No soy madre. No voy a ser madre. No quiero ser madre. Nunca he querido ser madre.
Podría hablar en números, comparativas, hipótesis… Pero voy a hablar por mí, con mis certezas, con mis experiencias y mis conclusiones, mis hipótesis y mis teorías. Y, sobre todo, con mis sentimientos.
Nunca he querido ser madre. Sin más. No ha habido una carrera, ni falta de parejas o exceso de ellas, o quizá de calidad de las mismas, no. Simplemente no he querido ser madre, ni quiero.
Desde que tengo constancia de que se podía elegir y llevar hasta sus últimas consecuencias, he dicho siempre no. Y de hecho, aquí estoy, tengo 43 años y ni siquiera he tenido uno de esos tan consabidos sustos. Los medios para impedir la maternidad, en mi caso, han sido más que efectivos, claro, que el arma más implacable ha sido mi voluntad.
Mi férrea voluntad ante el enésimo engaño que tenemos que machacar las mujeres: no soy menos por no querer ser madre y, desde luego, tampoco se es más por serlo.
Como en el campo de batalla, siempre te llegan disparos por donde menos te lo esperas, un flanco, la retaguardia, incluso un tiro a quemarropa:
– ¿No te gustan los niños?
– Ya te sonará el reloj y luego no podrás.
– Eres muy egoísta.
– No se es una mujer completa hasta que no se es madre.
– Te vas a quedar sola en la vida.
– No hay mayor felicidad.
Así podría seguir hasta aburriros, como me ha pasado a mí, pero yo lo he tenido siempre tan claro que todos esos ataques me llegaron como gelatina fresca, rebotando suavemente y partiéndose en mil pedazos.
Y seguro que las madres me pueden contar mil y uno de estos «consejos» o «cuestiones» que tampoco sirven para nada más que para herir.
Pero en la guerra siempre hay un tiro que nos abate, no se puede evitar, y yo, como todas vosotras, no soy infalible, (menos mal).
¿Por qué mujeres madres y mujeres no madres tenemos que estar enfrentadas?
¿Por qué tenemos que perpetuar esa estela de gas venenoso y mal oliente que nos sigue, desde que el mundo es mundo, y el hombre se creyó su dueño, que es lo envidiosas y traicioneras que somos entre nosotras?
¿Por qué la madre tiene que ser la mujer feliz y completa y la carente de hijos tiene que ser amargada y resentida?
¿Por qué la que no ha engendrado, ni tiene retoños a su cuidado vive «despreocupada y feliz» y las madres son «sufridoras y presas»?
¿Por qué dividirnos siempre?
¿Por qué rompernos?
¿Por qué?
Me da la sensación de que os voy a contar algo que ya sabéis hasta la saciedad, todas, pero creo que nunca está de más recordar lo patético y ruín que es el enemigo, (sí, enemigo, el que nos hace esto no puede tener otro nombre).
Desde que el ser humano se sabe como tal, ha tenido dos terrores perpetuos e inconmensurables: lo desconocido y la muerte.
Qué grandeza que la mujer tiene en sí misma la llave que puede aplacar ambos: es a la vez principio de eternidad y sabiduría.
La mujer puede darle al hombre ese pequeño ser que le hará sentirse algo más cerca de la inmortalidad y solo ella sabe cómo, cuándo y por qué. La mujer es poderosa. Pero no tiene el poder.
Ese lo ostentará el hombre con sus millones de años de engaño, tortura y muerte.
Es curioso que en el temblor, más que embravecido, de esta cuarta ola, aún sigamos cayendo en el mismo engaño: las madres y las no madres. Las que quieren serlo y las que no.
Hemos llegado a seguir tan ciegamente el camino allanado por el patriarcado que incluso somos capaces de comprarnos las unas a las otras la maternidad.
No puedo más que preguntarme cómo ha podido pasar esto. Nos ganan por la mano. Nos rompemos nosotras mismas y ellos no tienen que hacer absolutamente nada más que sentarse a contar cadáveres.
Siglos y siglos de crianza impuesta, de perpetuar «sus» genes, de hacerlos inmortales, nos han hecho olvidar que nosotras somos poderosas y el primer gesto de poder es elegir entre sí o no, sin para ello dejar de ser lo que somos, mujeres.
Y esa elección es siempre de vida, la nuestra, por lo que para lo único que debería servir sería para unirnos aún más, para que las madres hagan trizas las piedras que tiran a las compañeras que no lo son, y estas hagan una barrera para proteger la maternidad.
Porque no solo las madres tienen que plantar la cara cuando todo se pone en contra de ellas para serlo, pero como mujeres no pueden, ni deben, olvidar que ante todo hay que proteger la dignidad de todas.
No hay fracaso más doloroso y aberrante que ese deseo de inmortalidad nos haga pagar por una esclava. Nadie merece serlo: ni esclava, ni madre.
Solo merecemos nuestra dignidad. Y esta no depende de tener, depende de ser.
No deberíamos haberlo olvidado, pero son tantos siglos y tantos golpes recibidos…
Tantas elecciones no hechas… Tantos deseos no anhelados… Tanto poder arrebatado…
Somos mujeres poderosas porque tenemos la semilla de la inmortalidad y sabias porque sabemos cómo, cuándo, por qué y para qué plantarla.
No debemos olvidar que juntas seremos invencibles, ellos lo tienen más claro que nosotras: nos abrieron una brecha de siglos que ahora podemos cerrar, sin dejar rastro, porque las madres y las que no, somos mujeres agarrándonos unas a otras por no caer en esa falla enorme. No nos dejéis. No os dejaremos.
Por Chopito’s mum (@chopitosmum )
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