En la sociedad patriarcal los hombres ostentan el poder. Son la cara de la humanidad, quienes dominan el espacio público y protagonizan la historia, y además los perpetradores de violencias y crímenes contra las mujeres de los que han salido indemnes. Pero para la clase sexual de los varones pisar a las mujeres ya no es suficiente, sino que ahora “reclaman” ocupar también el lugar de las oprimidas, ser vistos, y protegidos a nivel jurídico como víctimas del machismo.
La constante apelación al sufrimiento de los varones autoidentificados como mujeres se basa en una mentira y es una manifestación de misoginia. La mentira es ese mantra sobre que sufrir les hace mujeres. Hay muchas causas que ocasionan sufrimiento a los seres humanos, una es el patriarcado, pero este sólo daña a las mujeres, a las nacidas hembras humanas. La demostración de misoginia se comete cuando se ignora deliberadamente cómo las niñas han sufrido por el simple hecho de nacer con su sexo en una sociedad patriarcal. El sinfín de violencias que atacan directamente a los cuerpos y a la biología de las mujeres son innegables, y ningún varón puede siquiera imaginar esa experiencia.
El reconocimiento de que hay hombres que sufren discriminación por distintos motivos es una cosa, igualar esa experiencia a la opresión que sufren las niñas y mujeres desde que nacen es un despropósito que banaliza y desprecia lo que significa nacer con el sexo femenino en el patriarcado. ¿Es comparable que tu propio cuerpo sea despreciado y violentado con que tu forma de expresarte te suponga violencia? A las mujeres no nos violentan por cómo vestimos, por cómo andamos ni por ningún elemento que nos “feminice”. Hay insultos para la que se viste de una manera y la contraria, porque la misoginia es contra las mujeres por ser mujeres, no contra ninguna expresión determinada.
Pensad en un hombre que conozcáis. Imaginad qué pasaría si le pintáis los labios, le ponéis un vestido de flores y le sacáis a la calle. Seguramente reciba burlas, risas, mofas e incluso violencia. La cuestión es, ¿esto le ocurre por ser mujer? La respuesta es no, y estas experiencias no son comparables, ni en grado ni en fondo, a lo que viven las niñas y las mujeres. El sufrimiento que algunos puedan sufrir, otros no pasan de ser varones que se aprovechan de una situación que los beneficia, no es el objeto de lucha del feminismo, aunque pueda ser una consecuencia indirecta, porque los varones experimentan la intolerancia y la homofobia, pero no la opresión.
El primer gran problemas es partir de premisas erróneas. La primera, que las mujeres no son las hembras humanas. Si el punto de partida es ese, el análisis completo será equivocado. La negación de la realidad sexuada mediante la instrumentalización de la intersexualidad, o incluso de mujeres que por problemas de salud sufren cualquier anomalía, son intentos que se valen del sufrimiento para manipular la ciencia y la realidad más inmediata, porque nadie es incapaz de distinguir a un hombre de una mujer. Son muchas las personas que, deliberadamente o no, niegan el sexo como característica que define a las mujeres y a los hombres, y por tanto suprimen a las mujeres e invisibilizan esa jerarquía sexual en la que somos “el segundo sexo”.
El objetivo de estas posiciones “sexofóbicas”, que rozan cada vez más el desvarío, es dinamitar la categoría de mujeres como clase sexual para incluir a los varones autodeterminados “mujeres”. Quienes defienden estos dogmas, y son dogmas en tanto que no se apoyan en ninguna realidad constatable, llegan a la conclusión de que quienes más sufren los efectos del patriarcado son quienes dicen ser mujeres, pero no son reconocidos como mujeres. Según ellos su opresión es doble, es lo que llaman “transmisoginia”. Pero rápidamente salta una incoherencia: si quienes sufren las violencias machistas son las mujeres, ¿cómo puede sufrirlas quien no es “reconocido” como una?
Su enardecida afirmación de que “sufren” más por no ser vistos como mujeres desplaza el foco del “debate” a la cuestión de la identidad. Resulta que el origen de la opresión histórica que han sufrido las mujeres tenía que ver con el dimorfismo sexual (un invento “tránsfobo” afirman) y los problemas de las identidades individuales. Estas afirmaciones niegan la realidad constatable de que la condición de nacer hembra es un factor de riesgo altísimo, a veces incluso antes de haber nacido, como ocurre en el caso de los abortos selectivos que se producen en muchos países, como Montenegro o la India. ¿Qué explicación se puede dar desde las teorías de las identidades y la negación de la biología a esta tipo de genocidios por sexo?
