Sigue rondando por redes sociales la polémica a raíz de un anuncio lanzado por la marca Gillette; la que todas conocemos, sí, esa que sigue sacando mujeres ya depiladas en sus spots publicitarios.
Pues parece que las ideas revolucionarias de esos directivos que normalmente se lucran de nuestros complejos han dado un vuelco y esta vez decidieron adueñarse de nuestro discurso.
Porque la idea de un rol masculino deconstruido que ayude a cambiar la perspectiva de aquellos de su mismo género con temas tan cotidianos y alarmantes como el bullying o el acoso callejero no es un invento nuevo. Ese “boys will be boys” que critican, esa masculinidad tóxica, es aquello que señalamos cada día frente a nuestros amigos, nuestras parejas o nuestros compañeros.
Sorprendente que una marca para la cual nosotras solo somos válidas sin un atisbo de vello corporal considere que nuestras consignas también son un medio para sacarnos el dinero.
Y esto no es nada novedoso tampoco, lo vimos cuando Inditex sacó camisetas feministas fabricadas con el sudor de mujeres explotadas; no es más que una estrategia del capitalismo para decir “ey, no soy el enemigo, también me mola tu rollo. Vamos a llevarnos bien”.
Pero, como siempre, es una trampa.
Un sistema que nos explota y nos oprime como mujeres trabajadoras nunca va a apoyar nuestra liberación. Por muchos spots que lancen al mercado, porque la intención no es más que la de vender.
El purplewashing, al igual que el pinkwashing o el capitalismo rosa, no son más que artimañas del capitalismo por adaptarse a aquello que le parece agresivo para, de esta forma, poder llevarlo a su terreno.
Son conscientes de que, abanderando un tenue discurso feminista, conseguirán tanto compradores a los que la campaña les llame la atención como polémica en base a este, que es lo que más ha ocurrido, pues aquellos actos recriminables frente a los que los machistas cierran los ojos (o fomentan) han provocado que llamasen a un boicot absurdo a la marca en un arranque infantil.
No debemos caer en el error de humanizar el capitalismo cuando Gillette no trabaja con nosotras, no se pone en nuestra perspectiva, no empatiza. Simplemente es una muestra de que nuestro discurso está calando; que es necesario adaptarse a nosotras.
Nunca una empresa que se lucra de nuestra doble opresión se convertirá en nuestra aliada por mucho que modifiqué su discurso de cara a la galería.
Han provocado que se alteren unos cuantos machistas por redes, pero no tantos como los que se asquean cada vez que una de nosotras no usamos, precisamente, los productos de Gillette.
Y, sin embargo, todos deben caer.
Por Ángela (@Angela_1723 )
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