Me sentía enormemente agradecida de haber descubierto una corriente que entendía que hiciera lo que hiciera, era “feminista” si lo había elegido libremente. Desde la elección de maquillarse hasta la de prostituirse, os prometo que por un tiempo pensé que todas las decisiones que las mujeres tomábamos nos hacían poderosas por el simple hecho de haberlas tomado.
Pasó un tiempo y hubo un día en el que todo se dio la vuelta… lo recuerdo como si fuese ayer. Me encontré con un tweet que preguntaba: “¿qué es ser mujer?”. Quise enfrentarme a esa pregunta y entonces descubrí todas esas cosas que implicaba ser mujer y yo no había elegido libremente.
Gracias a esa pregunta abandoné el “feminismo” de purpurina para unirme a la lucha feminista que buscaba romper con todas aquellas imposiciones que caían sobre las mujeres y nos condenaban a vivir en la miseria y de rodillas: el género.
No os voy a mentir: ahora, el feminismo ya no es una fiesta. El feminismo es ver cómo el patriarcado recae sobre tus hombros y los de quienes te rodean para hacértelo todo más difícil. Es ver que estamos lejos de acabar con él aunque hagamos mucho ruido. El feminismo es ser mujer y verte invisibilizada por quienes se manifiestan a tu lado. Cosificada, reducida a persona gestante, menstruante o vulvaportante.
Y os digo algo: no será una fiesta, pero ahora merece mucho más la pena. El opresor es mucho más visible desde este lado, y eso nos hace imparables.
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