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MI ESPACIO, MI LIBERTAD

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Desde tiempos inmemoriales, los hombres se han reunido en soledad para tratar temas de los que se conocían protagonistas y únicos con capacidad para tomar decisiones que determinaban la vida de millones de seres humanos. La clase política ha estado dominada por los hombres, así como cualquier otras esferas de poder, tales como el económico, social, intelectual, técnico, etc. A día de hoy todavía se plantean foros donde la presencia femenina es residual o inexistente incluso para tratar temas que solo nos afectan a nosotras.

Una imagen reiterada y significativa, es aquella donde un nutrido grupo de personas sentados alrededor de una mesa  larga y bien decorada, donde una vez terminadas las conversaciones banales, los hombres se levantan, toman sus copas de caros licores, encienden sus puros y se marchan a otra estancia para mantener sesudas conversaciones en las que las mujeres no entran porque no se las consideraba capacitadas para esos niveles de intelectualidad.

Ellas, también toman una copa de licor más ligero, se agrupan juntas en un salón para hablar de “cosas de mujeres”. A saber, la maternidad, las labores domésticas, la decoración, la jardinería o cualquier cosa considerada trivial, que solo ellas con su mente reducida podían entender.

Este ejemplo es una forma de expresar que son los espacios no mixtos. Esos lugares donde nos reunimos con nuestro grupo de iguales y donde sentimos libres para expresarnos. Para hablar de aquello que nos afecta, donde compartimos sentimientos, esperanzas o anhelos. Son un refugio donde las mujeres empezaron haciéndose confidencias personales y hoy, gracias a los avances que el feminismo ha ido logrando, utilizamos para analizar nuestra situación en la sociedad y donde tomamos las riendas de la lucha que queda por hacer.

Los hombres nos llevaron a esos espacios para no permitir que estuviéramos en la toma de decisiones. Nosotras aprendimos a utilizarlos para crear vínculos. Esas confidencias se fueron transformando en teorías, en pensamientos y filosofías. También en acciones colectivas, en asociaciones, para decidir qué y cómo queremos que sea nuestra vida.

Es decir, un espacio no mixto es un espacio seguro. Aseos, conferencias, gimnasios, reuniones, etc. Son espacios para hablar y mostrarnos sin tapujos. Donde tratan los problemas que nos atañen o donde poder mostrarnos tal cual somos. Un lugar donde las mujeres sabemos que solo estamos entre nosotras y donde se nos permite desenvolvernos en ellos con total libertad. Para vernos, para hablar, para decidir, para vivir. Los consideramos tan seguros que permitimos que nuestras hijas pequeñas los utilicen con la tranquilidad de que en ellos solo van a encontrar personas como ellas.

¿Pero qué ocurre cuando los espacios dejan de ser seguros? ¿Qué le decimos a nuestras niñas cuando llegan a los servicios de un establecimiento y en el cubículo de al lado, hay un señor haciendo pis de pie que luego se retoca ante el espejo, con una apariencia de feminidad ficticia? ¿Qué hace una joven que entra a ducharse en los vestuarios de un gimnasio y se encuentra con un fornido varón que no duda en mostrar sus partes más pudendas mientras se pone un sujetador con relleno porque no tiene senos? ¿Pensará que se ha equivocado ella o que el equivocado es él?

Todos necesitamos cierta intimidad para realizar algunas funciones vitales como hacer pis, ducharnos o cambiarnos de ropa. Pero si sabes que en caso de tener que compartir el espacio, lo vas a hacer con alguien que tiene lo mismo que tú (más grande o más pequeño  pero lo mismo) los niveles de pudor se rebajan y la seguridad hace que te sientas libre para dejar tu cuerpo visible. Pero ¿y si no es así?

Las mujeres hemos luchado mucho para estar presentes en la vida social. Se nos ha negado durante años el derecho a hacer deporte, y ahora que ya se ha conseguido y que el deporte femenino está siendo motivo de orgullo para muchos países, resulta que lo tenemos que compartir con ciertos señores que han utilizado las laxas y discriminatorias leyes de identidad de género, para colarse en las competiciones volviendo a relegar a las mujeres a segundos, terceros o sabe dios qué niveles, solo porque “se sienten mujeres” y sus derechos están por encima de los de ellas. Nuestras deportistas están perdiendo su titularidad y su espacio no mixto.

La cárcel es ese lugar donde se encierra a personas que han cometido delitos. Algunos contra la libertad sexual de las mujeres. Sin embargo, para las presas compartir espacio (recordemos que la cárcel es un lugar con total ausencia de libertad) con hombres que en su momento se declararon mujeres para no ir a cárceles masculinas, pueden convertir la vida de las presas en un peligro constante. Compartir celda, duchas, comedores, espacios de ocio, estudio o cualquier otro, con un hombre del que no sabes nada cuando ya estás en situación de encierro, empeora la situación a un límite que no podemos imaginar las que estamos fuera.

Las leyes de identificación de género permiten todo eso. Hombres que cambian su situación jurídica y registral porque la ley les ampara y socavan los que ha costado muchas vidas conseguir. Nos relegaron a un espacio no mixto por obligación, por no considerarnos iguales, porque nuestros cuerpos eran lascivos y debían ser ocultados, porque no estábamos capacitadas o porque se nos trataba como idiotas o limitadas mentalmente y cuando lo transformamos en un espacio libre de presiones masculinas,  lugares nuestros, donde estamos arropadas y seguras de miradas o de pérdidas de intimidad, o de la dar por nulas nuestras opiniones, pensamientos, reputación y credibilidad profesional, nos lo arrebatan porque los hombres están por encima de cualquier cosa. Sus derechos son tan valiosos que se imponen para  anular los de las demás, invadiendo nuestros espacios solo porque hay quien quiere admitir que para ser mujer basta solo con decirlo.

Permitir que niñas y mujeres pierdan la seguridad del espacio libre de masculinidad es exponerlas a posibles agresiones, a miradas de personas no deseadas, a obligarlas a mostrar su lado más íntimo y personal, ante seres humanos que lo único que tienen de mujer es su auto concepto. Ser mujer es una realidad que se manifiesta en nuestra corporalidad. En toda, no solo en la vagina o los senos. Todo nuestro cuerpo es un cuerpo de mujer. Nuestras inquietudes y problemas, también. Si no queremos ponerlos a disposición de nadie, estamos en nuestro más que legítimo derecho. Y eso nadie nos lo puede arrebatar.

 

Por Belén Moreno  @belentejuelas

 

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