Cuando nos hablan de urbanismo feminista surge, muchas veces, un cierto pensamiento escéptico sobre cómo incluir el feminismo en una disciplina que tenemos entendida como algo técnico, cómo el mecanismo para ordenar la ciudad y su crecimiento. Pues bien, la respuesta a esto es bastante sencilla, el feminismo tiene que ver con todo, con el arte, con el cine, con la economía…es una cuestión de ver la vida desde una situación de desigualdad. Además, yo prefiero elegir la definición que da Henri Lefebvre, filósofo y sociólogo cuyo análisis se centra en la crítica de la vida cotidiana y la producción del espacio, da en su libro “Derecho a la ciudad” que es: el urbanismo es ideología. Es una forma de hacer justicia social, puesto que es el medio dónde todos convivimos y para planificar una ciudad, hay que tener muy en cuenta la sociedad que va a vivir en ella. El urbanismo inclusivo trata el replanteamiento de las ciudades teniendo en cuenta a toda la sociedad y sobre todo, la que no se tiene como protagonista (mujeres, niños, ancianos, personas en exclusión social…), pero me centraré en el papel de las mujeres.
En los años 30, un reputado arquitecto y urbanista suizo, Le Corbusier, estudiado como paradigma de la arquitectura moderna en todas las escuelas y que considera la vivienda como la “máquina de habitar”, propone una ciudad moderna funcional y diseña todo (muebles, barrios, casas…) respecto el sistema de medidas que el mismo, el modulor, que se encarga de dar escala y proporcionar la arquitectura. El modelo humano en el que se basa Le Corbusier, correspondía a las medidas del hombre medio de aquella época. Es decir, Le Corbusier, diseña la ciudad y la arquitectura pensando en que el sujeto protagonista es el hombre y este modelo se reproduce durante toda la historia. La ciudad de Le Corbusier se basa en zonificar el territorio, es decir, que exista una zona de la ciudad de viviendas, otra de trabajo, otra de equipamientos y zonas verdes y todas ellas unidas por grandes carreteras para que la gente se mueva rápidamente. Pero, como decía, en este planteamiento de la ciudad, hay un único protagonista y lo que tiene prioridad en las ciudades es la producción, realizada en mayor proporción por el hombre.
La segregación de los espacios públicos y privados en zonas completamente distintas, hace las ciudades impersonales, como máquinas, que no dejan espacio para en encuentro. Los espacios quedan condicionados por los usos y se asignan diferencialmente los espacios según el género y de la mano con los roles de género se asignan relaciones con los espacios, que a su vez crean desigualdades de género. El protagonista de la ciudad y del espacio siempre ha sido el hombre. El hecho de que se separe un espacio específico para el trabajo, ignora que existe gente que trabaja en casa, ya sea de forma asalariada o no. Las tareas asociadas al cuidado, son desempeñadas casi en su totalidad por mujeres, se desarrollan sobre todo en el hogar y cuando tienen que desplazarse a otro sitio de la ciudad (hacer la compra, recoger a los hijos del colegio…) se encuentran con que existen grandes distancias, que en muchas ocasiones están mal comunicadas por trasporte público, ya que según la DGT, solo un 39,5% de las mujeres en España tienen carnet de conducir (datos del 2008).
Los colectivos de urbanismo inclusivo plantean cómo podemos hacer las ciudades más inclusivas. Se deben contar en las ciudades con espacios que favorezcan la escala humana, puesto que las ciudades están pensadas en el automóvil, con distancias entre los puntos muy lejanos. La proximidad entre los puntos crea proximidad entre las personas. La ciudad tiene que garantizar la autonomía de las personas, no la dependencia. Esta proximidad, nos ayuda a humanizar, a empatizar, a tener conciencia de que vivimos en comunidad, y esto tomaría un papel muy importante en la lucha del feminismo, pudiendo ganar las mujeres espacio público y generando espacios seguros donde poder formar comunidad. También se proponen algunas medidas útiles para por ejemplo, ayudar a que las mujeres tengan mejor acceso a una vivienda, por problemas de que nuestro salario es menor o mujeres afectadas por la violencia de género.
Por empezar en una menor escala, lo principal sería repensar la vivienda. Antiguamente, la vida de una casa sucedía en la cocina, donde todos los integrantes compartían tiempo y espacio, sin embargo, las nuevas propuestas de viviendas, presentan cocinas minúsculas en las que apenas cabe una persona y el espacio en el que se desarrolla la vida, en el salón, de modo que la persona que cocina, habitualmente la mujer, queda aislada de la vida familiar. Lo que se suele proponer son cocinas más amplias que den a un patio, no residual ni de ventilación, en el que se pueda desarrollar la vida y que así se pueda integrar la persona que esté cocinando.
A nivel de planta de edificio, lo lógico sería plantear espacios en los bloques de vecinos que fomenten la vida en comunidad, que sean espacios abiertos al dialogo, romper con lo impersonal de la ciudad. Además, si uno de los problemas de la ciudad para las mujeres es como desplazarse hacia las diferentes dotaciones (supermercados, centros médicos, centros escolares…), lo lógico es reservar una parte de los bloques de edificios para tener unas dotaciones.
La finalidad es crear redes cotidianas entre lo público y lo privado, crear espacios inclusivos, en los que no esté solo presente la producción económica, sino el resto de ámbitos de la vida. La planificación urbana no es neutral, la forma reproduce relaciones y el espacio es un conflicto de intereses en el que surgen relaciones, por lo que debemos fomentar que esas relaciones sucedan.
Subiendo de escala, cuando salimos de nuestros edificios, nos encontramos con aceras normalmente demasiado estrechas para que se pueda producir vida en ellas, son simplemente espacios de tránsito y como decía Janet Jacobs en “muerte y vida de las grandes ciudades” las aceras son indicadores de vida de las ciudades, por lo tanto deberíamos poder tener unas aceras amplias en las que crear vida, en crear una ciudad segura, que no es aquella que utiliza el miedo como arma de control, no es lo que alimenta el discurso de que somos vulnerables, sino la ciudad que genera espacios seguros. Tener un lugar en el espacio público, es de vital importancia para las mujeres.
Afortunadamente, ya contamos con muchos equipos que están teniendo en cuenta estas medidas e incluso ya están llevadas a cabo en un barrio de Viena por un equipo español (Col.lectiu Punt 6). En España, varios ayuntamientos han comenzado a dar pasos en ese sentido. Girona comienza a trabajar la red de espacios públicos desde la perspectiva del cuidado, Gavà (Barcelona) prioriza la conversión de las esquinas del casco histórico como espacio de encuentro para las personas con bancos y zonas de sombra y San Sebastián aplica en la vivienda nueva una normativa de portales seguros con puertas accesibles y sin zonas oscuras.
Por Irene Ventura @_sorrynotsorryb
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