Llevamos en el año 2019 varios asesinatos machistas a nuestras espaldas. Y una piensa en las familias de las víctimas, en sus jóvenes vidas, en sus historias. En el poso de dolor que habrá tras estas muertes y en el que las víctimas habrán sufrido hasta llegar al punto de perder la vida a manos de sus verdugos.
Es atroz cada uno de estos sucesos, pero más atroz, por injusto, resulta soportar la tibieza de la mayoría de la población, la de infinidad de hombres que justifican con frases ramplonas estos sucesos, el silencio de quienes defienden la vida pero callan ante este tipo de atentados. Los crímenes machistas campan a sus anchas sin que nadie haga nada por resolverlos de verdad, sin que nadie con el suficiente poder para cambiar las leyes, para cambiar la educación y para cambiar la visión social de estos asesinatos, mueva ni un dedo a no ser que le sume un rédito político de cara a los próximos comicios.
Para empezar cualquier violación, cualquier agresión sexual que termine con el asesinato de la mujer, debería ser contabilizado como violencia machista. Que una chica aparezca semidesnuda en el campo o como las dos chicas que aparecieron el mismo día asesinadas con signos evidentes de violencia en la playa de la Barceloneta y de las que ya no hemos vuelto a saber nada, son evidentemente agresiones sexuales que ocurren solo y exclusivamente por ser mujeres. Precisamente la violencia machista es la que se da cuando la persona afectada la sufre por el hecho de ser mujer. Decidme cuántos hombres aparecen muertos con los pantalones por las rodillas… pues ahí reside la puñetera diferencia que nadie parece entender.
No es ni medio normal que un día cualquiera nos levantemos con estas noticias. No es normal que una mujer prostituida muera de una brutal paliza en el hospital y se haga el silencio a su alrededor. No es normal que una chica salga de casa y corra el riesgo de no volver. No es normal que por el hecho de ser mujer tengamos más posibilidades de morir asesinadas a manos de cualquier hombre. No es normal que nosotras tengamos que morir asesinadas por un hombre en uno de cada dos casos. No es normal la violencia, ni la justificación de esta. Ni es normal que se ataque a las mujeres cuando levantamos la voz para decir basta, para decir que ya estamos hartas, que no se puede soportar este estado de violencia en las calles, esta indefensión, esta arbitrariedad.
Los políticos tibios que se ponen lazos y guardan minutos de silencio no nos representan ya. La ley de violencia de género no nos protege. Quienes deberían sentirse avergonzados ante la conducta bárbara de sus congéneres nos atacan porque se sienten ofendidos en su hombría. Quienes lanzan mensajes provida se callan ante la muerte violenta porque al parecer no todas las vidas valen lo mismo. Los que creen que la igualdad ya existe nos llaman exageradas. Los que tratan de esconder su machismo tras la lógica nos hablan de estadísticas y probabilidades. Los que ni siquiera se esconden, aquellos que dicen querer derogar la ley de violencia de género, sacan pecho anunciando una reforma en la que se equipara la violencia machista con la doméstica y ocultan que solo un 10% de los hombres mueren a manos de una mujer. Otros lamentan lo ocurrido desde un punto de vista paternal que a la hora de la verdad no sirve para nada.
¿Hasta cuando hemos de soportar tanta indiferencia? ¿Hasta cuando tenemos que aguantar que sigan siendo ellos quienes nos protejan con leyes inútiles? ¿Por qué tenemos que esperar a que una sociedad patriarcal nos salve de sus mismos abusos y principios?
Se impone un cambio. No sé cual ni de qué modo, pero si sé que solo las mujeres podemos salvar a las mujeres. Solo nosotras, legislando esas leyes necesarias desde nuestra posición podemos hacer que estas sirvan para algo y no se queden en un intento fatuo que luego ni condena ni sirve para nada. Solo las mujeres podemos hacer esto. Mejor sería que se apartaran y cedieran el paso de una vez porque llevan demasiado tiempo marcando el orden del mundo y está claro que es un orden en el que nosotras no contamos y que no tenemos, por tanto, que aceptar.
Por @ninapenyap
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