Estamos hartas de ver titulares y notas de prensa en las que se señala el número de asesinadas, maltratadas o abusadas. La atención no debería recaer sobre las que padecemos la acción, sino por el sujeto criminal. Si en lugar de centrar el foco en lo que nosotras hemos sufrido o supuestamente hemos hecho para sufrirlo, se hiciera hincapié en la maldad y el despotismo de algunos hombres, quizás sus compañeros, tan machos, empezarían a reflexionar sobre su comportamiento con las mujeres. Y, solo quizás, así también las instituciones les den a estas personas el trato que merecen, el de criminales, incluso terroristas que atentan contra la integridad de las mujeres y suponen una amenaza real a nivel social. Pero no, a ellos les conceden la libertad que a nosotras nos quitan.
Hay que tener especial cuidado con este asunto, pues de él deriva la culpabilización de las víctimas. Una víctima, sea de cualquier grupo social y por cualquier motivo que induzca al criminal, nunca tiene la culpa, nunca se merece que le despojen de derechos fundamentales para todos los seres humanos, como la vida, la libertad y la justicia. Ya es hora de empezar a recuperar nuestra dignidad, a hacernos valer como las víctimas de un sistema que defiende los privilegios de unos en detrimento de otros.
Creer en la provocación cuando solo es considerada como tal atribuyéndola a una parte, no es más que una excusa para negarse a ver la realidad. La realidad es que debemos cambiar urgentemente nuestro modo de convivencia, aprender a desmontar estereotipos en la cultura, los medios de comunicación, el mundo laboral, el hogar, las relaciones personales, y todos los ámbitos de la sociedad en general.
No son asesinadas, las asesinan; no somos violadas, nos violan; no somos maltratadas, nos maltratan. Hay en el mundo muchos hombres que se creen, pobres ignorantes, que son más machos por someter a una mujer. Su entorno les ha construido esa falsa imagen en la que ellos están por encima de nosotras, y el sistema legal solo se lo corrobora dándole la razón y aceptando culpas de sujetos equivocados. Los agresores, criminales, animales sin empatía, deben ser castigados; y en su lugar, las que nos sentimos cada vez más vejadas somos nosotras, primero por esas fieras y luego por los esbirros del Estado y su tropa de mentes cerradas.
Los daños son tantos que ya hemos aprendido a vivir con la herida. La utilizaremos para la contienda que tarde o temprano ganaremos.
Por: Nerea Gracia Corredor (@Nerea_Gracia_)
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