El fundamento de esa identidad y de la lucha de los varones autodenominados “mujeres” se resumen en esta declaración de uno de ellos: “hicimos una revolución en tacones, con los labios pintados y las plumas alrededor de los hombros”. La consideración de los tacones o el pintalabios como elementos revolucionarios es, ante todo, una muestra de misoginia, pues utilizan símbolos de la opresión que sufren las mujeres para definirlas, pero además es una prueba de la superficialidad de quien define su identidad y emprende una “lucha” a partir de elementos del propio sistema, pero parece que lo que a nosotras se nos impone otros lo desean y lo alaban como revolucionario. El patriarcado y el capitalismo están encantados, por supuesto, como lo demuestra la cantidad de apoyo que tiene un colectivo tan minoritaria capaz de poner en riesgo la existencia misma de la mitad de la humanidad.
El inmenso sufrimiento no está entonces provocado por la violencia que otros hombres cometen contra ellos, sino que lo ocasiona, fundamentalmente, que las mujeres (y especialmente las feministas) no aceptemos que son mujeres porque lo dicen ellos o porque les gusta mucho pintarse los labios. Aunque analizado fríamente pueda resultar distópico, este chantaje emocional ha sido el arma más poderosa de los defensores de la identidad de género. La estrategia de apelar a la lástima anula de inmediato la necesidad de argumentar, y para las mentes más simples, y machistas, que un hombre se ponga un vestido implica más violencia que cualquier experiencia que el patriarcado ha convertido en “cotidiana” para las mujeres, y que para ellas no tienen que ver con ningún aditivo, sino con el simple hecho de ser.
La base de este discurso es igualar, o incluso poner por encima, experiencias relacionadas con cuestiones puramente estéticas con las vividas por las mujeres desde que son niñas. Pero su propia mentira cae en cuanto sus reclamaciones pasan por modificar su sexo, trasplantarse un útero para llegar a gestar o ir al ginecólogo. Entonces la biología de las hembras humanas parece preocuparles hasta la obsesión. Si su discurso afirma que mujer es una identidad, ¿por qué querrían acudir al ginecólogo? Entre los imperativos de la feminidad convertidos en identidad y situar como demandas la adopción de una biología que no tienen, al final mucho de ese “sufrimiento” se reduce a un fetiche de las mujeres y su opresión.
Hay que dejar claro que el hecho de haber o no transicionado en el análisis radical no tiene ninguna importancia. Primero porque el sexo no se puede cambiar, y lo único que supone esa “transición” son modificaciones estéticas ajustadas en su mayor parte a los propios estereotipos de género. En segundo lugar, porque la experiencia de ser mujer no es que, tras una serie de procesos médicos, la gente con la que te cruzas por la calle te vea como una mujer. Ser mujer es haber experimentado en primera persona la estructura de opresión del patriarcado que ataca a las hembras humanas, a sus cuerpos, a su biología. Todas esas vivencias son indisociables de la experiencia de la opresión sexual.
Las demandas de estos varones están en la línea de la masculinidad, de la socialización patriarcal que se ha imprimido al sexo masculino. Persiguen la imposición de sus deseos individuales por encima de los derechos de las mujeres, con el consecuente castigo para aquellas que no cedan. Las consecuencias de sus avances ya las conocemos: mujeres deshumanizadas bajo los términos de “personas gestantes”, todos los espacios segregados por sexo ocupados por varones, las leyes contra la violencia machista anuladas, los estereotipos reforzados y miles de mujeres acosadas por hablar de su biología o simplemente ser lesbianas (y por tanto no sentirse atraídas por penes).
No debemos tolerar que se nos anule con la apelación al “sufrimiento”. En un debate la razón y los argumento deben ir por delante, y ninguno puede negar que quienes comparten una historia colectiva de opresión como clase sexual son las mujeres. La feminista radical Adrienne Rich definió el cuerpo como “la geografía más cercana”, para las mujeres es efectivamente su propio cuerpo lo que en la sociedad patriarcal condiciona sus vidas de una manera radicalmente diferente a la de los varones. El patriarcado ha construido la opresión sobre los cuerpos de las mujeres en un proceso histórico de miles de años, y las feministas llevan tres siglos organizadas en todo el mundo para lograr su liberación. Ahora los miembros del bando opresor tienen la pretensión de dinamitar esa lucha desde dentro, ya sabemos que lo primero que dirán es que son quienes más sufren, pero ese victimismo infundado no debe inmovilizarnos ni generar en nosotras ninguna culpa, el chantaje emocional también es un arma del patriarcado, y la combatiremos con feminismo radical.
Por Mujeres por la Abolición (@MAbolicion)
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