Hace un par de días hablaba con una maestra ya mayor y con más de 30 años profesión a sus espaldas. Mi amiga Alba me había hablado muy bien de ella. Me contaba que era una maestra feminista y que llevaba toda su vida intentando educar a sus alumnos en la igualdad. Había visto pasar ante sus ojos muchas generaciones de niñas y niños y a sus 62 años seguía esforzándose por mantener esa chispa, esa iniciativa en sus “últimos años de profesión”.
Cuando entré al local, no hizo falta que nos presentaran. Llevaba entre mis manos un libro de tapa morada que suscitó su curiosidad. Se acercó a mí mirando el tesoro que llevaba entre mis manos y presentándose amablemente me preguntó por él.
No me dio tiempo a contestar. “Tú eres Alejandra, ¿verdad?” me preguntó.
Desde el minuto cero comenzamos a mantener una conversación fluida mientras mi amiga me miraba con gesto de “te dije que te encantaría”.
Al poco llegaron dos amigos míos, pues habíamos quedado ahí como prácticamente cada domingo.
Nos tiramos hablando un par de horas, ese tipo de conversación para cambiar el mundo… hasta que salió un tema que a mí me pareció estelar.
“Tú viste a una niña de azul, con su coletero azul, su baby azul” me dijo la maestra, Rosi. “Viste a la niña y verás que estará encantada. Todo el mundo la verá estupenda y ella se verá así misma estupenda también”.
“Ahora, viste tú a un niño de rosa, con un baby rosa y unas zapatillas rosas. Ya verás como el niño te dice que tralarí. ¿Sabes por qué?, porque el rosa es el color de las niñas, las chicas, las mujeres… el rosa es el color de las débiles. Hasta un niño sabe que no quiere ser rosa.”
Esa frase. ESA FRASE. Ya la había escuchado antes. No exactamente así pero muy parecida. Con barcos y corazones.
Basándome en una experiencia personal diré que sí, los niños no quieren ser “rosa” pero… las niñas en muchas ocasiones tampoco quieren ser azul. Saben que ser azul es mejor, pero lo peor de todo es que ellas prefieren ser rosa porque es su condición de mujer y, aunque sea menos que el azul, ellas tienen que ser rosa.
Recuerdo los carnavales cuando era pequeña. Con tres años nos tocó representar “Ricitos de oro”. Todas la niñas se disfrazaron de Ricitos, con sus vestidos (algunos azules, pero vestidos a fin de cuentas) y con sus largas pelucas rizadas.
Ningún niño se disfrazó de Ricitos de oro y ninguna niña de oso. Sólo yo. También recuerdo el carnaval de Caperucita Roja. Ocurrió lo mismo. Supongo que ahí se le puede achacar a la condición de género. Los chicos van de chicos y las chicas van de chicas pero… ¿Todos los ositos tenían necesariamente que ser hombres?
Lo más sorprendente llegó en primaria. Cuando nos tocó hacer de la serie “Pippi Calzaslargas”.
Siguiendo el patrón de los años anteriores, las chicas se habrían disfrazo de Pippi y los chicos de su mejor amigo, de Tommy, pero sorprendentemente aquella vez no fue así.
Casi ninguna niña se disfrazó de la protagonista, la mayoría de ellas optaron por vestirse de Annika, la amiga de Pippi. Una niña que, sin ser cursi, representaba mucho más el “ideal de niña”.
No era tan fuerte ni alocada como Pipi y aprendía de ella. Era más dulce, más guapa. Rubia con ojos azules y sí, vestía de rosa en varios capítulos.
Las niñas preferían ser un personaje secundario pero más adaptado al prototipo de mujer que ser la protagonista «hombruna» que representaba Pippi.
Coincido totalmente en la frase de la maestra Rosi y en los barcos y corazones de Nuria Varela pero… vivimos y nos educan en una sociedad tan patriarcal y machista que, hasta las propias niñas, deciden ser el rosa antes que el azul, aun sabiendo lo que significa cada color. Porque a las niñas nos educan para ser “rosa” y no salirnos nunca de ese color.
Por Ale de la Fuente (@Relatofeminista )
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