El deporte ha sido, y sigue siendo, una de las luchas constantes del feminismo. Que las mujeres se hayan incorporado tarde y con muchas dificultades no es un hecho aislado; ya que, el mundo del deporte siempre se ha considerado uno de los ámbitos de acceso exclusivo a los hombres.
Los estereotipos de género que todos conocemos han acompañado a aquellas mujeres que han intentado hacerse un hueco en este mundo de hombres; cómo no, fuertes, agresivos, competitivos y con gran capacidad física para afrontar todo tipo de actividades deportivas.
Y por mucho que se repita la frase de “hemos avanzado”, seguimos añadiendo la coletilla de “femenino” para los deportes “versionados” por mujeres para aclarar que, por ejemplo, está el Mundial de Fútbol y, en segundo plano, el de mujeres. Adivinad cuál de los dos goza de más audiencia y apoyo. La diferenciación de hombres y mujeres también sucede en el baloncesto, voleibol o golf, ya que pocos son los deportes en los que las mujeres compiten contra los hombres, como la equitación y algunos campeonatos de automovilismo.
Nada ha impedido que ellas sigan sufriendo discriminación y menosprecio inherente en esta sociedad. Porque se sigue valorando más el uniforme que llevan – también machista -, su belleza y su presencia, que los logros que consiguen por su talento y su esfuerzo que, o se le quita valor o se le atribuye al buen trabajo de su entrenador; como pasó con Carolina Marín, campeona mundial de Bádminton. Titulares como “Carolina, la niña que admira a Nadal, primera no asiática que gana el oro” (El Mundo); o “Rivas, el hombre que convirtió en oro las rabietas de Carolina” cubrían la prensa española. También el caso de Allison Stokke, la saltadora de pértiga a la que le dedicaron artículos como “¿Es Allison Stokke la atleta más bella del mundo? (Marca Buzz). Todo se reduce a ser “mujer de”, a “estar buena” o a ser un bellezón, sin importar ni tus títulos ni tus medallas.
Y alguien podría decir que son “casos aislados”, pero claramente no es así. Un estudio de la Universidad de Cambridge afirma que la información deportiva en los medios de comunicación es diferente si se trata de un logro de una mujer o de un hombre. Cómo no, los privilegios por ser hombre también se reflejan en los medios, ya que se hace referencia a un hombre dos veces más que a una mujer e incluso puede recibir tres veces más espacio o tiempo en la información deportiva. Pero no solo se trata de cuánto espacio o tiempo dedican a las mujeres, sino cómo. El lenguaje del deporte también apesta a machismo: las palabras más destacadas para hablar de las mujeres son “edad”, “embarazada” o “soltera”, mientras que para los hombres todo son elogios por ser “fuertes”, “rápidos” o “fantásticos”.
Ser deportista de élite y llegar a participar en competiciones como los Juegos Olímpicos no es fácil. Necesitas, como mínimo, muchas horas de entrenamiento, constancia y una buena alimentación. Pero se ve que, si ese deportista es una mujer, todo eso queda en segundo plano y se realza automáticamente cómo lleva la falda, si se maquilla o si tiene algunos kilos de más. Recordemos que en las Olimpiadas de Río de Janeiro, en el caso de España, las mujeres consiguieron más medallas de oro y de plata que los hombres y dudo que haya sido por su vestuario o maquillaje.
Como dijo Billie Jean King, ex jugadora de tenis de los Estados Unidos: “De niña me di cuenta que las chicas no tenían el poder, que la gente no nos escuchaba de la misma manera que a los chicos«. Pero esto puede cambiar si desde la infancia se normaliza la participación de las mujeres en el mundo del deporte, si dejamos de añadirles cargas y presiones estéticas y aceptamos que las mujeres son igual de capaces de levantar 140 kg, de correr 100 metros en menos de 10 segundos, y ganar una medalla de oro por méritos propios.
Por Ariadna España @Ariespaso
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