mujeres más jóvenes y sus casos aumentan significativamente.
Las nuevas tecnologías y las redes sociales, se han convertido para muchas mujeres en una fuente inagotable de agresiones. Hoy, en cualquier momento, se puede recibir un mensaje de texto, uno de WhatsApp o un mensaje privado de Twitter, con imágenes sexuales no solicitadas, con preguntas de índole personal que no vienen a cuento o invitaciones a prácticas sexuales sin mediar relación ninguna. Incluso los anuncios de posibles puestos de trabajo, incluyen funciones que son una agresión a la dignidad de la demandante.
Como muestra, la macro encuesta nos devuelve un dato estremecedor. Más de once millones y medio de mujeres has sido víctimas de algún tipo de violencia por el hecho de serlo. Ningún país que se autodenomine democrático y justo puede seguir haciéndolo con ese número tan abrumadoramente alto de mujeres agredidas.
Las secuelas de una agresión se mantienen en el tiempo. Enfermedades físicas y psicológicas, trastornos alimenticios y del sueño, dificultades para las relaciones sociales, problemas laborales y educativos, pérdida de autoestima, de valor para enfrentar la vida, desapego familiar y social, retraimiento, miedo permanente. Las víctimas de violencia sufren en sus carnes los síntomas de un shock postraumático durante, por desgracia, más tiempo que la condena de su agresor.
Y ahora llegan las preguntas que todas nos hacemos. ¿Qué se hace con estos datos? ¿Se quedan como una muestra más de la injusticia generalizada a la que somos sometidas o las autoridades van a tomar serias cartas en el asunto para cambiarlo? Pues esas preguntas se nos presentan todos los días al comprobar nuevas agresiones, pero no nos llega ninguna respuesta. Si de verdad fuera un tema que ocupara las primeras hojas de ruta de cualquier gobierno, en el año 2019, no se habrían tenido estos resultados. Pero no es así, la violencia contra las mujeres y las niñas, es algo que nuestros dirigentes no se toman en serio realmente. No se invierte lo suficiente en la educación de las nuevas generaciones, no se forma a los agentes sociales implicados y no se sanciona con la dureza que se debería realizar.
Sentencias judiciales que, ejercidas desde la posición machista de la judicatura, tratan a los violadores, maltratadores y asesinos con demasiada benevolencia, mientras las víctimas son estigmatizadas y marcadas para siempre con el dolor de la agresión. Falta de medios que hacen vivir un calvario a las denunciantes. Escarnios públicos que llevan a la depresión e incluso el suicidio por vivir en una comunidad que te juzga diariamente con los ojos de los que creen que ese vecino, ese padre, ese compañero de trabajo o ese desconocido, es incapaz de cometer las atrocidades de las que ellas les acusan.
Unos medios de comunicación que se deleitan con titulares blanqueantes de delitos de asesinato o violación, que hablan de mujeres que “mueren” como si no hubieran sido asesinadas o maltratadas sistemáticamente por sus parejas. Hombres que son llevados a los platós de televisión a defender que sus crímenes han sido por amor. El amor no mata.
Generación tras generación, enseñamos a nuestras hijas que deben tener cuidado. Que sus vidas corren peligro porque todavía hoy, en pleno siglo XXI, un ejército de desalmados, campa a sus anchas por calles y plazas, por fiestas y discotecas, esperando la oportunidad para dejar claro quién manda y cómo se aplica ese mandato.
Piropos, tocamientos, grabaciones, acoso continuado, sexo forzado, maltrato psicológico, físico y sexual, son nuestro día a día. Si somos jóvenes como si somos mayores.
Nuestros políticos salen en la televisión dándose golpes de pecho, con muestras de compungimiento, declarando la guerra contra la violencia machista, pero ésta no tiene fin. Siglos y siglos de maltrato, de discriminación, de ninguneo, de abuso, nos pesan en la espalda.
No queremos tener miedo. No queremos vivir con el peso de la agresión por más tiempo. La violencia contra nosotras tiene que acabar. Para siempre. Sin más plazos. Exigimos que sea una prioridad absoluta tan importante como la economía. Es justicia social. Es democracia. Son nuestros derechos que nos están pisoteando.
Somos ciudadanas con derechos, con libertades y con una vida que solo nos pertenece a nosotras y sobre la que las únicas que tenemos algo que decir, somos las mujeres. Y nos lo están robando todo. Nos están quitando la vida por ser mujeres. Los agresores y los que permiten que existan agresores.
Esto no es solo violencia. Es terrorismo machista que nos asesina. Y desidia gubernamental y judicial que lo permite.
Ni una mujer más. Ni una sola.
Por Belén Moreno @belentejuelas
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