Todas hemos sentido aquella sensación de frío en la espalda, ese miedo paralizante que te bloquea y te hace pensar que lo que está pasando en realidad no está pasando. Esa sensación de verse a una misma desde arriba para intentar ver todo con mayor claridad “¿En verdad su mano está donde creo que está?” Lo piensas una y otra vez: “Debe haber sido casual”. “No creo que lo haya hecho a posta”. “Tal vez no se dio cuenta”. Tú lo niegas porque no quieres que eso te esté pasando, y en esa negación exculpas al profesor, al tío, al cura del pueblo, al consejero universitario, al amigo de la infancia, al compañero de trabajo, al chico con el que estás saliendo, que tiene la mano en tu culo o en tu teta, o en cualquier parte de tu cuerpo sin que se lo hayas permitido.
Cuando somos víctimas de acoso machista, ese estado de shock que experimentamos, se debe básicamente a que quienes nos agreden, son por lo general personas de nuestro entorno más cercano, o porque sucede en situaciones muy cotidianas y lugares en los que deberíamos estar seguras y a salvo, como la escuela, la universidad, una fiesta del curso, o incluso nuestra propia casa. La mayoría de nosotras ha experimentado, o sabe de situaciones en las que en lugares públicos como el metro, el pub, la calle, etc; nos han tocado al pasar, nos han dicho barbaridades en forma de “piropos” a vista y paciencia de cualquiera y con la mayor impunidad.
En la sociedad patriarcal en la que vivimos, las mujeres no estamos seguras en ningún lado, los lugares públicos no nos pertenecen pues están plagados de los hijos sanos del patriarcado que piensan que tienen derecho de acercarse a nosotras para decirnos obscenidades o para tocarnos. No todas podemos reaccionar con la misma violencia con la que ellos nos agreden, aunque claro que ganas no nos faltan, pero ahí está siempre el miedo, incluso cuando plantamos cara a nuestro acosador, el miedo, la duda y la vergüenza están ahí, porque sistemáticamente nos han socializado para pensar que todo es culpa nuestra, aunque no lo es.
Un ejemplo muy claro de todo eso, es la reciente agresión machista que sufrió Ariana Grande durante el funeral de Aretha Franklin. A pesar de que hay numerosos vídeos de la agresión perpetrada por el pastor Charles Ellis hacia la cantante, han salido personas y medios, diciendo que fue culpa de ella por usar un vestido “inapropiado” para un funeral, en redes han salido comentarios que justificaban al agresor diciendo que como ella es muy bajita, la mano de él sólo podía estar ahí, se ha hablado de la inacción de Grande, de la sonrisa que llevaba en todo momento mientras el pastor apretaba uno de sus senos, y del abrazo final que le dio al despedirse de él. Como siempre toda la atención en la víctima, y ¿el agresor? bien gracias.
El victimario machista, no importa su investidura, su título, condición, edad, puesto, relación con la víctima; no importa si está en privado, en el metro, en la calle, ante muchísimas personas y sobre el escenario, o si está ante cámaras de televisión en cadena nacional en un evento multitudinario, nada importa, él simplemente ejercerá el poder que la estructura patriarcal le ha otorgado, que es: tener acceso irrestricto al cuerpo de las mujeres. Tampoco importa si esa mujer (según los estándares de la sociedad capitalista en la que vivimos) es mucho más afamada que él, si tiene una posición mejor o lo que sea, ya que para los agresores machistas todas las mujeres entramos en la misma categoría, y esta es la de satisfacerlos a ellos, en el momento en el que sea, porque no nos ven como sus iguales, nos ven como subordinadas, como inferiores… ni siquiera nos ven como personas que simplemente merecemos respeto.
La pregunta que muchas feministas nos hemos hecho al ver como el representante de una iglesia, manosea impunemente a una mujer ante cámaras con la mayor desfachatez, es que si es capaz de hacer eso en público ¿Qué hará o habrá hecho en privado?
Nos preguntamos si Ariana Grande tomará medidas legales ante ese acoso, porque las “disculpas” del pastor, más que disculpas fueron un sinsentido, ya que repitió varias veces que “se le pasó la mano” como si no hubiera videos en los que se nota claramente la intencionalidad. También se disculpó con la comunidad latina por los comentarios discriminatorios por el origen de Grande, pues hizo una “broma” diciendo que pensaba que el nombre de la cantante hacía referencia a un nuevo menú de Taco Bell, una cadena mexicana de comida rápida, a pesar que como sabemos, la ascendencia de la cantante es italiana.
Nos queda la reflexión, desde nuestra experiencia personal, desde la experiencia de nuestras abuelas, madres, hermanas, amigas, compañeras, de si además de exponer nuestros casos de acoso sexual para que el problema sea visualizado en su total magnitud, no hace falta también poner énfasis en desenmascarar al agresor, y empezar de una vez por todas a exigir que sea responsable de sus actos, sin culpar a las mujeres, sin revictimizarnos, porque tal como cantaba la gran Aretha Franklin, lo único que estamos pidiendo con todas nuestras fuerzas y ahora más que nunca es Respeto.
Por Lara Salvatierra (@larasalvatierra )
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