El pasado día 9 de mayo, las asociaciones feministas de muchos países, colectivos de lucha contra la explotación sexual de mujeres y niñas y mujeres en general, llenamos las redes sociales en una manifestación abolicionista virtual que dio la vuelta al mundo en kilómetros de mensajes. La situación de emergencia sanitaria en la que nos encontramos en prácticamente todo el globo, nos obligó a realizar nuestra reclamación a gobiernos e instituciones de esta forma. Pero el éxito sin precedentes de la campaña nos devolvió un resultado que se habría transformado en miles de mujeres en las calles. Somos muchas las que nos consideramos abolicionistas.
¿Qué es ser abolicionista de la prostitución? Pues algo muy sencillo. Se trata de reconocer pública e íntimamente que se trata de un negocio de esclavitud, explotación y sexualización de mujeres y niñas. Y llevar a cabo todas las iniciativas necesarias para acabar con él. Como sabemos la prostitución forma parte del triunvirato económico más lucrativo del mundo junto con el tráfico de drogas y de armas. Tres negocios que tienen como base la muerte o la degradación humana. Como sabemos, compiten entre sí para saber cuál de ellos es el más beneficioso para la sociedad mundial (ironía on).
Las propuestas feministas de abolición de la prostitución no son una epifanía en nosotras. No se nos ha aparecido la virgen o hemos visto la luz al final del túnel. Son años de estudio, de investigación y de conversaciones con las mujeres prostituidas, de conocimientos médicos y psicológicos sobre los efectos de esa vida en las mujeres, son datos reales extraídos de organismos públicos y privados de todo el globo. No estamos vendiendo humo ni es un capricho de ciertas mujeres blancas ricas y poderosas, que usan la prostitución para cubrir su cuota de caridad. Es uno de los pilares de la lucha feminista.
Los y las amigas de convertir la prostitución en un trabajo como otro cualquiera, se defienden como gato panza arriba con argumentos tan sólidos como que es el trabajo más antiguo del mundo, cuando es la explotación más antigua de todas. La mujer y su cuerpo han sido objeto de mercantilización durante toda la vida. Desde las que estaban condenadas a ejercerla por hambre o violación y eran despreciadas en sus sociedades, a las que son raptadas o engañadas en sus países de origen para ejercerla bajo amenazas en el primer mundo.
Las feministas defendemos nuestras posiciones abolicionistas con una máxima muy sencilla. No le des a otra lo que no quieres para ti. Así de simple. ¿Cuántas de las que hoy defienden el “trabajo sexual” estarían dispuestas a dejar sus profesiones para dedicarse a usar su cuerpo como fuente de ingresos, soportando tener relaciones sexuales (ya no voy a incluir la violación, la violencia extrema, la degradación física y psicológica) con desconocidos a cambio de dinero? ¿Cuáles de ellas serían auténticas profesionales del sexo, sabiendo que sus ingresos van a estar medidos por un proxeneta que se lleva el setenta u ochenta por ciento de su esfuerzo? ¿Cuántas le ofrecerían a sus hijas que se dedicasen a ello si no encuentran alternativa laboral o no hay profesión que les llame la atención?
Estos días hemos visto como en Barcelona, capital de la prostitución española, se ha debatido “seriamente” en el corazón de un partido político y a través de plataformas virtuales, incluyendo a sindicatos que no son tales y a políticas con cargo público. Este debate se centraba en la prostitución como ocupación laboral real y las consecuencias de la pandemia en el sector. Quiero pensar que no todas las mujeres que votan y apoyan a ese partido, que hoy forma parte del gobierno, mantienen la misma posición frente a un tema tan abrumadoramente serio como es el mantenimiento de este estamento social y su posible regulación. Pero ese partido hoy es la cabeza del Ministerio de Igualdad. Ese cuyo objetivo de trabajo es acabar con las desigualdades que sufrimos las mujeres en la todavía profundamente patriarcal sociedad. Hace poco hemos contemplado como la ministra en parlamentaria comisión y a petición propia, defendía vehementemente la desigualdad estructural y la violencia sistemática que sufren las mujeres. Y yo me pregunto ¿no es la prostitución para Irene Montero una violencia sistemática? La posición del ministerio está clara. Lucha contra la trata pero nada de abolir ni perseguir a clientes ni proxenetas.
En esas charlas se incluye a las personas transexuales, un colectivo muy defendido por las feministas de Podemos, tanto que en ocasiones sus palabras y acciones muestran una sensación de que las mujeres nos hemos diluido dentro de la defensa de sus derechos, por la invisibilización que tratan de imponernos. Si tan preocupadas les tiene ¿Por qué dejar que sigan prostituyéndose en vez de buscar una solución a su problemática que no pase por la explotación sexual?
Feministas del partido morado han desatado una campaña difamatoria a las abolicionistas donde se nos acusa de ir avasallando e increpando con insultos y descalificaciones cada vez que nos posicionamos en contra de prácticas como ésta. Se nos tacha de moralistas, de inquisidoras y de mil bellezas más, cuando alguna de nosotras, muchas con años de experiencia e investigación a la espalda, las exponemos los argumentos en los que se basa el abolicionismo. La discrepancia es lícita, pero antes de acusar es mejor argumentar. Así como consejo para este tema y para todos en la vida.
La aceptación del trabajo sexual regulado no beneficia nunca a ninguna mujer. Más tarde o más temprano su cuerpo, su mente y su espíritu se verán dañados por una labor que no satisface ninguna de las aspiraciones vitales que puede proporcionar una ocupación remunerada. Los que sí sacan una rentabilidad infinita de estos posicionamientos regulacionistas son los puteros; que siguen teniendo a su disposición cuerpos a los que violar; y los proxenetas que pueden mantener su lucrativo negocio en un limbo económico sin poder ser incriminados por ello.
Al final la duda es ser o no ser abolicionista. Cada una de nosotras, tomamos partido por una opción y asumimos las consecuencias de nuestras decisiones. Las abolicionistas sabemos que nuestra lucha no terminará hasta que los gobiernos tomen cartas serias en el asunto y asumimos insultos y humillaciones de parte de los defensores de la libertad femenina de hacer con su cuerpo lo que quiera, incluso a sabiendas de que una prostituta no es libre. Ni ahora ni nunca. Calificar su vida de libertad es una osadía demasiado ambiciosa.
Por Belén Moreno @belentejuelas
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