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Esta noche salimos

Es sábado por la tarde. Vengo del gimnasio y cojo el móvil. El chat del grupo de amigas está que echa humo. Es sábado y, tras varias semanas sin vernos (yo no quería ser casi adulta para esto) esta noche se sale. El plan es que no hay plan y el de siempre. Algunas quedan antes para ir a cenar o simplemente porque no aguantan más en casa; y, otras, como yo, vamos directamente al bar. “Nos tomamos algo en el garito de siempre y luego entramos a la discoteca esa…la que no es tan cara y ponen temazos.” “¿Qué os vais a poner? Arregladas, no?”

La verdad es que me encanta la idea, para qué engañarnos. Amigas, música y risas. Salgo de la ducha y abro el armario. Hay que arreglarse (como si estuviésemos rotas por fuera sin importar que en algún momento lo estemos por dentro). Elijo blusa, me pongo las medias, me subo la falda y me da que voy a sacar esos tacones que están casi sin estrenar. Igual de bonitos e igual de insufribles tras un par de horas. Pero si vamos a esa discoteca y todas se arreglan no voy a ir dando la nota en zapatillas, ¿no?

Yo voy en coche. Para variar llego tarde así que me quito de líos de tren y metro y me voy (más tranquila) conduciendo. Da igual que no pueda beber, prefiero esta noche conducir yo. Al final nos juntamos un montón de amigxs, ¡Genial! he tenido que dejar el coche al final de una calle no muy transitada. Voy sola cuando escucho el ruido de un motor acercarse y respiro aliviada cuando me giro y veo que es una chica buscando aparcamiento. Llamo a una de mis amigas estáis donde siempre, no? Ya llego. Espera no me cuelgues hasta que esté cerca, porfi.” Entro y allí están todxs ya. Me voy a la barra a pedir y el camarero parece que acaba de conocerme, llevo yendo a su bar cerca de un año y es la primera vez que intenta invitarme a algo. Lo comento con mis colegas. Mis amigos, entre risas, me animan a que le eche cara y le pida la copa. “Venga Ana, dile algo y que te invite”.  Paso. Mejor otro día.

Son como las 3:30 de la madrugada y el cuerpo pide baile. Hacemos cola en la puerta y nos toca. Preguntamos cual es el precio por entrar. “Chicas 10 y chicos 15.” Por lo mismo. Se me escapa un “ya estamos…” y un mal gesto. El portero me pregunta y entramos en un pequeño debate. Acaba riéndose cuando uno de mis amigos me dice que lo deje, que ya se como funciona esto y que entremos, que la gente sigue esperando. Mi cabreo y yo entramos. Sí, dentro están poniendo los temas del momento. Mi querido Maluma y sus cuatro babies es el momento genial para ir al baño. Que sí, que la industria musical es machista, pero hay cosas que tolero mejor que otras.

De repente veo a una de mis amigas discutiendo con un chico que no es el del grupo. Voy hacia ella y la pregunto. “¡Que ha pasado por detrás y me ha tocado el culo, que no se ha dado cuenta dice! ¿¿Tú lo ves normal?!” Qué asco. Montarle un número es lo mínimo que podemos hacer. Esta vez decidimos olvidar, no amargarnos la noche e intentar divertirnos. Pero entra en escena el segundo, o el tercero o el que sea. Aparece un tío que, parece ser no tiene amigos, se pega a nosotras. Si vamos a pedir, se viene. Si vamos a la zona de arriba, se viene. La “cabreína” nos corre por las venas y decidimos recurrir a lo más fácil y rápido. Volvemos con nuestro grupo de amigos, les decimos que hay un baboso que no deja de perseguirnos por la discoteca, y vaya, parece que después de ver que venimos con hombres, hombres que quizás son nuestras parejas o hermanos, nos deja en paz. Qué triste. En el local se encienden las luces. Se acaba la noche, y menos mal.

Hay quien ha tenido suficiente y se va a casa. “Es que con esto se me quitan las ganas de salir”. Hay quien, como yo, decide darle una oportunidad a lo que queda de noche. Un amigo y yo decidimos ir a desayunar a un bar que suele estar abierto. Mientras tomamos el café intento indagar dentro de su conciencia y desahogarme. Le pregunto que, si ve normal que paguemos menos por un mismo servicio, le explico que si no pagamos por el producto es porque ya lo somos, que nos usan para atraerlos y hacer negocio. Que es un ejemplo de la alianza entre el capitalismo y el patriarcado. Doy más y le digo que hoy le han tocado el culo a una amiga, pero que no se piense que cuando su hermana sale de fiesta es distinto. Ahí veo algo, más preocupación e indignación. “No quiero que un tío baboso nos deje en paz porque tú te pegas a nosotras. Quiero que no se crea con el derecho a joderme la noche. No quiero que estas cosas nos pasen todos los días.” Miro el móvil y no falla. Mensaje de mi madre: “¿todo bien?” Todo lo bien que se puede. Creo que nunca dejaré de recibir ese mensaje. Pido la cuenta. El camarero, de unos 50 años, nos la acerca y espera. Busco en mi monedero y saco un billete. Invito yo.  Mi amigo dice que no, que esta noche paga él. El camarero, automáticamente, deja de prestar atención a mi intención de pagar y a mi dinero y nos hace invisibles. Espera a que el hombre saque el dinero y pague. Ahora sí que sí. He tenido suficiente.

“Acompáñame al coche y te acerco a casa, anda. Así no voy sola.” Llegamos y antes de bajarse del coche, me mira y me dice que le avise cuando llegue, que tenga cuidado. Me voy. Aparco cerca de casa, qué suerte. Aunque ya es de día, busco las llaves de casa para no perder tiempo antes de bajarme y cojo el móvil. Acelero el paso ya por inercia. La panadería está abierta y hay gente que ha madrugado para hacer deporte. Ya en casa veo las notificaciones del Whats App: “-Casaaa! – ¿Habéis llegado? -Sí, ya estoy. Ana, escribe cuando llegues”. Y eso hago. -Ya estoy, amigas.

Hago balance y creo que lo hemos hecho bastante bien. Nos hemos visto, nos hemos reído y hemos bailado. Y todas hemos llegado a casa.

 

Por Ana Moreno @anizmoreno_ 

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