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Déjame en paz

Feminismo,cuerpos, imagen,

A veces no es el calor, el buen tiempo y la ropa corta.

A veces no es el frío y la gran cantidad de capas con las que te abrigas, te tapas y te escondes.

A veces no quieres tapar, otras veces no quieres enseñar, pero siempre va a haber alguien que te diga si bien o mal.

Empezó en tu casa con “esta niña no me come” o “esta niña no para de comer”, con la necesidad incesante que tiene tu entorno de decirte si bien o mal.

Siguió en tu pre-adolescencia, cuando te decían si te habías hecho mujer o no, si ya tenías “formas” o no, si los chicos se metían contigo porque ya tenías tetas o no.

Porque siempre pasa que la gente que te rodea te tiene que dar su bendición, te tienen que decir si bien o mal.

Y llegas a esa edad en la que nada te vale, nada te queda bien, por gorda o por flaca, da igual, porque para ese momento de tu vida, todo el mundo ya tiene más potestad que tú para opinar de tu cuerpo. Cualquiera antes que tú misma.

Y luego están los espejos. El de tu baño o el de tu cuarto es el que te permite odiarte sin dar más explicaciones, te permite abrirte en canal. Pero también tenemos a los espejos de la tele, las revistas, de los anuncios, esos son espejos donde se nos obliga a mirarnos desde la infancia a pesar del photoshop, de las mentiras, del sufrimiento que hay detrás… parece que todo el mundo quiere a esas mujeres tan fantásticas, ¿me querrán a mi también si consigo parecerme? Pues no, porque el patriarcado odia a la mujer y nunca vas a conseguir parecerte, y aunque lo hicieras, siempre va a haber algo para el patriarcado, que tiene que ganar pasta para seguir, que puedas cambiar, mejorar, mutilar o destrozar.

Hasta las mujeres más estupendas, las más heteronormativas, tienen estas inseguridades que te atormentan cada mañana frente al espejo.

Y cuando creces y maduras no hay esperanza en el horizonte, se sigue hablando de dietas, de cremas, siguen opinando sobre tu cuerpo, tu cara, sin ningún pudor, sin filtros ni miramientos.

Tengo ojeras, estoy gorda (o flaca), tengo estrías, celulitis, ¿y qué?

¿Sabes qué más tengo? Ganas de vivir.

Ganas de vivir y de comer (o no), de maquillarme (o no), de teñirme el pelo (o no).

Déjame en paz.

Ese fue el mantra de mi infancia, de mi adolescencia “déjame en paz”.

Me he llevado broncas en casa y en el cole porque consideraban que lo usaba en exceso, que era borde e intratable. Hoy pienso que ojalá haberlo usado más, con tanta fuerza que de verdad todo el mundo me hubiera dejado en paz, porque entonces habría comido lo que hubiera querido, habría pesado lo que hubiera necesitado, y no habría sentido ese vértigo que sentí cuando pasé de una talla 32-34 a una 38-40 casi sin darme cuenta.

Ojalá tengamos una relación sana con la comida.

Ojalá nadie, nunca, hablando del cuerpo de las niñas.

Ojalá nadie obligando a comer.

Ojalá nadie diciendo “no comas ésto”.  

Ojalá un “déjame en paz” tan grande como un escudo protector.

 

Por Ade Marlo @teacher_ade

 

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