En plena crisis del coronavirus no paramos de escuchar y leer a políticas, políticos y periodistas: “Hay que poner en el centro los cuidados” “Hay que revalorizar los cuidados” y frases similares. ¿Pero esta consigna tiene alguna implicación real o es simplemente un eslogan político? En la práctica se ha convertido, por desgracia, en lo segundo. Pero desde las ciencias humanas las feministas tenemos mucho que decir al respecto.
Nos están bombardeando con mensajes sobre la heroicidad del personal sanitario. Nos hablan de la pandemia en términos bélicos. Todo esto para negar desde el discurso dos cosas: que lo único que mantiene con vida al ser humano son los cuidados (y no la guerra) y quien ha ostentado prácticamente de forma exclusiva durante toda la historia esos cuidados. Las mujeres. En un contexto en el que las profesiones sanitarias están ocupadas en su mayoría por mujeres (en 2018: enfermeras 84,2%, médicas 51,1%, farmacéuticas 71,6%…) debemos replantearnos el papel que han jugado los cuidados en la historia de la humanidad, y por qué hemos tenido que esperar a una pandemia mundial para darnos cuenta de ello.
La práctica de los cuidados incluye la crianza de las hijas y los hijos, la preparación del alimento, el cuidado de los enfermos, de los mayores… Son todas las actividades que, como animales relacionales, nos mantienen con vida. En la disciplina arqueológica se creó un concepto para denominarlas: Actividades de Mantenimiento. Este concepto nace de la necesidad de posicionar el foco de atención en el estudio de lo que en la actualidad no está asociado los hombres. Si la mirada misógina consideraba que los hombres eran expertos metalurgos, la arqueología estudiaba la metalurgia; si consideraban la importancia de la guerra, ponían énfasis en las culturas guerreras y sus armas; dejando siempre fuera del interés académico todo aquello que se asociaba a las mujeres. Así que las mujeres feministas que formaban parte de la academia empezaron a hablar de la recolección, de la preparación del alimento, de la maternidad, de la infancia…
Etas actividades se realizaban en el contexto del grupo humano, pero con el inicio del patriarcado pasaron a ser parte de los mecanismos de control y subyugación de las mujeres, lo que no hacía que fueran menos relevantes para el grupo. Al colocar toda la presión de los cuidados en las mujeres, quedaban al servicio de los hombres sustentando sus cuidados.
Curiosamente la medicina es una rama del conocimiento que nace de los cuidados. Y, como hemos visto en los porcentajes, es una de las profesiones sanitarias con más paridad. Esto se debe a que en cuanto la práctica del cuidado introduce lo que entendemos por conocimiento médico se crean dos vertientes: por un lado lo que ahora entendemos por enfermería, que queda relegado a las mujeres por suponer la relación directa con los pacientes, y por otro el conocimiento médico, que institucionalizan los hombres. Se producen situaciones como la que define Cristina Pisán en “La Ciudad de las Damas”: Los médicos, que nunca se habían interesado de forma generalizada por la salud reproductiva de la mujer, empiezan a controlar la práctica de la obstetricia.»
En el punto en que los cuidados implican más conocimiento y menos relación, aparecieron los hombres para prohibírnoslo. Las mujeres seguían cuidando de su familia, de sus maridos, de sus hijas e hijos. Seguían siendo nodrizas y matronas. Pero no podían acceder a ese conocimiento que habían desligado de los cuidados. Es curioso como las pocas mujeres afortunadas que tuvieron relevancia médica durante la historia, ocupaban ramas del conocimiento médico a los que los hombres no prestaban atención. Por ejemplo en los “Tratados de Trótula” del siglo XI habla entre otros temas del cuerpo de la mujer o de la importancia de la higiene. Porque además de no permitirnos el acceso al conocimiento, no centraban su interés en nuestra salud.
Carol Gilligen utiliza dos conceptos: ética del logro y ética del cuidado. La ética del logro, que define a los hombres durante el desarrollo histórico, se refiere a la acción por un objetivo. El conocimiento como estatus. La ética del cuidado, que definió a las mujeres (de forma obligada) se refiere a la acción por la importancia en las relaciones con el grupo. La vinculación emocional, que acaba traduciéndose en dependencia.
Aunque si le damos la vuelta a esta teoría, aunque las mujeres hayamos proyectado por sometimiento nuestras relaciones en los hombres, ellos no habrían podido sobrevivir sin el sustento emocional que les hemos proporcionado. Evidentemente, desde una perspectiva feminista, el mecanismo patriarcal que nos ha impuesto la ocupación absoluta de los cuidados no es lícito. Comprender la importancia de las mujeres no supone negar la dominación patriarcal, en palabras de Almudena Hernando.
Poner en valor los cuidados supone asumir que son las prácticas que refuerzan el grupo, y por tanto, las prácticas que nos mantienen a flote. Poner en valor los cuidados no quiere decir salir a aplaudir a las ocho de la tarde al personal sanitario; supone replantearse la jerarquía médica que deja en último lugar a las auxiliares (también mayoritariamente mujeres). Supone enseñar desde una perspectiva feminista la importancia de que todos nos hagamos cargo de los cuidados, y que eduquemos en la responsabilidad afectiva.
Por @Bea_CN
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