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No solo duelen tus golpes

Yo también tengo un ex maltratador. A mí también me decía que la violenta era yo cuando intentaba defenderme de agresiones verbales, sexuales y todo tipo de amenazas y vejaciones. Tú te hiciste pis encima por el estrés postraumático. Yo tuve hemorragias anales durante muchos meses. A ambas casi nos ahogan. Tú llamaste al 016. A mí me atendió una asistente social durante un año. Tú no dabas el perfil de maltratada que la sociedad tiene en la cabeza porque no eres una mujer sumisa. Yo tampoco. Las dos tenemos estudios superiores. Tú trabajas sobre la violencia machista. Yo también. La diferencia entre tú y yo es que, a pesar de haber pasado por un horror similar, tú consideras que las mujeres somos unas privilegiadas y así lo haces saber en tu obra. Es casi una paradoja, articular todo un proyecto sobre la violencia contra las mujeres y considerarte en una situación de privilegio. Ese sinsentido es inseparable de la definición subjetiva e irregulable de “mujer” que promueve tu discurso queer, como si la opresión y la violencia que vivimos pudieran elegirse o cambiarse desde lo individual o a golpe de pronombre. Sho/sho, como dice una buena amiga, es el único pronombre que nos identifica desde que nacemos.

Y es que, el feminismo es mucho más que condenar la violencia o enseñar a identificarla. No digo que ninguna de estas cosas sean negativas, evidentemente, pero sí lo es la despolitización del movimiento feminista que promueve tu discurso. El feminismo tiene como objetivo identificar la raíz de esas violencias y acabar con ellas. Esa raíz no es otra que la jerarquía sexo-género, un sistema de privilegios que subordina a las mujeres al agrado al otro, al cuidado del otro, a la búsqueda del amor romántico como un fin existencial, a la privación de la excelencia y a la inseguridad personal. Por eso no nos fuimos antes cuando nos maltrataron, porque nos educaron en esa personalidad femenina que no existe fuera del constructo. Ellos creían que tenían derecho a tratarnos así y nosotras creíamos que les hacíamos ponerse así. Ese es el quid de la cuestión. La socialización femenina no se elige, es una imposición que viene con el sexo, con el modelo de ideal femenino en el que te vas a educar, con tus referentes, con los cuentos de princesas, con las cantantes pop hipersexualizadas, con empoderarte (palabro neoliberal donde los haya) con tacones en lugar de con talentos, con dudar de ti misma y anteponer los intereses de otros a los tuyos como una norma. No se trata de citar a Beauvoir y a Millett de carrerilla, se trata de entender esa idea.

Cada vez que deshumanizamos a las mujeres y las convertimos en un mero sufijo, CIS, cada vez que negamos el sexo como la realidad material de la opresión de las mujeres validamos el discurso patriarcal de esencias femeninas y eliminamos lo más importante del movimiento feminista: La clase, la que conformamos todas las mujeres, la que tiene vocación universal. Nadie va a preguntarle a la niña vendida a un matrimonio concertado con qué género se identifica, ni a la embarazada despedida, ni a la chavala a la que sigue por la calle de noche una manada. Cuando seas una preadolescente, vas a sentir las mismas miradas de hombres adultos, vas a ver las mismas películas en las que una mujer tiene que perdonar a un hombre-inmaduro-celoso-pero-con-buen-fondo para estar completa encontrando el verdadero amor, el que puede cambiar al otro. La violencia obstétrica, spoiler alert, tampoco desaparece identificándote con ninguna construcción posmoderna y tus habilidades de liderazgo van a ser una mierda te identifiques con lo que te identifiques porque habrás crecido aprendiendo que eso no es lo tuyo. La elección de la identidad solo es posible para quienes están en la jerarquía alta, los hombres, igual que el negro no puede elegir sentirse blanco o el proletario no puede elegir sentirse burgués. La realidad material se impone sobre el terreno pantanoso del sentimiento con tinte de categorías sexista que constituyen las teorías de identidad.

Y no. Lamentablemente el maltrato no te confiere ninguna autoridad intelectual, porque no solo duelen tus golpes, porque somos muchas las violentadas que pensamos diferente y abordamos el feminismo desde el enfoque crítico y de clase que le corresponde. A lo largo de la lucha histórica de las mujeres, los intentos de capitalizar el movimiento y convertirlo en una versión light del machismo duro son numerosos, de la misoginia romántica al feminismo liberal imperante. El maltrato tampoco te exime de poder cometer una injusticia nunca más en tu vida. Comparar la violencia que viviste con tu exmaltratador con el cuestionamiento público de un enfoque teórico es una de ellas, además de una muestra de incomprensión de las relaciones de poder y dependencia que implica una desigualdad estructural. Mucho más cuando varias representantes del Ministerio de Igualdad y esos hombres-que-nos-explican-el-feminismo salen a defenderte y a abrazar esta comparación acrítica, tan conveniente al statu quo. 

Hay que recordar que la libertad de cátedra es un derecho fundamental en nuestro ordenamiento jurídico, que nos protege de la discriminación por sexo en el artículo 14 de la Constitución igual las máximas disposiciones en la materia, la Carta Fundamental de los DDHH y el Convenio Europeo para la Protección de los DDHH. Por ese enfoque feminista en las aulas, por la transformación radical del sistema en uno que no nos divida en cerebros -o almas o sentires- masculinos y femeninos son muchas las profesoras y divulgadoras que se han visto sometidas al acoso o han perdido su trabajo en la educación anglosajona, como Sheyla Jeffreys o Meghan Murphy. Cuando la única salida al expresar un argumento crítico sobre una teoría es hablar de señalamiento y de veto, entonces se habla de un dogma. Cuando a nosotras, también golpeadas, se nos llama TERF-CIS-privilegiadas, cuando se nos acusa de discurso de odio por señalar que no existen personalidades de hombres y de mujeres fuera de las categorías patriarcales, también. Pero a la razón no se le arrincona tan fácilmente y a la universalidad, tampoco. 

 

Por Princess Caroline (@ALaLicuadora)

 

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