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La RAE, a la derecha del padre.

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No hace mucho, una mujer a la que conozco (pero de muy poco), se afanaba en apuntarme que, en su empresa, de la cual ella es gerente, la comunicación, cuando ésta se hacía por escrito, contemplaba en el encabezamiento un “todos”. Y en ese “todos” se incluían tanto a hombres como a mujeres, porque para ella, ese “todos” masculino es inclusivo. Y lo es, según ella, porque la RAE (Santa Academia) sentencia que el masculino es genérico y su uso incluye tanto a hombres como a mujeres. Traté de explicarle mi punto de vista, totalmente contrario, pero tampoco es que tuviera demasiado interés en escucharme.

Ciertamente, la RAE para eso, y otras tantas cosas es muy suya. Sin olvidar que la educación que, desde la más tierna infancia moldea nuestras mentes es machista. Ya en el colegio aprendemos bien eso de que, en las palabras, el femenino se forma a partir del masculino. Y a partir de ahí interiorizamos que, efectivamente, las mujeres nos formamos a partir del hombre y su costilla. Acabamos siendo la “Alteridad” como decía Simone de Beauvoir. “Las otras”, las que nunca somos nombradas. Y si no somos nombradas ¿Cómo vamos a construirnos a nosotras mismas?

La cuestión no es menor. La mitad de la población queda fuera del sistema de comunicación. No tenemos referentes en los que identificarnos. No exagero. Pongámonos en situación: en un aula de primaria, el maestro o la maestra dice “niños, al patio”. Lo normal es que tanto niñas, como niños se levanten de su pupitre y se dirijan al recreo. Por un momento, imaginemos que las niñas se quedan sentadas. Si, efectivamente, se pretendía que sólo los niños abandonaran la clase, no habría mayor conflicto. Pero seguramente, el objetivo es que también las niñas lo hicieran. Ante lo cual, el maestro o la maestra les explicaría a las niñas que, cuando dice “niños”, también se refiere a ellas.

Ese es el primer paso de la invisibilidad a la que nos condicionan.  Pero vayamos más allá. Ese mismo maestro o esa misma maestra, cuando niñas y niños regresan a clase, fórmula la siguiente pregunta “¿Qué niños quieren inscribirse en el equipo de fútbol?”. Entonces, aquí sí, tanto niñas como niños levantan la mano ¡Oh sorpresa!, en este caso, la persona docente sólo se refería a los niños. Así que niñas, en esta ocasión no, no se refieren a vosotras.

En realidad, nunca se han referido a nosotras. Nunca nos han nombrado. Siempre nos hemos tenido que intuir, que buscar. Ese hándicap, los hombres jamás lo han sufrido. No lo tienen que superar. Así que, por qué va a querer la RAE superarlo. En ningún caso se lo plantea. La Academia, formada en su gran mayoría por “ilustres” hombres que se creen sentados a la derecha del padre y, algunos de ellos de notable militancia misógina, vive muy bien en su atalaya.

Quizá pensemos que, con fines prácticos, tampoco debe importarnos tanto (ya les digo que con fines y sin fines si importa, y mucho), pero el caso es que el fin lo puso en práctica, recientemente, una empresa aceitera de Córdoba al no pagar a sus trabajadoras, blandiendo la malévola excusa de que el convenio sólo se refiere a “trabajadores”. Sí, aquí lo de “masculino genérico inclusivo” no se lo tomaron al pie de la letra. Y una podría pensar que “qué bien, alguien que lo interpreta como debe”, si no fuera, claro está, para ejecutar una burda y torticera discriminación por razón de sexo. Retorcida coartada. Como retorcida la academia al culpar al feminismo de semejante atrocidad.

Si, por el contrario, también desde la lengua se tuviera en cuenta la necesidad de eliminar los sesgos sexistas; si se quisiera tomar como lo que es, un blasón transformador de la sociedad; si se admitiese de verdad, que la lengua cambia, evoluciona, se adapta a los nuevos tiempos; si quienes ocupan las sillas de las letras creyesen en la igualdad, seríamos capaces de cambiar muchas cosas, no sólo la lengua.

Y no lo olvidemos, la lengua (las lenguas) cambia constantemente, evoluciona. De lo contrario, seguiríamos hablando en latín. De hecho, hemos sido capaces de introducir nuevas palabras. La RAE se ha hecho muy “moderna” aceptando, entre otros, vocablos como “descambiar”, “tuit”, “friqui”. Pero no se ha hecho igualitaria fomentando un lenguaje inclusivo de verdad o favoreciendo que se visibilice a las mujeres con el uso, por ejemplo, de “Consejo de Ministras”. Una lástima. Una oportunidad más perdida, pues las armas más poderosas que han creado los seres humanos son las palabras y éstas pueden ser usadas, si se quiere, claro está, para hacer el bien. También para acercarnos a la igualdad.

Fuente de la imagen:Diana Raznovich.

 

Por Lourdes Pastor (@Lulespastor )

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