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SOCORRO- CAPÍTULO 5: Cuando dejé de idealizar el amor.

Llegué a los veinticinco y junto con ellos ciertos comentarios que siempre me parecieron graciosos hasta que me los dijeron directamente a mí: “¿Cómo que terminaste con tu novio? ¿Justo ahora? Con razón se te ve tan triste y descuidada, mira cómo tienes el pelo, y la piel ¡qué desastre! Ten cuidado, no se te vaya a pasar el arroz”. Luego de una relación relativamente larga, todos a mi alrededor se habían acostumbrado a verme acompañada, parecía que no importaba que les dijera que ya no era feliz con él, la cuestión era que estaba sola y que eso no podía continuar así. ¿En serio a los 25 años ya no tengo posibilidad para encontrar el amor?, pensé. ¿En serio, siendo tan joven como soy, es mejor estar en una relación que no me deja crecer en lugar de estar sola y tranquila? ¿Qué era todo eso que estaban demandando de mí? ¿Qué no me quede sola? ¿Por qué?

Sin querer comencé a extrañarlo más de la cuenta, a pesar de que sabía muy bien que cualquier posibilidad de volver me haría daño, incluso dudé si había hecho lo correcto al dejarle. Con ánimos de dejar de pensar en él y me sumergí en el trabajo, resultó que se me daba muy bien y poco a poco fui adquiriendo mayores responsabilidades, y con eso algunos bonos que me permitieron ahorrar lo suficiente para retomar los estudios de postgrado que tanto había pospuesto porque él decía que “los títulos hoy en día no sirven para nada, además que es una pérdida de tiempo, ¿prefieres aburrirte estudiando que pasar tiempo conmigo?”

Durante las clases, no sólo pude conocer que era capaz de exceder los límites que yo misma me había puesto intelectualmente al pensar que tenía la vida resuelta estando en una relación seria, sino que pude conocer mujeres maravillosas que me enseñaron que no hay límites para que me desarrolle en el ámbito que yo considere necesario y que me lleve a mi felicidad personal. Después de clases, solíamos reunirnos en un bar o en casa de alguna de ellas, conversábamos de todo un poco, desde los proyectos de trabajo hasta cosas íntimas. Me enteré que muchas de ellas habían pasado por relaciones igual de tormentosas que las mías. No supe si sentirme aliviada por saber que eso era “normal” o si sentirme furiosa por saber que más mujeres habían tenido que soportar las cosas que yo soporté.

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Muchas de nosotras no habíamos sentido un orgasmo en compañía de nuestras parejas, el orgasmo clitoriano y la satisfacción plena la lográbamos por nosotras mismas y en solitario, no sin sentirnos terriblemente culpables el segundo después de acabar. ¿Por qué en nosotras recaía la obligación de complacer sexualmente y sin derecho a réplica a nuestras parejas y sin embargo ese complacer no era recíproco? ¿Por qué si alguna vez nos animamos a plantearlo en una conversación adulta al respecto nos callaron o simplemente nos tildaron de guarras y putas?

Fue hablando con otras mujeres, con mis amigas, con mis compañeras, con colegas de curso, que me di cuenta que todas nosotras teníamos en común mucho más que simples malas experiencias, teníamos tatuado a fuego la idea de que el amor nos completa, que somos una especie de seres sin forma que únicamente adquieren categoría de persona cuando estamos acompañadas, cuando estamos en pareja, así esta pareja nos engañe, nos reduzca, nos humille, finja cuidarnos cuando no lo hace, nos cele alegando protegernos, nos persiga diciendo que no es que no confíe en nosotras sino que no confía en los demás. Vi en cada una de mis amigas y compañeras un espejo en el que se reflejaba mi rostro, y las ganas de abrazarlas y curar sus heridas eran las mismas ganas de curarme yo, de redescubrirme plena y sin la carga de ese “amor” que me despojó de lo más valioso que tengo: a mí misma.

Aprendí a amarme y a perdonarme por no haberme amado así antes. Un poco tarde me di cuenta que la vida real no es como en las películas, que a pesar que todos te dicen que hay que buscar a la persona ideal, y a la indicada; en realidad esa persona somos nosotras mismas.

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En ese interesarme en mis amigas, en mis compañeras, en mi misma, en la historia de las mujeres, la literatura, el arte, la música hecha por y para mujeres llegué a documentarme sobre el feminismo, y fue abrir los ojos a algo que había estado ahí todo el tiempo esperándome con los brazos abiertos aunque no pude verlo antes.

Muchas veces me quebré, no voy a negarlo. Tal vez de eso se trata, de aprender y reaprender a diario, de fortalecernos en nuestras convicciones y reafirmar nuestro amor cada día un poco más. La vida no es un cuento de hadas, la vida para las mujeres es estar en segundo plano, eso sí, tenemos la suerte de tener las herramientas básicas para estudiar, formarnos y quitarnos la venda de los ojos. Una compañera me dijo que para entender la desigualdad con la que enfrentamos nuestras relaciones románticas me haga la siguiente pregunta: ¿Cómo amamos y cómo nos aman? El día en que inmediatamente después de amor no escribamos la palabra incondicional, el día en que dejemos de relacionar amor con ceguera, el día que dejemos de pensar que el amor todo lo puede y todo lo soporta, ese día estaremos un poco más cerca de la libertad, y por tanto de amar en igualdad y sin miedos de por medio.

FIN.

Por @larasalvatierra 

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