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El terrorífico machismo de Halloween

Cualquier oportunidad de cosificar y sexualizar el cuerpo de las mujeres es bien aprovechada por el patriarcado y, por supuesto, la fiesta de Halloween no es ninguna excepción. Esta fecha, celebrada desde hace más de 3000 años por el pueblo Celta, es bien conocida en nuestros días por su versión más americana de disfraces y calabazas, sustos y dulces para los y las más pequeñas y locales nocturnos y alcohol para las personas que están ya algo más creciditas.

Grupos de chicas y chicos saldrán, como cada año, la noche del 31 de octubre; disfrazándose de algo que trate de dar miedo (en teoría) y con la disposición de divertirse, mientras el capitalismo se frota las manos, haciendo de esta tradición un producto más que rentable.

Nos encontraremos los típicos disfraces para ellos, que emulan algunos personajes conocidos con rostros desfigurados y ropa lúgubre, manchada de sangre y/o hecha jirones; pero en cualquier caso cómoda, sin limitarles el movimiento ni convertirlos en trozos de carne que admirar. Esto es lo que aparece en google al poner “disfraces de Halloween chico”.

 

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No creo que resulten inesperadas las diferencias que vamos a encontrar al cambiar la última letra de la búsqueda. Dudo mucho que los vestidos sexys y ridículos a partes iguales, las posturas imposibles y los cuerpos heteronormativos que van a aparecer en la siguiente imagen, sean una sorpresa para nadie. Por eso es importante incidir en ello, porque constantemente nos bombardean con lo que se supone que es “normal” y desde el feminismo, no vamos a dejar de poner el foco de atención en lo que pasa inadvertido ni de denunciar las violencias a las que las mujeres nos vemos sometidas en cada evento, tradición o celebración.

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Quizá poniéndolo en palabras pueda resultar más chirriante, hagamos la prueba:

Llega el 31 de octubre y el frío que ya empieza a apretar en esta época del año no debe ser ningún impedimento para que puedas ponerte un disfraz que deje gran parte de tu cuerpo al descubierto. Así podrás contribuir a la creación de esa escena tan clásica en los bares; en la que, a pesar de que la temperatura sea la misma para todas las personas, conviven chicas en tirantes y chicos con manga larga. No te olvides de elegir unos buenos tacones, que siempre estilizan, lo que no debes ignorar es que también inmovilizan, contribuyendo a que seas ese objeto admirado, entre otras cosas porque apenas podrás moverte.

Si echo la vista atrás, en un Halloween de hace casi dos décadas, me recuerdo disfrazada de diablesa, con mis mallas y body negro, la capa y el tridente. En un pub, bailando, bebiendo y moviéndome en esa delgada línea entre “sentir alivio por ser deseada y sentir rechazo por ser acosada”. Algo que entonces no podía ni sabía nombrar, algo que se traducía en mi interior como una lucha, llevándose gran parte de mi energía, despertándome culpas y acallando deseos de romper el molde. No puedo negar que desearía haber tenido la oportunidad de moverme en otros ambientes, en los que aprender a cuestionar desde pequeña, en  los que mirar detrás de mi necesidad de gustar, en los que darme cuenta de que de algún modo entregaba mi cuerpo para que la sociedad lo moldeara a su gusto a cambio de poder quererme a mí misma.

Ahora, aprovecho cualquier oportunidad para visibilizar el terrorífico machismo que nos envuelve cada día, para plantarle cara y compartir resistencias con el resto de mujeres.

No puedo saber si me habría enfundado en ese incómodo disfraz de diablesa si mi toma de consciencia hubiera sido anterior y no juzgo el atuendo que otras chicas elijan. Pero hay algo que sí tengo claro: habría escuchado mi cuerpo y mi malestar cuando algún machuno me molestara y le habría mandado bien lejos, apoyándome en mis amigas y reafirmándome en mi derecho a elegir cómo vestirme, cómo bailar y cómo divertirme sin tener que pagar ningún precio por ello.

Este artículo no parte de la intención de señalar la ropa que vestimos como un elemento de empoderamiento, sino de la profunda necesidad de legitimarnos unas a otras cómo sujetos de derecho, dignas de disfrutar del mismo modo que ellos en cualquier escenario, en este caso en una fiesta de disfraces. Para ello, es imprescindible ser conscientes de las trampas del sistema que nos sexualiza y utiliza como reclamo; y después nos coloca etiquetas en función de las decisiones que tomemos. Etiquetas muy diversas y contradictorias, a veces en clave neoliberal (liberadas – reprimidas) y otras siguiendo la tradición judeocristiana (zorras – recatadas); pero en todos los casos respondiendo a la necesidad de justificar y normalizar la mirada y el deseo masculino.

Son ellos (no me refiero al 100% de los hombres, absténganse los de #NotAllMen) los que se burlan, acosan, violentan y/o abusan de las chicas disfrazadas (alentados por la cultura de la violación) y los que deben recibir el rechazo y las etiquetas como machistas, acosadores, agresores y/o abusadores. Empecemos a llamar a las cosas por su nombre para seguir luchando porque el miedo pueda cambiar de bando, también en Halloween.

Hoy, mi fiesta ideal del 31 de octubre es ésta:

feminismo, fiesta feminista, brujas

Fiesta de Halloween de La Mala mujer organizada por Herstóricas

Un encuentro de mujeres feministas honrando la memoria de las mujeres sabias y libres de hace siglos que fueron perseguidas y torturadas. Un aquelarre de brujas confabulando para derribar el patriarcado; de esas que son molestas para toda masculinidad hegemónica, de las que dan verdadero terror por no comulgar con el orden establecido.

 

¿Cuál es la tuya?

 

 

Por Pilar Adán  (@adan_mujer )

 

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