Chimamanda Ngozi Adichie es una escritora, novelista y dramaturga feminista nigeriana. Escribió sus primeros cuentos a los 7 años. A los 26 publicó su primera novela, La flor púrpura, por la que recibió el Commonwealth Writer’s Prize for Best First Book en el año 2005, Medio sol amarillo, por la que obtuvo el Orange Prize for Fiction en 2007 y cuya trama se desarrollaban en su Nigeria natal. En 2009 publicó una colección de relatos breves, titulada The Thing Around Your Neck. Cuatro años más tarde lanzaba Americanah, que mereció el Premio del Círculo de Críticos Nacional del Libro y Chicago Tribune Heartland Prize 2013. Todos deberíamos ser feministas (We Should All Be Feminist) es su primer ensayo, seguido de Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo. Además, ha intervenido en dos charlas TED que, si sus libros ya te han fascinado, estas lo harán el triple.
Es muy interesante el análisis que hace Adichie sobre la perspectiva de género y, además, sobre su posición racial, ya que parte de la base, que son la educación y la cultura. Doblemente invisibilizada, como mujer y como africana, tiene un importantísimo papel con su activismo. En su primera charla TED (el problema de una sola historia), donde aborda el tema racial, explica cómo si solo escuchas una historia crees que la realidad es así y no te planteas que exista otra, y lo ilustra con anécdotas de su vida personal. Pone el ejemplo de una compañera estadounidense de piso que, a los 19 años, se extrañó porque ella supiese hablar inglés perfectamente y conociera a referentes de la cultura pop Mariah Carey. Además, antes de conocerla, ya empezó a sentir una lástima condescendiente por ella. Adiche entiende esto más tarde cuando ve la imagen de África que llega a Norteamérica. Su compañera solo conocía una historia.
Que exista solo una historia no es casual, es cuestión de poder. Cómo se cuenta, quien la cuenta, cuándo se cuenta y cuántas historias son contadas depende del poder. El poder es la capacidad no solo de contar la historia del otro, sino de hacer que esa sea la historia hegemónica. La consecuencia de una historia única es la invisibilización, que dificulta el reconocimiento de nuestra igualdad humana y enfatiza nuestras diferencias. Esto es aplicable tanto para diferencias culturales como para cualquier otra, entre ellas el género.
Adichie trata el tema del género tanto en Todos deberíamos ser feministas, que es la transcripción (con añadidos) de su otra charla TED con el mismo título, como en Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo. El género, tal y cómo funciona actualmente, es una grave injusticia y un añadido es que todos somos seres sociales y vamos asumiendo todos los roles que la sociedad tiene preparada para nosotros. Los roles de género están tan profundamente enraizados que a menudo los seguimos incluso cuando chocan con nuestros verdaderos deseos, necesidades o felicidad. La manera de cambiar esto pasa inevitablemente por cambiar la educación que dan los padres a sus hijas e hijos, ya que como ella misma dice: “la cultura no hace a la gente, la gente hace la cultura”. Los padres, inconscientemente, enseñan a sus hijas e hijos cómo deben ser, y las niñas reciben más normas y menos espacio mientras que los niños más espacio y menos normas. Y esto se traduce en una sociedad en la que los hombres tienen casi todo el espacio y el poder.
Además, definimos la masculinidad en un sentido muy estricto, una jaula pequeña en la que metemos a los niños, enseñándolos a tener miedo del miedo, de la vulnerabilidad. Les enseñamos a no ser quienes son, porque su objetivo es ser “hombres fuertes”. Y el resultado de esto son hombres con unos egos muy frágiles. Cuanto más duro se ve obligado a ser, más débil queda su ego. Y, por otro lado, a las niñas les hacemos el flaco favor de estar al servicio de sus frágiles egos, criándolas para gustar, y eso excluye el hecho de mostrar rabia, ser agresiva o manifestar su desacuerdo en voz demasiado alta. En cambio, nos dedicamos a elogiar o justificar (ya que, por ejemplo, la agresividad no es algo positivo en ningún caso) a los hombres por las mismas razones.
En Cómo educar en el feminismo, una amiga suya le pide cómo puede hacer para educar a su recién nacida hija en el feminismo, a lo que ella la da 15 consejos, prestando enorme atención al tema de suprimir los roles de género e intentando compaginarlo con aceptar y adueñarnos de nuestra feminidad, siempre que no sea impuesta. Difícil tarea con la socialización de por medio, pero no imposible. También habla de no entender el amor romántico como una imposición, lo cual acentúa más el tema de los roles de género, creando la visión de la soltería femenina como un fracaso, induciendo a la mujer a que su meta sea el matrimonio y creando una desigualdad de base en la pareja. Para él es algo complementario, para ella, lo primero.
Esto sería aplicable más que al matrimonio a las parejas en general, al noviazgo, puesto que el matrimonio como institución (en España) ha perdido valor. Esto se ve retratado por ejemplo en cómo las mujeres en muchos países, en el de Chimamanda Ngozi entre otros, al casarse cambian su apellido por el de su marido, y si no lo hacen son objeto de críticas. O en cómo se refieren a nosotras en términos de “novia de”, “mujer de”, como hemos visto en muchos titulares de periódicos. En la mujer se antepone el rol marital a cualquier otro, como su profesión, tildando el amor romántico de posesión.
En esta misma línea, Adichie aconseja a su amiga que tome el esfuerzo de no fomentar los roles de género en su pareja, y darle a su hija una visión del matrimonio y la pareja como algo que suma, un equipo, no que toda la responsabilidad de muchas tareas recaiga en la mujer. Los niños son lo que ven.
Definitivamente, si en algún momento de mi vida soy madre, me releeré este libro e intentaré llevar a la práctica todo lo que narra, porque la educación es un arma muy importante y tiene un importantísimo papel en cambiar todas las desigualdades que se han ido creando. Y sobre todo, me parecen lecturas muy recomendadas, de gran contenido, pero muy ágiles, que mezcladas con el sutil toque de humor e ironía de Chimamanda Ngozi crean una combinación perfecta.
Por Irene Ventura @_sorrynotsorryb
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