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MUJERES SANAS IN CORPORES SANOS

La vida de las mujeres siempre ha estado limitada por los bordes que el Patriarcado nos ha impuesto. Hemos sido consideradas, en algunas épocas, muy por debajo de lo que se entendía por ser humano. La Iglesia Católica investigó si realmente teníamos alma y científicos de todas las épocas han dudado de nuestra capacidad cognitiva. 

Nuestro cuerpo ha sido campo de batalla para todas las incursiones que los hombres han decidido. Somos a diario juzgadas por nuestro aspecto, nuestra talla, nuestra altura o nuestra capacidad o no de generar vida. La sexualidad femenina ha sido un tema invisible, llegándose a considerar que padecíamos histerismo solo porque nuestros compañeros sexuales pensaban que lo de la excitación era cosa de machos. Se nos ha usado, explotado, vendido, comprado y exigido que pongamos nuestras “capacidades gestadoras” al servicio de los deseos de formar familias.

A todas esas atrocidades que hemos y seguimos soportando tenemos que sumar nuestra invisible existencia para medir parámetros de seguridad o sintomatología médica. 

Según la Universidad de Virginia, las mujeres tenemos un 73% más de probabilidades que los hombres de sufrir lesiones graves en un accidente y un 17% más de morir en un automóvil. Esta estadística no es porque “como mujeres que somos” conducimos peor, sino porque estos impactos se miden en torno a los hombres. El maniquí medio tiene los valores antropométricos de un hombre de 1.77 de estatura y 76 kilos de peso. Hasta hace 8 años, no se usaban maniquíes de tamaño femenino y solo es obligatorio utilizar ese muñeco en el asiento del copiloto. Como veréis, la ciencia y la tecnología siguen dando por hecho que a nosotras han de llevarnos a los sitios. Conducir es cosa de hombres. 

Las medidas de los cinturones de seguridad o de asientos del lado del conductor sigue siendo del estándar masculino y eso supone que, en un accidente, el cuerpo de una mujer se verá más expuesto al golpe que al de un hombre. ¿No habéis notado alguna vez que mientras conducís, el cinturón os llega a la altura de la garganta y os ahoga un poco? Pues es precisamente por esto, porque están colocados para que cubran el pecho del hombre que estadísticamente es más alto que nosotras. 

La investigación científica y tecnológica ha mantenido fuera a las mujeres. Por ejemplo. Los síntomas de un infarto de miocardio son diferentes en una mujer. Pero como la estadística decía que el “individuo tipo” para sufrir esta dolencia era un hombre, son sus síntomas los que se han declarado universales. Esto supone una merma importante en el cuidado y tratamiento de las enfermedades cardiovasculares en las mujeres, aunque hoy día el porcentaje de dolencias cardíacas es muy superior al que se consideraba en siglos anteriores. 

El uso de medicamentos antidepresivos se ha comprobado más elevado en las mujeres, pero no porque tengamos mayor tendencia a sufrir este tipo de trastornos sino porque la sociedad machista y toda su simbología (techos de cristal, jornadas interminables, mayor responsabilidad en los cuidados y tareas domésticas, etc) decide la medicación, para no investigar los orígenes de los estados de depresión o ansiedad en las mujeres. Es decir, es mejor enchufar una pastilla que buscar las causas de por qué la mujer soporta una sobre explotación de su cuerpo y su mente. 

Incluir la perspectiva de las diferencias anatómicas de los dos sexos en la estadística y estudios médicos permitiría comprobar que nuestra biología es diferente y que las enfermedades nos causan síntomas distintos. Cada ser humano único y su enfermedad también, pero los médicos utilizan los porcentajes para poder diagnosticar mejor cualquier dolencia. Si en esos porcentajes no se incluye el concepto de que las mujeres somos distintas, y que las reacciones de nuestro cuerpo son de otra índole, la enfermedad será más complicada de diagnosticar. 

Negar la biología de la mujer, es condenarnos a ser todavía más invisibilizadas, dando por hecho que nuestra naturaleza es igual que la de los hombres, justificando así que no se apoyen ni financien estudios científicos adaptados a nuestro cuerpo. Nuestra realidad corporal nos hace seres complejos porque a lo largo de nuestra vida, experimentamos distintos estadios que han de ser tenidos en cuenta necesariamente, para valorar el impacto de la enfermedad o los accidentes que podamos sufrir y padecer. La pubertad, la menopausia, la maternidad, la lactancia o la ausencia de todo esto, modela nuestra anatomía con procesos hormonales que hacen a nuestro cuerpo muy distinto a los de los hombres, cuya naturaleza no los sufre. 

Como vemos ser mujer y sus consecuencias es mucho más amplio que la simpleza de declararse mujer. Pase lo que pase, un hígado, un pulmón o un intestino no son lo mismo en un sexo o en otro. Y por dentro, en la anatomía más primigenia, siempre seremos mujeres y hombres. Una falda no va a cambiar la indiscutible estructura biológica, esa que la naturaleza nos otorgó al nacer.

 

Por Belén Moreno  @belentejuelas

 

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