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Relato…La mosca

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Había dormido bien, pero igualmente se encontraba cansada. Se aburría de dar tantas vueltas a los canales de televisión. La programación era un compendio de malas noticias, bromas poco graciosas y programas insulsos como el relleno de un cojín. Llamaron al teléfono. Era Ana, la líder en ventas de una potente compañía telefónica. Mientras le vendía una nueva contratación a bajo coste y de muy larga duración, hablaron de los precios de la luz y de la pobreza energética, comentando a intervalos lo injusta que es la vida y lo mucho que tarda en crecer el pelo cuando alguien quiere hacerse un cambio de look.

Sin quererlo ni beberlo, al final de la conversación, Helena se había sumergido de nuevo en su mundo sin ser demasiado consciente de que acababa de añadir una factura más a su lista de recibos, así que fue a la nevera y abrió una lata de cerveza. No tenía la cabeza en ese momento como para reflexionar sobre aquello ni sobre su propia contabilidad. Le producía un hartazgo inmenso tener que enfrentarse a tantas operaciones y a tan poco crédito.

La higiene de su hogar también estaba en precario. Los azulejos de la cocina tenían destellos de grasa, como las puertas, que estaban marcadas con huellas dactilares con un toque aceitoso. En el salón, al lado de la televisión, había montones de papel de los cuales se esperaba que fueran reciclados algún día.

 También había una colección de botellas de cerveza en la sala, con las etiquetas medio rasgadas. El sofá estaba lleno de ropa y estaba decorado con unos cuantos agujeros causados por la combustión de los cigarrillos. Reservamos el estado en el que se encontraba el lavabo, porque no queremos que nuestra Helena pudiera sentirse ofendida.

 -Bien. – se dijo así misma. Beber le aclaraba las ideas, o eso pensaba.

Cogió su amargo líquido ambarino y se sentó en la sala de estar, donde tenía la máquina de escribir. El aparato estaba apoyado en una mesa un poco raída por la carcoma y que a veces se tambaleaba. Pero ella había decidido continuar con su novela, porque a pesar de todo, no había encontrado ningún motivo para dejar de hacerlo.

El libro estaba inspirado en el personaje de Ana, la mujer que había llamado hace unos instantes. En la ficción se convertía en una heroína de la clase obrera que prestaba servicios a una multinacional que no tenía muy buena reputación. Una trabajadora que encabezaba las listas de ventas de su rango, sin embargo, con contrato de auxiliar administrativa en lugar de comercial. Sus clientes no dejaban escapar de entre las manos ninguno de los productos que ella ofrecía: todos se deshacían con su buen hablar y su dulzura y nadie era capaz de decirle que no.

Ana era un personaje algo estrafalario. Vivía en un piso de protección oficial con su BMW aparcado en el garaje y sus dedos llenos de anillos de oro. Curiosamente, le gustaba llevar tacones, pero no para parecer más alta que sus vecinos los hombres, sino porque decía sentirse más digna de confianza con ellos y de esta forma, la protagonista del relato se hacía querer.

Mientras tanto, Helena escribía. Movía sus dedos y sus brazos con tanta agilidad que, en un gesto algo torpe y descuidado, le dio un codazo a la lata de cerveza y cayó rodando por el suelo. Todo lo que quedaba del contenido se había vertido por la alfombra. Cuando Helena se agachó para recogerlo, vio que la espuma de la cerveza había atrapado a una mosca que se estaba ahogando. El pequeño insecto retorcía sus patas y movía sus alas sin demasiado éxito: ya no podía salvarse. Moriría allí, ahogada por el alcohol, en un suelo infecto, lejos de su ansiada libertad y de su instinto explorador.

En aquel momento, Helena despertó de su ensimismamiento inconsciente y sintió que una idea semejante le estaba atormentando por dentro desde hacía ya mucho tiempo. Comprendió que, aunque fuera de una manera burda y casual, había llegado el momento de tomar una decisión.

Con un inquietante dolor de espalda, se levantó del suelo lentamente, y por un momento reflexionó, intentando apoyarse en aquel escritorio tembloroso. Tenía que dejar el alcohol.

Una vez se incorporó, cogió el manuscrito y, sin mirarlo antes, lo rompió. Asustada, vaciló un instante, pero se volvió a sentar ante la máquina de escribir.

Se preguntó entonces cómo sería aquello de empezar otra vez desde cero, sin caer en repetir la misma historia de siempre.

Relato de M.V Muñoz.

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