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Hoy sé que no fue mi culpa

Silencio y aceptación.

Dos palabras que abarcan muchísimo en mi vida.

 

Silencio porque nunca pude hablar.

Aceptación por creer que lo que pasaba era normal.

 

También me sentí culpable, creía que la que fallaba era yo y no él. Por eso no lo culpaba nunca y, aunque tampoco lo entendía, siempre lo justificaba con acciones mías, malas supuestamente. Intenté entenderlo y ponerme en su lugar muchas veces pero eso ya era costumbre. Como así también costumbre eran los celos enfermizos, era decirme qué era lo que tenía que vestir, era alejarme de las personas a las que quería, era prohibir, era humillar, eran las puteadas, era que me eché la culpa, era sentirme insuficiente, era estar mal.

Me acostumbré a muchas cosas que yo creía que eran normales porque para mí, después de un tiempo, todo pasó a ser normal.

Situaciones. Sí, hay muchas. Miles y miles que podría contar con detalles. Situaciones que jamás van a borrarse y me persiguen todos los días de mi vida. Pero hay una, la última, que me marcó de una manera especial por el resto de mi vida. Cuando yo creía que ya me había liberado, que todo estaba «bien», volvió a pasar y de la peor manera.

Nuestra relación ya había terminado y habíamos decidido no volvernos a hablar.

Domingo 6 de mayo, 3:42 am. en un boliche. Recibí un mensaje que decía «vení». Me pedía por favor que fuese al baño, que se sentía mal, que lo ayudara.

Yo fui, para saber que era lo que pasaba y ayudarlo si lo tenía que ayudar. Sí, después de todo lo que había hecho conmigo yo seguía siendo buena con él, porque me podés hacer mierda pero si me necesitás voy a estar para vos.

Voy al baño, él estaba mal y un amigo lo acompañaba. Le pedí a su amigo que lo llevara a casa, a lo que el amigo respondió «si vos no vas con nosotros, él no se va a ir de acá».

Fui con la condición de que su amigo me volviera a traer al boliche.

Subimos a la chata. Su amigo nunca lo llevó a su casa, íbamos para el otro lado.

Nos llevó a la puerta del telo. Mi ex me dijo que bajara con él, que «tenía ganas».

Me asusté.

Grité y le dije al amigo que por favor me llevara de nuevo porque si no yo iba a llamar a alguien. Me hizo caso. Volviendo para el boliche a mi ex le dan ganas de vomitar. El amigo frena y mi ex se baja de la chata. Lo primero que pensé en ese momento era en escaparme, porque si me habían llevado al telo de obligada, cualquier cosa podría pasar. Entonces me bajé corriendo. El amigo se fue. Nos dejó solos. Me dejó sola. Ahí supe que lo malo se acercaba, que me quedaba sola, sin nadie que pudiera ayudarme. Corrí y me alcanzó. Empezó a putearme y cada vez más elevaba su tono. Me asusté más de lo que ya estaba y llamé a un amigo para que me ayudara.

Se puso violento como muchas veces. Me pegó una piña en la panza, dejándome sin aire, tirada en el suelo. Me sentí sola y sentí que todo se derrumbaba. Fueron dos o tres minutos, pero fueron los suficientes para darme cuenta de la persona que era.

No era fuerte por pegarme, era un cagón.

Me levanté como pude y corrí.

Logré escaparme de esa persona.

Logré darme cuenta de lo mal que estaba él.

Entendí que yo nunca hice nada para provocarle. Nada.

Entendí que yo no causaba los golpes.

Entendí que yo no tenía la culpa.

Logré entender que eso no era amor.

Pasé muchas situaciones similares a esta, quizás menos «nocivas» pero seguía siendo violencia.

Ojalá todos entiendan que no quiero victimizarme. Siento un dolor que pocos imaginan.

Lo más difícil de esto puede ser llegar a escapar, o quizás vivir lo que yo viví, pero también es contarlo y animarse a hablar.

Hoy, después de muchas idas y vueltas, decido contarlo. Para liberarme de algo que me tiene atada hace mucho tiempo. Y lo hago porque aunque yo había decidido darle mi vida, él me la estaba quitando.

 

Anónima

 

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