Tira, coge aire y hace un nudo. La joven dama del siglo XVII nota cómo sus pulmones se encogen y su espalda, caderas y pecho adoptan una forma poco natural. Se mira en el espejo. El corsé le hace una figura preciosa. Eso es lo que le dice su prometido, los asistentes a los bailes de la aristocracia, sus criadas. Los hierros se le clavan y apenas se puede mover, pero aquel aparato complicado cumple su misión: está perfecta.
El corsé solo fue un instrumento más de los utilizados para adaptar la apariencia de la mujer a los estereotipos estéticos: mientras a sus contemporáneos se les animaba a inventar, experimentar y descubrir, la mujer moderna ya se perfumaba y usaba maquillaje para resaltar sus rasgos más sensuales. Pero el canon de belleza femenino -que no es más que la evolución de los caprichos del hombre, una norma que las mujeres siempre han tenido que cumplir, pero que nunca han decidido- aún le deparaba muchas otras maneras de modificar su cuerpo. La contemporaneidad ha permitido fusionar técnica y moda, ciencia y complejos, y ahora la dama -esta vez del siglo XXI- utiliza nuevas formas de depilación integral, moreno artificial, dietas extremas… y cirugía plástica. Sus operaciones la acercarán más al patrón, a conseguir la cara, tripa, pechos, piernas que quieran -ellos, siempre ellos-. Incluso podrá tener los genitales perfectos: labioplastias (reducción de los labios de la vulva), vaginoplastias (estrechamiento del conducto vaginal) e himenoplastias (reconstrucción del himen) lo permitirán.
Hasta hace unos años, estas intervenciones se realizaban mayoritariamente con fines médicos y reconstructivos. Mujeres que tras los partos habían perdido firmeza en la vagina y no podían disfrutar de sus relaciones, que por hipertrofia sufrían un roce molesto o que habían sufrido episodios de violencia sexual, veían en la cirugía genital una posibilidad de volver a la normalidad y al bienestar. Sin embargo, como en otros ámbitos, la estética ha superado a la funcionalidad y cada vez son más las mujeres que pasan por quirófano con la falsa expectativa de aumentar su autoestima. Según datos de la International Society of Aesthetic Plastic Surgery, labioplastias y rejuvenecimientos vaginales han crecido a nivel mundial un 56% entre 2015 y 2016 y llegan a 138.033 procedimientos, casi diez veces más que la operación estética genital por excelencia en hombres: el alargamiento de pene. A la cabeza de esta tendencia se encuentran Brasil y Estados Unidos, donde las variaciones anuales han sido 59,6% y 34%, respectivamente.
Lo más destacado es su explosividad: en apenas tres años, ha crecido más de un 69%, un incremento muy por encima de las intervenciones históricamente más demandadas, los aumentos de pecho y las liposucciones.
La vagina perfecta.
El rostro debe ser simétrico, con una piel lisa, luminosa; el vientre, delgado a veces hasta el extremo, mientras que el escote tiene que contener toda esa carne que en otras partes sería despreciada. ¿Y la vagina? ¿Qué características buscan las clientas cuando deciden operarse? Un clítoris reducido, unos labios recortados -a veces incluso inexistentes, lo que se denomina “look Barbie”- y una vagina estrecha y rosada. Todo pequeño, recogido, blanco y, en palabras de Gema García Gálvez, responsable de la unidad de Suelo Pélvico del Hospital Quirón,” infantil”.
El uso de este adjetivo es fundado: el expresidente de la Sociedad Española de Cirugía Plástica Reparadora y Estética, Ezequiel Rodríguez, declaraba que alguna paciente le había pedido “una vagina como la de una niña de 14 años”. Una clínica estética en la India promete en su web que operarse será “como tener la vagina de una recién nacida”.
Este patrón aniñado no es inocente, igual que no lo era hace unos siglos el uso del corsé. “Es un elemento de presión patriarcal”, sentencia Isa Mastrodomenico, directora de la Agencia Comunicación y Género: “Una mujer tiene que sentirse cómoda con su cuerpo; el problema es cuando esa comodidad está determinada por la imposición, sobre todo la masculina. Quienes apuntan a pedir este tipo de requerimientos suelen ser mujeres cuya belleza no está construida por su raciocinio, sino del hombre al que ella ve que le gusta”.
Tampoco es este un modelo arbitrario. Aunque no existe un estudio que determine el detonante de este “boom”, hay una explicación que se impone entre todas las vertidas: la culpa es de la pornografía. La masificación del porno, donde las mujeres reproducen un ideal sexual –joven a veces hasta la niñez, delgada, depilada…- y donde los genitales femeninos suelen protagonizar los primeros planos, permite a hombres y mujeres comparar y crear nuevos estereotipos más allá de lo externamente visible. “Ya no es que nos pongan el prototipo de una mujer con el culo grande, las tetas grandes, con el pelo así y maquillada asá; sino que también tiene que tener un prototipo de genitales”, añade Mastrodomenico.
La dama de nuestro siglo ya no tira, no coge aire, no anuda su corsé. Pero sigue queriendo encajar en el modelo: quiere verse como la mujer que gusta a los hombres. Quiere ser como una actriz porno.
Por Maribel Matey @noprinceneeded
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