ADVERTENCIA: el siguiente artículo contiene lenguaje e imágenes obscenas.
En estos tiempos convulsos, la actualidad de la pandemia copa los medios de comunicación con cifras y previsiones de la última hora de la crisis. Como en toda tragedia, las noticias humanas y solidarias, el gesto filantrópico del empresario de turno, los conciertos de grupos de moda vía directos de Instagram ayudan a mantener el buen ánimo del ciudadano y constituyen un éxito en clicks para los medios que se hacen eco de ellas. En esta línea, una de las informaciones estrella de las últimas semanas era que PornHub, una de las plataformas de pornografía más grandes del mundo, liberaba su contenido premium durante el estado de alarma. Los comentarios en redes, los memes y el tono festivo de los artículos que lo anunciaban no dejaban lugar a dudas, el porno era un motivo de celebración y, además podía ser solidario. La consideración de la pornografía como una forma de violencia contra las mujeres quedaba totalmente fuera de la ecuación.
Que la industria de la pornografía vive de objetificar a las mujeres y de reproducir una sexualidad misógina, basada en la dominación masculina, no es nada nuevo. Tampoco lo son la erotización del dolor de las mujeres ni las recreaciones de situaciones que se condenan socialmente en la vida real. A la sombra de una supuesta fantasía, las violaciones y el incesto constituyen la temática principal de estas páginas. El feminismo ha dado la voz de alarma sobre la reproducción de la desigualdad socialmente aceptada que constituye la pornografía. Andrea Dworkin, Gail Dines o Carole Pateman son solo algunas de las referentes teóricas en sus críticas a la escuela de violencia sexual que constituye esta industria millonaria. En los últimos años, sin embargo, no son pocas las voces que acusan a estas posturas de censoras y que se empeñan a darle a la pornografía un aire empoderante para las mujeres, muy conveniente a la estructura patriarcal y al neoliberalismo implícito en la mercantilización de nuestros cuerpos. En este texto, vamos a analizar la realidad de PornHub, oculta tras el barniz posmoderno y glamourizado que le aplican.
Bajo el epígrafe “Vídeos calientes en España”, aparecen decenas de vídeos de hombres sometiendo a mujeres. No se trata solo de las posturas -las mujeres son básicamente vaginas y culos en primer plano- sino de cómo los títulos lo dejan claro. “Adolescente de Instagram follando con su primer Sugar daddy” y “Criada colombiana me limpia la habitación de hotel” -la miniatura del vídeo muestra una limpiadora latina a la que el cliente le pone billetes en la cara- encabezan el ranking en este momento. Deslizando hacia abajo aparecen todo tipo de imágenes hirientes: una mujer inmovilizada con la boca abierta en primer plano bajo el epígrafe “Eva se traga 58 corridas”, una adolescente vestida con un pijama infantil bajo el título: “Adolescente apestosa de culo grande follada por su hermano” o una mujer con la cabeza atrapada en la lavadora en un vídeo titulado “Se folla a su madrastra atrapada y luego se la chupa” entre muchas otras. Hay mujeres embarazadas, ancianas y mujeres de mediana edad categorizadas como MILF -Madre que me follaría-, pero sobre todo niñas -o mujeres muy jóvenes caracterizadas como si lo fueran- en una constante erotización de la infancia.
Las categorías son más de lo mismo. Una de las más populares es “Babe”, un sinónimo ñoño para aludir a menores o a actrices que lo parecen. También está “Adolescentes” e incluso “Jóvenes con Viejos”. Como un producto más del mercado, las mujeres también se etiquetan bajo todo tipo de fetiches étnicos: “Asiáticas”, “Latinas”, “Árabes” y por partes del cuerpo como el despiece de una carnicería: “Tetas grandes”, “Tetas pequeñas”, “Culos grandes”. Las prácticas más demandadas son “Anal”, “Doble penetración” o “Bukkake”. El buscador lo pone aún más fácil. Si introducimos la palabra “violada” se despliegan los más de trescientos vídeos “solidarios” que los medios de comunicación promocionaban como noticia de carácter humano: “Joven violada por su tío”, “Mi hermano me viola mientras duermo, termina dentro de mí y lloro”, “Destruyendo a una puta” y “Acampada con violación de una amiga” son los primeros en el listado. Todos muestran imágenes muy violentas que exaltan la tortura -con la propia palabra- incluso en algunas de sus descripciones como parte inherente del placer masculino que difunden. En una de las miniaturas, “Gangbang y abuso a rubia tetona”, aparece una mujer desnuda crucificada con cuerdas, amordazada y con las piernas en alto, a punto de ser violada por varios hombres.
Con la cuarentena, los vídeos de incesto son otra categoría de tendencia en las páginas pornográficas. En PornHub se despliegan más de 4.000 vídeos si introducimos la palabra “niña” en su buscador. VeoPornoGratis.XXX tiene una categoría llamada “Incesto” donde distribuye contenidos como “Su padre la viola a cambio de no castigarla sin salir” o “Hija violada sin poder resistirse al creampie” de cuya sinopsis recogemos un extracto: “El padre está que se sube por las paredes porque necesita meter polla. La única que está en casa es su hija a la que acaba poniendo contra la ventana a cuatro patas, le abre los pantalones y le rompe el chochito”. Hay miles así. No importa si incitan a la violencia contra las mujeres, si contravienen la LIVG en todos sus apartados, si degradan la imagen de todas las mujeres y niñas deshumanizándonos y convirtiéndonos en meros objetos de placer masculino. Masturbarse con estos contenidos está tan normalizado que incluso es lícito exaltar el gesto solidario de estas webs al democratizar su contenido de pago e invitar a adultos y jóvenes a consumirlos desde los medios de comunicación. Quizá la próxima vez que uno de estos medios se lleve las manos a la cabeza con la violación grupal de una menor alguien deba recordarles “Acampada y violación de una amiga” para que hagan memoria. A quienes dicen ser feministas y defienden la pornografía, quizá bastaría con preguntarles cuánto ganan haciéndolo o en qué partido esperan conseguir un puesto con el que recuperar su carrera política.
Por Princess Caroline (@ALaLicuadora)
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