El deporte femenino es una de las grandes asignaturas pendientes de la sociedad, puesto que para nosotras es prácticamente imposible vivir de ello o tener algún tipo de reconocimiento, por pequeño que sea. Es un campo que está ampliamente denostado e infravalorado, pues cuántas veces habremos oído frases como: “Echan fútbol en la tele. Ah nada, pero es un partido de chicas”. Ese “de chicas” que quita todo el interés a lo que se iba a comentar, que deja claro que el espectáculo no es interesante.
Hoy, me gustaría comentar un poco mi experiencia en este ámbito, pues me dediqué a él desde pequeñita y llegué a competir en ligas de alto nivel. Por el camino tuve la, digamos, oportunidad de vivir algunas experiencias que continuamente me dejaron clara cuál era mi situación. Como son vivencias reales en las que se denuncian hechos concretos, cambiaré un poquito la historia para que me sea más fácil contarlo.
En fin, vamos allá.
De niña yo hacía atletismo. Se me daba bastante bien, pero me resultaba demasiado aburrido, así que un día decidí que quería cambiarme a hacer un deporte de equipo. En el mismo club en el que entrenaba había un equipo muy bueno de, pongamos, balonmano. Yo jugaba en la categoría infantil, donde las competiciones todavía son mixtas, así que junto a otras dos amigas que también se aburrían del atletismo intentamos cambiarnos a balonmano. Allí me llevé mi primera gran sorpresa: no aceptaban chicas. ¿Cuál era la razón? Ninguna. Simplemente no querían chicas en su equipo.
De esta forma, pues, buscamos otro equipo de balonmano en nuestra ciudad en el cual sí hubiera chicas y nos apuntamos. Aquí, la verdad, me encontré con dos entrenadores que apostaban por que los chicos y las chicas entrenasen siempre juntos y que los equipos fueran mixtos. Decían que se aprendía mucho más y que así era mejor para la cantera. Hoy me doy cuenta de lo importante que fue eso para nosotras y de todo lo que aprendimos ahí.
Bien, al año siguiente, cuando todavía éramos infantiles y la categoría seguía siendo mixta, nos llamaron para entrenar con la selección de balonmano de nuestra región. Íbamos unos cuantos niñxs, sin importar sexo, entrenábamos un día a la semana y poco a poco iban decidiendo cuál sería el equipo que llevarían a los campeonatos de España. Puedo asegurar que en mi generación había chicas MUY buenas, mucho mejores que muchos de los chicos que fueron. Pero ninguna fue al campeonato. ¿Por qué? Porque el seleccionador NO quería chicas. Los estereotipos son tan dañinos, el género está tan arraigado, que compañeras de alto nivel se quedaron sin ir a un campeonato de España porque cotillearían mucho o distraerían a los niños.
Crecimos, y llegamos a jugar en la categoría absoluta. La liga más importante de España. Implicaba dos o tres horas de entrenamiento cada día y la mitad de los fines de semana viajando a otras ciudades. Además de estudiando o trabajando mientras tanto, claro. Porque nuestro sueldo era de aproximadamente 0 euros al mes. Como no había otros equipos de nivel en nuestra región, los partidos de entrenamiento los hacíamos contra equipos masculinos. Dábamos la talla. Pero, aun así, no nos empezaron a tomar en serio hasta que les ganamos por segunda vez.
El deporte no es solo fuerza bruta, cuerpo a cuerpo y tiros desde lejos. Podemos compensarlo perfectamente con técnica y buenas jugadas. Pero el concepto de deporte está tan masculinizado que no disfrutamos cuando la cosa cambia un poco. Y yo, sinceramente, creo que somos tremendamente injustos con respecto a esto.
El deporte de alta competición es muy duro y más aún cuando tienes que compaginarlo con estudios o trabajo para ganarte la vida; así que tuve que dejarlo. Como quería seguir con el deporte, me apunté a un equipo de baloncesto de una liga baja, que se tomaba las cosas con calma. Entrenaba con el equipo femenino y después, a veces me quedaba también con el masculino si les faltaba gente, porque me gusta hacer deporte y a veces lo pedían. Sin embargo, de nuevo tuve que aguantar cientos de prejuicios y de comentarios como “si este ejercicio es muy difícil para ti no hace falta que lo hagas” o “perdón por no haber corrido a tu pase, es que no me esperaba que te fueras a atrever con una jugada tan difícil”. En un partidillo de entrenamiento hubo quien dijo que “no podemos perder, que en el otro equipo hay dos chicas jugando”.
Una vez me aplaudieron por ejecutar bien un ejercicio complicado que pocos estaban haciendo correctamente, pues parece ser que nadie se esperaba que pudiese hacerlo. A los otros chicos que lo lograron no les dijeron nada más allá de un “muy bien”.
Y no hay otra razón que prejuicios y estereotipos cuando hablamos de no aceptar que una chica pueda hacer las cosas igual de bien que ellos. Me molesta mucho que no me tomen en serio, pero creo que es lógico ¿no? Me obligan a estar demostrando constantemente que puedo hacerlo porque el mínimo error se asocia con que “soy una mujer y por tanto soy más débil”. Y no solo eso, además, tengo que ejercer de representante de todo el colectivo femenino. Porque si no lo hago bien es porque las mujeres no pueden. Es una presión injusta a la que ningún hombre se verá sometido nunca ya que si él es malo haciendo algo es, simplemente, porque él es malo.
No es solo aquí. Es en la vida en general. Unirse a un grupo de amigos que va a echar un partidillo de cualquier cosa significa que te traten con condescendencia y superioridad, y una presión constante por demostrar que, no es que seas igual de buena que ellos, es que eres mejor. Es la única forma de que te tomen en serio y puedas jugar como una más.
Soy mujer, y soy deportista.
Por Yurippe (@femi_friki )
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