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Día de la madre

Todos los años, para este día, la gente felicita a las madres desde el mismo punto de vista paternal que la imagen de la maternidad ha tenido siempre. Ese icono de devoción, ese halo virginal que hemos heredado de la tradición cristiana, se superpone al modelo de madre actual y a un millar de injusticias históricas que arrastramos las mujeres, sobre todas aquellas que ejercen de madres y de amas de casa.

La maternidad no debería ser usada en los términos actuales. La maternidad es un deseo, una opción personal con la que no todas las mujeres tienen que sentirse identificadas, pero para aquellas que sí son madres,  tampoco debería suponer esa especie de esclavitud sigilosa que desde siempre ha habido,  esa violencia obstétrica que se ve en los hospitales o ese nicho de mercado en el que cada vez parece estar más sumida  y presente.  La manipulación de la maternidad, y por ende, de la mujer, nos convierte de nuevo en un producto de consumo en lugar de tratar de vivir ese momento de nuestras vidas como un proceso natural. La exaltación de valores que la mujer puede que no tenga o la idealización de algo que puede ser traumático, nos llevan, como siempre, a terrenos marcados por el patriarcado que habla y dicta normas silenciosas pese a desconocer la realidad de lo que es ser mujer y ser madre.

Economía de cuidados

La mujer que decide quedarse en casa cuidando de su familia parece que tenga que estar constantemente justificando su trabajo. Yo misma he sido testigo de, al pasar por una cafetería donde había grupos de mamás que tomaban café tras dejar a los niños en el cole, escuchar a un compañero de trabajo decir “que ellas están tocándose las narices mientras el marido trabaja”. Mi respuesta, obviamente, no voy a transcribirla…

La producción de un ama de casa, si hubiera que ponerla en cifras estaría valorada en 285.600 millones de Euros y ocuparía un 27% del PIB nacional.  Las mujeres traban en casa una media de 46.735 horas y se calcula que la atención de la casa ocupa un 60% de nuestro tiempo. La carga de las labores domésticas de la mujer es de un 73% con respecto a la del hombre en el caso de que ambos trabajen. Steven Nelms, un señor norteamericano cansado de que su esposa no se valorara a sí misma como trabajadora, le hizo los cálculos sobre el trabajo que esta realizaba de forma diaria y la cifra que arrojó fue que, de pagarle todas las horas trabajadas en las distintas categorías profesionales, su sueldo sería de 6.163 dólares al mes.

La figura de la mujer y de la madre, siempre ha estado ligada  a estas labores sin que nadie se atreva aponerlas en valor hasta que el feminismo, acusado miles de veces injustamente de no apoyar a las amas de casa, las ha sacado a la palestra y han empezado a ponerse en tela de juicio por aquellas mentes pensadoras que han aplicado cierta perspectiva de género a la base social de la familia. Los cuidados que realiza la mujer cubren una necesidad vital tanto social como económica. Es un auténtico trabajo que responde a las necesidades humanas más básicas, y su invisibilidad, su carácter tradicionalmente femenino, le ha dado una falsa imagen de improductividad.

Como siempre, el patriarcado se apoya en la realización de las tareas domesticas y gratuitas para poder subsistir y para remarcar como preeminentes aquellas labores sí remuneradas que realizan los hombres. Todo el sistema capitalista y patriarcal tiene como base la economía sumergida de millones de mujeres que trabajan gratis, de forma altruista cuidando de la familia y realizando las labores de mantenimiento doméstico.

La madre va todavía más allá de todo esto. La  madre cuida en cualquier lugar, no solo en casa, y de cualquier modo, salud, dependientes, infancia, mayores, higiene, alimentación, apoyo psicológico, en una cantidad de fuerza de trabajo que es imposible cuantificar realmente pero que forma la base de toda estructura socioeconómica mundial. El concepto capitalista de producción es, por tanto, erróneo al no contemplar en ningún caso esta economía de cuidados.

Violencia obstétrica

Por violencia obstétrica se entiende aquella violencia realizada sobre la salud de la mujer embarazada durante todo el proceso de embarazo y del parto y contempla desde la conducta hasta la medicación o la realización de cualquier acto médico.

Prácticas como la cesárea sin una verdadera necesidad, urgencia o riesgo vital que obligue a realizarla, la episiotomía, el uso de fórceps, la maniobra de Kristeller, los tactos vaginales realizados cada vez por una persona distinta de forma casi simultánea, el suministro de medicación sin ser absolutamente necesaria o el trato deshumanizado por parte del personal médico. Se considera también violencia el hecho de acelerar el parto  o alterar su proceso natural, las burlas hacia la madre y a su dolor en las contracciones (si hubieras cerrado las piernas… , la que tenga el gusto, que tenga el disgusto) el trato deshumanizado etc.

