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MUJERES DE CARNE Y HUESO

Dicen que los elefantes tienen memoria genética y recuerdan el lugar donde deben ir a morir.
Mis conocimientos de biología paquiderma son bastantes limitados y no me atrevo a asegurar
si esta afirmación es cierta o solo una ficción, pero si fuera cierta, estoy segura que las mujeres
también debemos tenerla, no para recordar dónde murieron nuestras antepasadas pero sí
para tener afianzada en la memoria que nuestros logros han sido conseguidos por la lucha de
mujeres anteriores a nosotras.

El voto femenino, el derecho al aborto, al divorcio (que le permitió a muchas mujeres separar
su vida de una relación tóxica) las condiciones laborales, la declaración de feminicidios, las
mejoras en las leyes de violencia machista, el acceso a la educación, al trabajo remunerado,
etc, son logros de las mujeres para las mujeres. Es decir si queremos conseguir mayores
grados de igualdad nos las tenemos que ver con quién sea, pero hacerlo nosotras porque en
esta vida nadie jamás nos ha regalado nada.

En este momento histórico que nos ha tocado vivir, seguimos trabajando por ampliar derechos
y reconocimientos y extrapolar nuestra lucha para hacerla global, porque hay lugares donde
las mujeres siguen sufriendo un trato altamente vejatorio. Pero cuando nos veíamos más cerca
de acercarnos a la meta tan ansiadamente perseguida, dando la mano a las que vienen detrás
para entrar juntas hasta el podio de los premios, nos encontramos con que el machismo
inventa nuevas formas de maltratar mujeres y llena la carrera con trampas mortales.

Seguimos esperando leyes abolicionistas que dejen de explotar nuestro cuerpo sexual y
reproductivamente. Vemos como se excusan gobiernos y políticas para no poner en marcha el
cambio significativo que permita a las prostitutas abandonar para siempre su situación,
persiguiendo no solo al que lleva a cabo la trata de personas, sino a los proxenetas y puteros.
También contemplamos la laxitud con que los diferentes gobiernos miran la gestación
subrograda y siguen permitiendo que la biología femenina sea la máquina de fabricar hijos
para los que pueden permitirse el lujo de pagar por ellos.

Y nos queda por conseguir la abolición de nuestro yugo más pesado. Ese que nos
hipersexualiza, que nos exige ser madres, cuidadoras y abnegadas. Ese que da por hecho la
limitación intelectual para determinados temas, que nos mantiene pegadas al suelo y
tapadas por el cristal del techo. Ese que nos viola, nos asesina. Ese que permite la
explotación laboral y sexual y el larguísimo etcétera de agresiones que sufrimos por nuestro
sexo. Porque no olvidemos que todo eso nos pasa por ser mujeres no por sentirnos mujeres.

Llevo leyendo mucho tiempo que las mujeres somos tales porque “socializamos” como
mujeres. Categóricamente falso. Las mujeres somos seres biológicos igual que lo son los
hombres, los árboles o las ovejas. Existimos en una realidad tangible con unas características
físicas que van mucho más allá de una vagina, un útero o unas mamas desarrolladas. Nuestro
cuerpo es diferente siendo igual al del hombre. Ambos tenemos corazón, pero el nuestro es
más pequeño. Ambos tenemos intestinos, pero los nuestros son más cortos. Ambos tenemos
cerebro pero ellos le tienen más grande (y que sepáis que no existe relación alguna entre el
tamaño y las funciones cerebrales, que nadie se venga arriba). Tenemos enfermedades que
solo padecemos nosotras igual que hay otras que no. Es decir, negar la biología para negar a
las mujeres es no solo una falsedad sino una deliberada forma de exclusión y marginación.

Y si todo esto no fuera ya bastante aplastante, el proceso de socialización no lo realizamos
nosotras, sino que nos socializan. Desde nuestro nacimiento, la sociedad nos empuja
suavemente (y no tan suave en muchos casos) al camino trazado de antemano para nosotras.
Con más o menos inconvenientes y trabas, ese género tan nombrado siempre por las
feministas elije por nosotras, en algunos casos hasta el pensamiento.

Negar todo eso y utilizarlo para justificar la existencia de otros colectivos es denigrante y sobre
todo muy mezquino. Inventar términos para definir o insultar a las mujeres, obviando la
palabra real, no ayuda. Al contrario. Forma parte del proceso de exclusión. Somos un colectivo
que en el planeta asciende a 3.811 millones de mujeres (según datos de la ONU). ¿Alguien se
cree capaz de hacer que esa brutalidad de seres humanos pueden hacerse invisibles para dar
reconocimiento a un colectivo que no supera los 25 millones en todo el mundo (y esta cifra es
estimativa pero no muy lejana a la realidad)?

Nadie niega que las personas tengan derechos. Todas las personas los tienen, pero los
derechos de unos no pueden suponer la pérdida de derechos de otros. Hablar de porcentajes
de paro, de agresiones y de discriminación a unas personas que ven como asesinan a cuatro
personas en un día solo en España, que se denuncia una violación cada cinco horas y que
sufren agresiones constantes por el sexo que portan, es ruin. Intentar aprobar leyes que
aporten derechos pisoteando los de las demás y encima sentirse apoyado por las instituciones
para hablar de limpieza “higiénica” (que en otro contexto serían purgas) cuando alguien
muestra rechazo a esa futura ley, proyecta una imagen de un colectivo que no queremos entre
nosotras.

El feminismo es el grupo de mujeres que lucha por los derechos de las mujeres. Nos hemos
enfrentado a todo a lo largo de nuestra historia y seguiremos haciéndolo aunque el abanico
incluya ministerios, institutos, leyes y otros colectivos. No vamos a parar, intentarán echarnos pero nos
reagruparemos otra vez. Nos insultarán y amenazaran de muerte pero haremos oídos sordos
porque lo que nos mueve es mucho más importante. Os quedaréis con lo conseguido porque

alguien os lo entrega haciéndose cómplice benevolente, pero no nos vamos a echar a un lado
para dejaros pasar.

Integrarse jamás debe suponer expulsar a otro para usurpar su sitio.

 

Por: Belén Moreno @belentejuelas

 

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