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LEYES ESPERPÉNTICAS Y POLÍTICOS MEDIOCRES

La Ley Trans ha sido examinada en el Congreso de los Diputados y ha suspendido. La asignatura pendiente del Ministerio de Igualdad y la muy siempre compungida ministra, se han marchado a casa con las mismas maletas que llegaron al hemiciclo por la mañana. Unos cuantos partidos de esa nueva izquierda tan posmoderna y edulcorada que tenemos y que pretende hacernos creer que se pueden legislar los conceptos que cada uno tiene de sí mismo, dieron un paso al frente como adalides de la justicia divina, para que la ley, atascada en el Consejo de Ministros, entrase a trámite parlamentaria y saltar así el muro del Partido Socialista, poniendo a éste contra las cuerdas y que tuviera que mostrar sus cartas a la sociedad en general.

No se ha logrado. La ley vuelve a sus cauces normales, a enfrentarse a sus trámites obligatorios que pasan como punto de partida, porque no sea inconstitucional y que se ajuste a derecho, algo que a día de hoy no se cumple. Ardua tarea les queda a todas y todos los que tendrán que convertir los papeles empapados de purpurina que Irene Montero ha presentado como su recurso estrella, en algo similar a una legislación que no se tumbe con el primer soplo del viento de poniente.

Si la ley es ya un esperpento que, por reconocer los derechos que ya tienen las personas transexuales en este país, los quiere elevar a la enésima potencia, no se ha quedado atrás la puesta en escena de nuestros héroes nacionales. Hombres y mujeres que han demostrado en la tribuna de oradores que son muy capaces de hacer el ridículo más espantoso y abochornar a sus votantes con frases huecas y sin sentido.

Desde las arengas franquistas del señor Rufián para referirse a la mujer trans como una, grande y libre (que digo yo que los hombres trans se habrán sentido marginados porque casi ninguno se ha acordado de ellos…pero claro, son mujeres al fin y al cabo), a la nena del señor Baldoví que tuvo que hacerse trans para poder usar un vestido de hada, porque todo el mundo sabe que cuando un niño se viste de hada, se transforma por arte de birli birloque en Flora, Fauna y Primavera. No vaya a ser que solo sea un niño al que le gustan las hadas. Que eso no entra en la cabeza de nadie. Los niños solo desean ser el protagonista de Fast and Furius o Cristiano Ronaldo. Ahí se acaba la lista de ídolos.

Tampoco vayamos a olvidar al señor Errejón, que le ha pedido a la bancada de la derecha que legislen como si tuvieran un hijo trans. Qué penita me ha dado que nadie le haya recordado al eterno chaval del Congreso, que la transexualidad es algo demasiado serio, trascendental y permanente como para que un niño o un adolescente no lo tenga que pensar más de una y más de dos veces y siempre que sea posible de la mano de un buen profesional, antes de dar el salto a un proceso médico de por vida que dejará serias secuelas en su púber organismo.

Escuchando que todos somos intersexuales o que las que no queremos ver los derechos conseguidos pisoteados por doquier, es que tenemos disforia, las defensas de la ley han ido de mal en peor. Todo el amor que les cabe en el corazón a nuestros diputados y diputadas se ha tirado por la borda. Si ya nos odiaban a las feministas hoy con más razón. Las terfidas feminazis que despreciamos a todo el que no sea lo que nosotras decimos, han ganado esta primera batalla. Pero la guerra aún está por decidir.

Fuera de toda ironía, la ley trans es un descalabro social. Cada punto de su contenido es más terrorífico que el otro, pero lo que no podemos permitir, en un estado democrático, es que los deseos de unos pocos arrasen los derechos de las demás. La seguridad jurídica es primordial para la igualdad social y la aprobación de esa ley, destruiría el trabajo incansable de un feminismo que no está dispuesto a tragarse el sapo.

Las excepciones a la norma se tienen que demostrar porque no hay una ley para cada uno de nosotros. Desde una familia numerosa, una discapacidad, una víctima de violencia machista o un extranjero, han de justificar su situación para conseguir los beneficios que otorgan las leyes, si es que existen, o simplemente su reconocimiento. Sin embargo, la ley trans pretende otorgar respaldo institucional a la palabra individual de un ser humano. Quiere dar rango de ley a sentimientos.

Se basa en dos principios sencillos. El sexo se modifica como espectro voluble que es y la feminidad y la masculinidad existen como realidades tangibles. Premisas incongruentes. Eso no solo es falso, es que, además, esa falsedad es fácilmente demostrable. En el mundo vivimos miles de millones de personas divididas en mujeres y hombres y no existen dos seres humanos iguales, salvo por sus condiciones físicas y biológicas. Dos mujeres son diferentes, pero no dejan de ser mujeres. Igual con dos hombres. Gabriel Rufián y Santiago Abascal son distintos. En sus pensamientos, actuaciones, ideologías, gustos musicales, ropa que se compran y libros que leen. Pero los dos son hombres.

La feminidad nos dice que las mujeres tenemos unos rasgos propios que son universales. Mentira cochina. La feminidad es el conjunto de rasgos que la sociedad patriarcal establece para demostrar que todas las mujeres tenemos aspectos comunes que nos definen por encima de nuestra propia individualidad. Lo mismo podríamos decir de la masculinidad. Pero lo que ninguno de los que como gatos panza arriba defienden el “derecho” de cualquier ser humano a crear su propia identidad sexual, son incapaces de definir qué es una mujer o qué es ser un hombre fuera de inmutabilidad de nuestra sexualidad binaria, sin caer en esos estereotipos que no se cumplen ni con los miembros de la misma familia.

Pongamos un ejemplo de hasta donde podría llegar la ley trans para destruir la vida de las mujeres. Cuando nuestros próceres hablan de la violencia que sufren las personas trans, la incluyen en la violencia machista. Ese es un análisis tan mediocre como el que hace la derecha cuando habla de una violencia en general, sin carga sexual. La violencia machista es aquella que se ejerce sobre las mujeres por el hecho de serlo. A las personas transexuales no se las ataca por parecer mujeres o parecer hombres. Se les violenta por ser transexuales. Es decir, el origen de sus agresiones es distinto. Conceptualizar bien es imprescindible para atajar los problemas donde se producen.

Como éste, el feminismo es capaz de demostrar que todos los puntos redactados en la ley, son desmontables no ya con teorías o ideologías, si no con las actuales legislaciones en la mano. De ahí que nos señalen como su mayor enemigo porque cuando te enfrentas sin sustento a alguien que si lo tiene, el que pasa hambre eres tú. Es más, grupos de transexuales están en contra de ella porque desdibuja su propia realidad en favor de espectros sentimentales que nada tienen que ver con su existencia. No hay unanimidad ni en los propios colectivos. Por no hablar de cómo se desoye intencionadamente a las personas que destransicionan y son un vivo ejemplo de cómo se manipula una mente y se maltrata un cuerpo.

Las feministas, apoyadas en nuestra filosofía y nuestra agenda, por la que trabajamos diariamente sin descanso alguno, gritábamos en la calle y en las redes sociales que la ley trans es patriarcal. Y ya sabemos todos que la cultura popular sale en nuestra defensa en muy contadas ocasiones. En este caso, lo hace. Porque lo mismo que la mona, por mucha seda que se ponga, patriarcal, lo que se dice patriarcal, seguirá siendo. Y nosotras seguiremos luchando para que no se apruebe.

Por Belén Moreno  @belentejuelas

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