La realidad actual responde a una apropiación indebida del cuerpo de la mujer y de todos sus procesos naturales. Se trata el embarazo y el parto de forma patológica, como si fuera un proceso viral y no como una experiencia vital que modifica para siempre el cuerpo, la sexualidad y la vida de las mujeres. El simple hecho de tener que parir en postura supina con las piernas levantadas en lugar de la posición en vertical ya supone para la mujer un sobreesfuerzo que no la beneficia en absolutamente en nada y no le ofrece ninguna ventaja: solo garantiza el cómodo acceso del obstetra al canal del parto.

Algo que refleja claramente la deshumanización del parto es el hecho de no favorecer el apego precoz con el bebé; que no te dejen abrazarlo o amamantarlo inmediatamente después del parto  solo responde a la frialdad y deshumanización de la medicina que parece olvidar que, antes que cifras, pruebas médicas o test, el vínculo materno filial debería prevalecer por encima de lo puramente clínico en todos aquellos procesos que se presentan sin complicaciones y con los que sí se puede seguir el proceso  que marca la sabia naturaleza.

Un nicho de mercado

La maternidad también se contempla como, lo que hoy se denomina en marketing, nicho de mercado, y en él cabe distinguir dos partes bien diferenciadas: una, la que forma parte de las necesidades vitales para el cuidado de la madre y del bebé, y dos, la que contempla aquellas necesidades ficticias que nos crean como consumidoras.

Por un lado todo aquello que es absolutamente necesario para el bienestar del recién nacido, es caro, desorbitadamente caro para algo que es de vital importancia. En los primeros meses de vida el gasto en pediatras, ginecólogos, medicamentos, leche maternizada, pañales y compresas es brutal, cuando  debería ser de mucho más fácil acceso ya que forma parte de las necesidades básicas más elementales.

Por otro, la publicidad nos vende a la madre virtuosa que se desvive por sus hijos, la que compra ciertas marcas, la que consume ciertos productos, la que es buena madre solo porque compra lo que le dictan, como si el precio o la adquisición  tuvieran algo que ver con la calidad o la necesidad. Estamos tan sumidas en el mercado de consumo y en la sexualización del mercado que bastará ser madre para caer en muchos aspectos de machismo más rancio y del capitalismo más atroz. Hasta la colonia antipiojos la podemos comprar de rosa o de azul. Se recurre al sentimentalismo y al amor incondicional de una madre para tratar de colarnos cualquier cosa cuando en realidad casi nada es absolutamente necesario. La maternidad y todo su proceso sirve para vendernos desde seguros familiares hasta calcetines con puntillas de color rosa y estamos tan embebidos por ella que muchas veces no llegamos a discernir cuando de verdad estamos ejerciendo de madres y cuando estamos cayendo en las redes del consumismo más brutal. El bombardeo de la publicidad es incesante. Lo que reflejan las campañas publicitarias es la imagen de la madre abnegada que cuida y que consiente a sus hijos con las marcas adecuadas y en los centros comerciales indicados.

Con el día de la madre, por una vez, se invierte el papel  y son otros los llamados al templo del consumo en busca de regalos para esa madre sumisa, que es todo amor, abnegación y belleza maternal, constriñéndonos en cánones que la mayoría de veces no tienen nada que ver con la realidad y con la forma de vivir a maternidad para miles de mujeres.

 

Ser madre es algo complejo porque tiene que ver con la emocionalidad más profunda. El deseo de ser madre, sin embargo, poco tiene que ver con la maternidad impuesta desde las directrices del sistema que se sostiene gracias a ese carácter generoso y desinteresado que siempre hemos tenido las mujeres respecto de nuestras familias. Nosotras cuidamos y abastecemos el hogar desde la voluntad de hacerlo, desde la ancestral inclinación de las mujeres a cuidar de su tribu y su prole, pero no tener en cuenta nuestro trabajo o solo tenerlo en cuenta para sacar un provecho interesado de él, es algo contra lo que el feminismo se revuelve porque, ante todo, reivindicamos el carácter humano, reivindicamos a la persona que hay bajo esa capa impuesta de la maternidad al uso del consumo y más allá de la imaginaria popular judeocristiana de sumisión y abnegación femenina. Reivindicamos la labor real de las amas de casa y de sus esfuerzos por aunar esa fuerza de trabajo con el amor más desinteresado y generoso y que tan pocas veces tiene un reconocimiento real por parte de la sociedad. Reivindicamos la vuelta a la naturalidad, a la humanidad del embarazo y del parto como experiencias vitales y emocionales  y no como patologías clínicas que son tratadas con desdén o como simples procesos médicos. Reivindicamos el derecho a ser persona, a ser mujer  antes que cualquier otra cosa y a la voluntariedad, como decisión individual, de ser madre.

 

 

 

https://www.soycarmin.com/buenavida/Cuanto-vale-tu-trabajo-de-ama-de-casa-20151212-0004.html

https://cincodias.elpais.com/cincodias/2008/06/16/economia/1213595780_850215.html

https://amzn.to/2DOFRrl   La economía de los cuidados. Lina Gálvez Muñoz

 

 

Por @ninapenyap

 

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