Cuando me preguntan por qué me gusta tanto la película de Booksmart siempre contesto lo mismo: porque es la película que me hubiese gustado ver cuando era adolescente.
La ópera prima de Olivia Wilde como directora es una película sencilla, profunda y rara a partes iguales.
Sencilla porque es fácil de ver, como cualquier otra película americana para adolescentes. Profunda porque no por ello es “lo de siempre”. Y rara porque a veces te ríes de lo ridículas que son algunas situaciones.
Pese a que su argumento es el de tantas películas, Booksmart consigue tener ese “algo” que la diferencia de todas esas historias protagonizadas por “chicas de instituto que solo se han centrado en sacar buenas notas deciden disfrutar de una noche de fiesta antes de ir a la universidad”.
Porque sí, eso es a grandes rasgos lo que ocurre, aunque en mi opinión hay mucho más detrás.
Amy y Molly, las dos alumnas más brillantes del instituto, las que mejores notas sacan, las que más actividades extraescolares realizan, las que van a ir a mejores universidades, las que ponen de los nervios por su pedantería, se dan cuenta el último día de clase de que las notas no lo son todo y acuerdan ir a la mejor fiesta de final de curso.
Escena de la película
Las situaciones con las que se encuentran y las personas con las que tienen que lidiar son excéntricas cuanto menos, pero entre esos diálogos cómicos, y muchas veces sin sentido, hay espacio para que Booksmart no se convierta en una película más.
Algo que me llamó la atención sobre los personajes de Booksmart es que no están definidos por aquello que en otra película les catalogaría en un tipo de historia.
Molly tiene sobrepeso y en ningún momento de la película es algo relevante o hay una burla hacia su aspecto. Si no quiere ligar con un chico no es porque considere que no es lo suficientemente “guapa” para él o porque le falte confianza, sino porque sabe que ellas es mucho más inteligente, a todos los niveles, que los chicos populares por los que en otra película suspiraría.
Amy es lesbiana y su orientación sexual tampoco define al personaje. Le gustan las chicas y las preocupaciones y conversaciones que tiene respecto a relacionarse con ellas son las mismas que tendría si el personaje fuese heterosexual.
Por fin, por una vez, la línea argumental de la chica gorda no es ser gorda ni la de la chica lesbiana ser lesbiana.
Lo más interesante de la película es cómo las propias Amy y Molly van desmontando todos esos prejuicios que ellas también tienen sobre sí mismas y el resto de personas, entendiendo que hay más de una dimensión para cada realidad.
Amy y Molly terminan la película dándose cuenta de que la realidad no es solo una, que tu papel no está asignado por lo que la sociedad espera de ti y que tu existencia es, por decirlo de algún modo, “compleja”.
No eres solo la empollona de la clase, ni la gorda, ni la lesbiana. Cómo vistes, qué notas sacas, quién te gusta, qué rumores hay en torno a ti o cuáles son tus prioridades no te definen.
Escena de la película
Me hubiese gustado ver Booksmart de adolescente, pero también aprecio haberla visto con 24 años.
Con 14 o con 24, me ha reconfortado ver una película que me enseña que es normal tener contradicciones internas, ser ridícula en ocasiones, tomar una decisión diferente a la que siempre habías dicho que tomarías, decepcionar a personas que te importan o no saber qué es lo que quieres o lo que tienes que hacer.
Porque al final la relación que tienes contigo misma y con otras personas es compleja. Cambias y cambian. Las personas, las decisiones y tu modo de enfrentarte a ellas.
Y esto es lo que en mi opinión hace que Booksmart, entre sus situaciones de comedia de enredo, no sea “lo de siempre” y siempre que la vea me haga pensar en mi yo (no tan) adolescente.
Por María M. (@mariamaganacm)
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