Muchas de nosotras recodaremos los 8 de marzo como el día en que las mujeres protestábamos y, de forma masiva, tomábamos las calles. Pero no siempre ha sido así. No todos los 8 de marzo el panorama estaba dominado por la movilización. En otros momentos de nuestro pasado más reciente, el Día Internacional de la Mujer no era más que un día de conmemoración institucional como otro cualquiera. Con suerte, en algunos casos, se llevaban a cabo algunas concentraciones de protesta – únicamente convocadas por plataformas y asociaciones feministas – y algunos recordatorios, por parte de algunos sindicatos con carteles para advertirnos que, en este día se debía defender la igualdad, fundamentalmente, laboral. No olvidemos que, no en vano, hasta hace bien poco, el 8 de marzo era el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Cómo si hubiera, en este mundo, mujeres que no fueran trabajadoras. O cómo si sólo debiéramos centrar los esfuerzos en defender la igualdad laboral, más allá del resto de ámbitos en los que, por descontado, ni entonces ni ahora existe igualdad real y efectiva.
Pero, ¿sabemos cuál es el origen de este día? Sabemos, eso sí, de lo necesario que se hace su conmemoración debido a las desigualdades, discriminaciones y violencias que sufrimos las mujeres y que son motivo de luchas y reivindicaciones por las cuales, la ONU oficializó este día en 1975. También así daba visibilidad a una protesta concreta protagonizada por mujeres y marcada por la crueldad en su represión. En un 8 de marzo de 1857, centenares de mujeres de una fábrica textil de Nueva York se organizaron para manifestar su desacuerdo por los salarios que percibían. Menos de la mitad de lo que cobraban sus compañeros hombres por realizar los mismos trabajos. 120 mujeres perecieron a consecuencia de las brutales cargas policiales que se dispusieron para dispersar la marcha.
A partir de aquí, este será el sino de las protestas y las movilizaciones de las mujeres en defensa de la igualdad y, siempre con el objetivo de ir conquistando derechos y libertades que, todavía hoy, están en cuestión. Así, 54 años después, en marzo de 1911, serían 123 mujeres las que morirían en un incendio en otra fábrica neoyorquina en la que fueron encerradas, también ante sus protestas. Sólo 6 años más tarde, en la otra parte del mundo, en Rusia, las mujeres protagonizaron una manifestación por la muerte de dos millones de soldados en la I Guerra Mundial. Llegaron, incluso, a propiciar la caída del zar que fue reemplazado por un gobierno provisional que les concedió el derecho al voto. Este día era, según el calendario gregoriano, 8 de marzo.
Esa es una pequeña muestra de que las movilizaciones feministas han sido y siguen siendo fundamentales en la consecución de los cambios políticos y sociales. Los derechos que a las mujeres se nos han ido reconociendo, no se han concedido a partir del silencio. Han sido las luchas y las protestas de mujeres las que lo han propiciado. La movilización feminista se ha nutrido de constantes revelaciones y protestas contra todo tipo de violencias estructurales que sufrimos. Desde la reivindicación por el derecho al sufragio, hasta la igualdad salarial o las nuevas afrentas que, de nuevo, nos conducen a salir a la calle para combatir contra nuevas formas de violencia y explotación a las que, por ser mujeres (ni más, ni menos), estamos sometidas.
En este sentido, nuestra toma del espacio público vuelve a ser más necesaria que nunca y las manifestaciones del 8 de Marzo de 2018, de nuevo marcaron un hito en nuestra historia. Por primera vez se convocaba legalmente una huelga general para reclamar la igualdad real y efectiva. La movilización fue multitudinaria y se secundó en más de 170 países. Este 8 de Marzo no puede ser diferente. Es uno de los más importantes y decisivos a los que nos enfrentamos. Como decía Almudena Grandes en un artículo en El País “las españolas nunca nos hemos jugado tanto”. Y así es, nos jugamos mucho y los datos lo corroboran.
En el 2018, 47 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas. Maltratadores, asesinos, terroristas machistas. Con todas las letras. Mal que le pese a algún que otro dirigente político que aspira a ser presidente de nuestro país. Sin olvidar que, también en nuestro país (sí, en España, en esta España nuestra), se registran, de media, cuatro violaciones diarias, según datos del Ministerio del Interior. A lo que podemos seguir añadiendo que la tasa de paro registrada, año tras año, es más alta en el caso de las mujeres. O que las mujeres dedicamos más de cuatro horas diarias, de media, al cuidado de la casa y la familia. Mientras que los hombres únicamente emplean un par de horas.
¿Seguimos? Que me dicen de la prostitución. La trata de mujeres con fines de explotación sexual se ha convertido en el nuevo modelo esclavista del siglo XXI del que se lucran proxenetas, gracias, entre otras cosas a las compras “por el servicio” de puteros que no ven en las mujeres más que un mero objeto de usar y tirar. O la cosificación y la tiránica regulación que algunos quieren imponer sobre nuestros cuerpos. En ocasiones, con el objetivo de limitar nuestros derechos sexuales y reproductivos. Mientras que en otros casos, para tratarnos de simples vasijas productoras de criaturas.
Así pues, ante todo ello, “ante el fascismo que viene” como decía Lidia Falcón, recientemente en Público, el 8 de Marzo, de nuevo vuelve a ser decisivo. Y sí, como ya he dicho, el feminismo es un movimiento social y como tal, también quiere influir en política. A lo largo de su historia lo ha hecho. Nos hemos remontado a los orígenes del 8 de Marzo para comprobar que así es y así seguirá siendo mientras debamos hacer frente al patriarcado. Al machismo. Y sí, también, al fascismo.
Por Lourdes Pastor (@Lulespastor)
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