Esta semana pasada, en la que la violencia de género ha vuelto a ser noticia con el asesinato de la joven Laura Luelmo, muchos se empeñaban en desmentir la existencia de una violencia estructural contra las mujeres.
Con cada asesinato machista, afloran en medios y redes sociales los discursos que buscan una neutralidad en la violencia. Estas voces argumentan que la violencia no tiene género, confunden con estadísticas de denuncias falsas y definen a los asesinos como locos -excepciones a la regla- en vez de como el extremo más doloroso de la cadena de violencias con la que convivimos las mujeres. No es de extrañar que, a veces, sean otras mujeres las que intentan camuflar esa sociedad machista bajo una falsa neutralidad ya que, si hay algo más difícil que luchar contra esa realidad, seguramente es aceptarla. Somos ciudadanas de segunda.
La existencia de la mujer se concibe socialmente subordinada a la del hombre. Desde que nacemos, desde que nos perforan las orejas y nos visten de rosa, se nos impone un ideal femenino, una construcción social llamada género, en la que debemos integrar nuestras identidades. En esta definición de mujer ideada por los hombres, la mujer se define desde su relación con ellos, como un satélite, en lugar de como una persona libre con existencia por sí misma.
Definir a la mujer por el género, es recitar un conjunto de estereotipos sexistas que van desde la deuda de la belleza con el género masculino -por la que nuestros cuerpos pueden juzgarse legítimamente en toda situación- hasta la responsabilidad de sus cuidados con la resignación como bandera.
La misma sociedad que niega la existencia de la violencia de género es esa en la que se consumen mujeres a precio de copas en clubs de carretera, la que recrea violaciones en la pornografía, la que ha borrado de la historia a las mujeres, la que le niega a las mujeres el talento creador y la excelencia en toda disciplina, la de la brecha salarial, la de la feminización de la pobreza en la que quieren convencernos de que alquilar nuestros vientres es una solución.
Esa imagen inferior de la mujer, su cosificación y el desprecio a lo que no es masculino, nos deshumaniza, nos convierte en una pertenencia para el hombre, que puede conducir a un insulto, a una paliza, a una violación o a un asesinato dependiendo sólo de quien tengamos delante. El marido pega a la mujer porque es su pertenencia. El hombre viola a la vecina porque “se ha encaprichado de ella” como ha declarado el asesino de Laura.
La violencia sí tiene género: son hombres violentando a mujeres.
973 asesinos desde enero de 2003, incluyendo sólo los casos en los que el hombre que asesina a una mujer por ser mujer tenía una relación de cónyuge o pareja con la víctima, 44 sólo en 2018. En España, 500 mujeres interponen una denuncia por violencia de género cada día y una por violación cada cinco horas. Contra hombres, obviamente. Sólo un 0,01% de las denuncias son falsas en cifras del Consejo General del Poder Judicial.
Algunos, se obcecan en maquillar la realidad con el argumento de que mueren más hombres que mujeres, obviando la parte en la que esto sucede en reyertas y a manos de otros hombres, pero especialmente, el hecho de que no los matan sólo por ser hombres. No les asesinan por ser ciudadanos de segunda, no entra en juego un desprecio a una existencia que se considera menor o una mera pertenencia. En esos mismos índices de criminalidad puede constatarse que una de cada dos mujeres asesinadas lo era a manos de su pareja.
Las redes se han llenado estos días de hombres ofendidos ante la culpabilización del género. Al grito de #NotAllMen, lloran en redes su derecho a no sentirse vigilados cuando caminan por la calle tras una mujer cualquier noche. No quieren entender que ellos también son parte de la dictadura del género y del mismo machismo que aprovechan en otros sentidos, cuando consumen pornografía, cuando ríen chistes de violaciones, cuando acechan a una mujer borracha en una discoteca o cuando son condescendientes con sus compañeras de oficina.
Ante los gritos del feminismo, ellos prefieren taparse los oídos.
Disculpen ustedes las molestias, nos están asesinando.
Por Princess Caroline (@ALaLicuadora)
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