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Esto no es transfobia

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Esto no es una autoficción. Así de rotunda y clara es la frase que utiliza Paul B. Preciado en la introducción de su libro Testo Yonqui publicado en 2008 y así podríamos resumir el polémico debate que ha irrumpido súbitamente fuera de los márgenes de la academia. Preciado, alumno considerado discípulo de la escuela de Jacques Derridá, tomó la idea del filósofo sobre el concepto de deconstrucción elevándolo hasta el mismo núcleo de la materia: el cuerpo.

Efectivamente no es una autoficción, es una metaficción.

Mientras nosotras nos rebanamos los sesos — y los sexos — hablando de naturalezas biológicas, construcciones sociales, genitales y sujetos políticos, él descansa plácidamente en el cómodo, amplio y diáfano apartamento que ha adquirido recientemente en Urano. Una representación semiótica y simbólica que desborda cualquier intento de análisis objetivo y empírico; aquí no existen verdades probadas, éstas se nos presentan poliformes y andróginas por subjetivas y acientíficas.

Michel Foucault, maestro a la hora de desmembrar todo aquello que creemos naturalizado y principal fuente argumentativa de la teoría queer, nos da las herramientas suficientes desde una posición materialista para lanzarnos a los brazos de lo anómalo, de lo minoritario, de lo crítico y, en definitiva, el acceso al pasadizo que nos conecta a la camisa de fuerzas en la que parece resumirse la ecuación sexo/género. Abrevio de la siguiente manera: lo anómalo resulta estar integrado en el corpus teórico que deja esbozado esta discusión bizantina y peripatética.

Asumámoslo, hablamos un lenguaje distinto o en el idioma que maneja René Magritte: » Ceci n’est pas une pipe» — Esto no es una pipa —. Obra que recrea a través de la imagen de una pipa un enfrentamiento dialéctico discursivo entre la representación, el lenguaje y la realidad.  La misma hermenéutica que utilizó Preciado en la introducción de su libro.

Teresa De Lauretis fue la primera persona en utilizar el término Teoría Queer (1990). Abandonó los estudios al entender que la palabra ‘queer’ había sido adueñada y mercantilizada vaciándose de todo contenido político; reconoce la intrusión del capitalismo en la Academia y el comercio intelectual que sobrevuela. Sería en vano, pues, no contar con el componente prostitutario tremolando sobre nuestras cabezas. Afirma la teórica que el género forma parte de una estructura opresiva para las mujeres mediante construcciones socioculturales ficticias, pero que se representen como una ficción no lo previene de tener efectos reales concretos en la vida material de los individuos.  Hete aquí la clave, la realidad material que atraviesa como una daga a todas las mujeres del mundo. Si Marx subrayaba en el Manifiesto Comunista (1848) que toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una lucha de clases, podemos afirmar que toda la historia de la sociedad humana, es una lucha de castas sexuales. Así, siguiendo la lógica de la dialéctica hegeliana amo/esclavo, desarrollaría Simone De Beauvoir su teoría sobre la situación de sumisión de la mujer respecto al hombre en la sociedad a lo largo de El Segundo Sexo (1949), más tarde sería Shulamith Firestone la que extendería la teoría marxista de opresión de clase para desgranar la situación de opresión biológica de las mujeres y las herramientas para su liberación.

No ha habido abolición antagónica de jerarquías sexuales; sin embargo, se han ido creando nuevas y numerosas identidades en torno a las nociones de sexo y género, formulando nuevas figuras de opresiones que intentan sustituir y soterrar las anteriores simplificándolas. Quedan, de esta manera, soslayadas, pero originariamente intactas estableciendo sujeciones impositivas. Es la gotera que termina filtrándose entre las capas de pinturas de una avería pendiente de reparación. No hemos conseguido derrocar los cimientos coercitivos de las superestructuras, no hemos logrado romper el antagonismo, no hemos llegado, mediante la revolución feminista, a la revocación de la asimetría de cara a una liberación universal. No estamos ante un igualitarismo como pretende hacernos creer el feminismo institucional; tampoco estamos ante un escenario de equivalencia como nos dice la teoría queer, seguimos ante una lucha descarnada por la supervivencia, contra la opresión y contra el antagonismo irrefutable de un sistema desequilibrado que pretenden perpetuar a través del recurso multi-identirario y un lenguaje abstracto idealmente subjetivo y tramposo.

Se pretende la creación de nuevos cuerpos dóciles; un ejército de hombres y mujeres equivalentes bajo una estructura heterogénea alimentada por el hiperconsumo que refuerza los sistemas de opresión. La opresión no es patrimonio del individuo, sino un producto colectivo que funciona gracias a la colaboración de muchos individuos. Las mujeres han sido el objeto subordinado en el andamiaje articulado de los sistemas de opresión; el género es uno de los dispositivos. Abolirlo y desposeerlo de su envergadura es la única solución posible. El género ya no es solo una construcción sociocultural, es también una construcción tecnológica, política y económica.

La realidad material no entiende de relatos ni de retórica, es un aquí y ahora; no es una pieza de la función inocua, tampoco es un festín de hormonas explotando dentro de nuestros cuerpos. Sin binarismo no hay lucha de clases; por tanto, no hay emancipación. Sin dualismo sexual no hay liberación. Sin materia no hay nada salvo el abismo del ilimitado deseo y en el fondo, largos y estilizados tentáculos recogiendo los escombros que va dejando el capitalismo bajo nuestros pies. Esto no es transfobia.

 

Por Alicia Díaz Sánchez @AlicciaDs

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