Como todos los años celebramos el día de la madre el primer domingo de mayo. Este año y debido al confinamiento, muchas mujeres recibirán regalos de sus pequeños en forma de dibujos o manualidades y se librarán de las planchas, las aspiradoras o demás pequeños electrodomésticos que durante años han sido los reyes de los obsequios para las mamis y que significaban esa recompensa que la familia entregaba al trabajo eterno de ser la MADRE. Todos sabemos que una vez que tienes hijos, los objetos personales no tienen importancia frente a cualquier aparato o complemento que nos una más a nuestra doméstica tarea del cuidado y el bienestar familiar.
Ser madre es una elección. La diferencia que los humanos tenemos con el resto de mamíferos es que tenemos la capacidad de elegir. Nosotras no tenemos por instinto primario la necesidad de tener crías para la supervivencia de la especie. Y como ya no vamos por la vida en diligencia, nuestros hijos no son ya una fuerza de trabajo que traer al mundo. Hoy las mujeres pueden vivir una vida feliz, satisfactoria y completamente plena sin tener hijos.
Sin embargo, desde que los hombres cazaban mamuts, el hecho de la maternidad ha marcado y sigue marcando la vida de las mujeres. Una importante parte de los habitantes de la Tierra cree a pies juntillas que una mujer sin prole tiene dos problemas. O es una egoísta de tomo y lomo o simplemente está defectuosa. Porque nosotras estamos hechas para parir. Física y emocionalmente, traer hijos al mundo es la principal función de una mujer. La crianza está tan unida a nuestra condición humana que si no la ejercemos es porque realmente nos pasa algo malo.
El patriarcado asignó la tarea de criar a los hijos y desde ese punto de partida, extendió sus tentáculos para que las demás facetas de nuestra existencia estuvieran enmarcadas entre los vértices de dicha función. El trabajo remunerado y el que hacemos gratis, nuestro cuerpo y sus formas, el lugar que ocupamos en la sociedad y cómo lo desempeñamos o la forma en que los demás miden nuestro valor. Hasta hace relativamente poco tiempo, las mujeres que no tenían hijos voluntariamente eran vistas como “machorras” que obviaban su función principal y sufrían un, a veces muy descarado desprecio, y otras, simplemente una indiferencia por parte de sus pares.
Esta maternidad, tanto elegida y voluntaria como la impuesta, lleva consigo un sinfín de problemas añadidos que desde el feminismo se tratan de hacer visibles, primordialmente para acabar con ellos y ofrecer a las mujeres la posibilidad de seguir siendo mujeres aunque también sean madres.
Las madres son mujeres y sufren las mismas discriminaciones que las demás por el hecho de serlo pero, además, en la madre, el patriarcado se apoya en la justificación de que las mujeres ya tenemos una función vital. Como si la Prehistoria no hubiese sido superada, los hombres cazan y proveen de bienes y servicios a sus familias y las mujeres cuidan, crían y sacrifican sus vidas por las familias. La abnegación y la anulación de su existencia se da por hecha y sacar los pies de ese patriarcal plato, supone ser señalada con el inquisidor dedo de la sociedad.
Ya no vamos con pieles ni vivimos en cuevas pero extrapolando ese cortoplacista sentido de sociedad y este ajustamiento de roles en cada sexo, las madres siguen siendo tratadas como seres a venerar pero siempre que no varíen mucho sus expectativas vitales.
Las mujeres en general sufrimos la precariedad laboral, el techo de cristal o el suelo pegajoso. Pero cuando tienes hijos y reclamas tus derechos para seguir siendo la persona que has elegido ser, vives con los ojos culpabilizadores pegados en tu espalda. ¿Por qué quiere una mujer seguir ascendiendo o mejorando laboralmente si ya tiene cumplidos todos sus sueños al mirar la carita tierna de sus hijos? ¿Por qué trabajar a jornada completa si con cuatro horitas al día, nos damos el gustito de pensar que seguimos siendo seres sociales? Además, las labores domésticas que conlleva el cuidado de la familia, al no ser compartidas en igualdad de condiciones o al menos al asumir toda la responsabilidad ya que nos “ayudan” con benevolencia, deberían dan por conseguidos nuestros anhelos más profundos.
Las madres somos la excusa perfecta para que el machirulo de turno, adopte la postura de defender su “igualdad” porqué cómo va a ser machista un hombre si tiene madre. Otra cosa es que el resto de las mujeres del planeta le importen lo más mínimo. El solo hecho de haber sido parido por una ya elimina de un plumazo su misoginia, aunque su comportamiento con el resto de mujeres diga todo lo contrario.
Nuestro cuerpo varía con los años pero como todas sabemos, las mujeres estamos permanentemente expuestas en el escaparate social. Somos juzgadas hasta el punto de que nuestra apariencia importa en muchos casos más que nosotras mismas. Sin embargo, tener hijos deja una huella inevitable en nuestra fisionomía. El sacrificio que se nos exige para seguir usando bikinis o que nuestras caderas recuperen su dimensión adolescente tras los partos sucesivos, es impresionante. Cada verano, las distintas celebrities o influencers de turno que ya han vivido la experiencia maternal y la sociedad machista les exige que mantengan el cuerpo como cuando tenían veinte añitos, lucen su palmito en playas y piscinas para que hagamos la comparativa de las que como seres humanos normales, no hemos podido más que asumir que nuestros pechos caen un poco tras la lactancia o que las estrías forman parte ya de nuestro mapa corporal.
En las nuevas sociedades occidentales, hay una clase de madre que no es tal. Aquellas a las que se las alquila su útero para cumplir las satisfacciones de permanencia genética de parejas e individuos homo y heterosexuales, cuyas funciones biológicas no les permiten hacerlo o simplemente porque prefieren que su cuerpo no sufra los rigores de un embarazo y un parto. En ese caso, a todas las discriminaciones y marginaciones posibles por su sexo femenino, se les une la pobreza, el aislamiento y la explotación. Las consecuencias de la experiencia son para ellas porque la parte bella de la maternidad se va a otro país después de haber extendido un cheque.
Como yo siempre digo, yo soy una mujer que tiene hijos. No una madre. Si aceptásemos que al ser madres todos los demás aspectos de nuestra vida quedan subyugados a ese hecho, desaparecíamos del espectro social. Y ninguna de nosotras va a permitir que eso pase. Así que, querido patriarcado, tienes mujeres luchadoras, con o sin hijos, para rato.
Por Belén Moreno @belentejuelas
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