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A Sexo en Nueva York le pedimos…

Con todo el revuelo causado por la confirmación de que, tras muchos rumores, efectivamente se va a producir una nueva entrega de Sexo en Nueva York, mis compañeras de Mujeres en Lucha me animaron a ver algún capítulo y escribir un artículo sobre lo que la serie fue y lo que la serie es.

Porque no, nunca había visto Sexo en Nueva York.

Tampoco es que no supiese nada; tenemos que reconocer que, la hayas visto o no, o aunque ni siquiera te guste, esta serie ha pasado a formar parte de esa “cultura general de la televisión”.

Así que conocía el nombre, y la personalidad a grandes rasgos, de las cuatro protagonistas y también algunas de sus aventuras (y compras) por la famosa ciudad.

Pero como diría Carrie Bradshaw, necesitaba documentarme mejor para escribir y ahora puedo decir que, aunque no entera, sí he visto la primera temporada (y un poco más) y unos cuantos vídeos de YouTube de los que llevan por título algo así como “Escenas que demuestran que Mr. Big era lo peor”.

Tengo que reconocer que es un artículo complicado; se pueden criticar muchos aspectos de esta serie, como la manera en la que son retratados los personajes femeninos o cómo en muchas ocasiones cualquier problema se reduce a zapatos, pero Sexo en Nueva York también fue revolucionaria en algunos aspectos y puso en nuestras televisiones historias y conversaciones entre mujeres que necesitábamos ver.

Para empezar, no podemos obviar el hecho de que la serie lleva en el título la palabra “sexo”, y que el sexo es un tema muy (a veces demasiado) recurrente a lo largo de las temporadas.

¿Cuántas veces se habían mostrado escenas en las que una mujer se masturbaba? ¿O escenas en las que un grupo de amigas discutía y compartía su opinión sobre hacer una felación o practicar sexo anal? ¿O en las que mujeres disfrutaban del sexo con libertad? No creo que muchas.

Y Sexo en Nueva York lo hizo. Puso sobre la mesa guiones en los que las mujeres tenían conversaciones de las que todas hemos tenido con nuestras amigas tomando una cerveza.

Fuente: Elle.com

Porque también somos esas. Las que nos reímos y no siempre lloramos por nuestras relaciones, las que confiamos en nuestras amigas y acudimos a ellas para desahogarnos, las que trabajamos y vivimos solas, y las que hablamos de sexo abiertamente, igual que hasta entonces parecía que solo hacían los hombres en la tele.

La pega que veo a estas charlas entre amigas es que en la mayoría de los casos se iniciaban porque un hombre de manera indirecta las “animaba” a ello.

Al final el esquema de gran parte de los capítulos (que yo he visto) es este: una de las chicas se ve ante un dilema porque en una cita un hombre le plantea una situación o hace cierto comentario, y es entonces cuando se reúne con sus amigas para conocer su opinión y debatir sobre ello.

Pero sin duda la gran pega de Sexo en Nueva York tiene un nombre y ese nombre es “privilegio”.

Cuesta sentirse identificada con la manera en la que Carrie, Miranda, Charlotte y Samantha ven el mundo o se enfrentan a ciertas situaciones, porque no todo se soluciona con un bolso de marca ni consiguiendo mesa en el restaurante más de moda (y más caro) de todo Nueva York.

Ni todas podemos intentar solucionar las cosas así.

Echo de menos reflexiones respecto a este privilegio (o a pesar de él), y por eso al reencuentro le pedimos un poco más de diversidad en todos los aspectos, tanto delante de la cámara como detrás.

Queremos más mujeres racializadas, sin tanto privilegio de clase, que no sean estereotipos andantes y cuya valía no dependa de un hombre.

Porque hasta Samantha a veces se siente “sola” cuando un hombre, aunque sea solo una noche, la rechaza.

La soltería no es una maldición; no tener pareja sigue viéndose como una lacra social y Sexo en Nueva York ha contribuido a ello, como muchas otras series (entonces y ahora).

Y también le pedimos que hablen de temas más profundos, que se planteen por qué piensan como piensan y sepan detectar las relaciones tóxicas; no más ver “el destino” o “el amor” en encuentros y reencuentros que solo son fruto de no querer abrir los ojos y ver más allá.

Porque, Carrie, te lo han dicho ya muchas veces a lo largo de todos estos años: Mr. Big no es buena gente.

Pero no quiero acabar esta reseña (más bien reflexión) sobre Sexo en Nueva York sin hacer hincapié en la necesidad de revisitar esta serie (y otras) con perspectiva y crítica.

No se trata de cancelarla porque viéndola ahora nos damos cuenta de que no es tan revolucionaria; no serviría de nada. Se trata de entender por qué merece la crítica y por qué en su momento no fue vista así.

Reflexionar sobre por qué Sexo en Nueva York tiene estas “cositas” que ahora ya no nos gustan tanto.

O por qué el resto de series creadas por el mismo hombre blanco en años posteriores siguen perpetuando algunos de los mismos estereotipos y roles.

O por qué estas series, aunque nos chirríen, nos siguen entreteniendo y siguen siendo de las más vistas.

Sería hipócrita negar que la historia de Carrie y Mr. Big nos enganchó y nos engancha, lo importante es ir un paso más allá y poner ese filtro para educar, educarnos y reivindicar cambios en la cultura y en el modo de hacer televisión con, para y de mujeres.

Y este paso más allá es también el que le pedimos a Sexo en Nueva York.

Por María M. (@mariamaganacm)

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