El día 8 de marzo es el Día de la Mujer. Se le quitó la parte de trabajadora, aunque para muchas puristas como yo, fue una falta de respeto eliminar aquello que daba más sentido al día. Pero como todo tuvimos que aceptarlo con mal disimulado disgusto. No es un día de celebraciones, ni de bailes con más o menos percusión, ni de festejos. No es tampoco el día de “felicitar” a las mujeres porque no es nuestro cumpleaños ni nuestro santo (para aquellas con creencias religiosas católicas). Es un día que representa la lucha de las mujeres, sus reivindicaciones y dónde expresamos nuestro malestar por las miles de agresiones que seguimos sufriendo día a día. Personal y grupalmente. Por parte de los hombres y de las instituciones.
Al no ser un día festivo, es una ofensa a la lucha feminista, llenarlo de batucadas y bailes. De colores y fuegos artificiales. De pintorescas pancartas y vindicaciones que no tienen nada que ver con nosotras como los sentimientos personales o los colores pastel. También tengo que recordar que no es un día para que vuestros novios, maridos, amigos o simples acompañantes acudan a la manifestación. Pertenezcan a asociaciones y lo luzcan con camisetas conmemorativas, repartan cartelitos porque obviamente ellos siempre expresan todo mucho mejor, sean muy “aliados” o les interese que la chica que les acompaña les haga ojitos. No pintan nada y no me cansaré de decirlo. Es NUESTRA LUCHA. Si quieren colaborar, que se queden en casa cuidando de la prole, preparando la cena o un baño caliente para su pareja que llegará cansada de subir la calle Atocha. Está empinada. Lo dicho, apuntaros el dato para 2024. Los tíos no vais.
En el comienzo de la actual legislatura, se ha puesto de manifiesto que los pasos de la lucha feminista y los pasos del ministerio de Igualdad no caminaban al unísono. Desde el cambio de nombre del Instituto de la Mujer al plural, para introducir con calzador a seres humanos que no son mujeres, hasta la aprobación de leyes que directamente nos perjudican como son la Ley del Solo sí es sí o la Ley Trans. Los medios de comunicación llevan afirmando que el feminismo se ha dividido desde que Irene Montero es ministra, dinamitando de una forma intencionada las bases del movimiento. Nos duele ya la boca de decirles que no es cierto. No está dividido básicamente porque las políticas ejercidas tanto desde el despacho de la ministra cómo desde el Consejo de Ministros, no lo son. Feminismo solo hay uno, con una ideología y una agenda y lo otro, pues será algo, aunque feminismo desde luego no.
En varias ciudades españolas, ayer se celebraron dos manifestaciones. Una feminista y otra ministerial. En Madrid, el número de asistentes a la manifestación abolicionista superó con creces a la encabezada por una ministra y unos partidos políticos que saben muy poco de las verdaderas cuestiones que afectan a las mujeres. No voy a decir que hay otros partidos que sí que lo saben, porque, aunque no sea testiga no puedo mentir. En este país no existe el partido con representación parlamentaria que tenga ni una ligera idea de lo que es política feminista. Recordemos que tener mujeres en los gobiernos o diputadas y senadoras, no hace que la gestión de un partido se realice con gafas moradas.
Salimos a decirle a la ministra como cabeza visible y al gobierno entero, que no estamos dispuestas a aceptar unas leyes que ponen violadores en la calle. Que no admitimos que no se haya gestionado bien el dinero dedicado a la violencia machista y que los casos no paran de aumentar. Que el consentimiento es un término viciado que no conduce a ningún sitio. Que la bandera de colores pastel no es parte del movimiento y por extensión todos los que bajo ella se tapan de la lluvia. El feminismo no es la madre de todas las luchas, aunque las madres sean mujeres. Las tres cs que tanto hemos visto reflejadas en los carteles de la manifestación no nos representan, como tampoco lo hacen las fregonas, las transbicis o los tipos de bragas. Fuimos a reclamar políticas y gestiones feministas, no tallas de sujetador, color de labios o cortes de pelo “reivindicativos”. Que una mujer no es un sentimiento y que los verbos ser y sentir no son sinónimos. Obviamente gritamos a pleno pulmón que la prostitución no es un trabajo y eso que teníamos a los puteros y sus rojos paraguas plantados como setas alrededor de nosotras. Que los vientres de alquiler son explotación y que los seres humanos no se compran, ni a las madres ni a los bebés.
Ayer vivimos una demostración de que el feminismo está libre de aspiraciones políticas personalizadas. Que lo que se hizo mal hace años, sigue ahí y que si un día diste por buenas las fotos con alguien o las rechazas públicamente o te perseguirán siempre. Lo bueno de ayer no es malo hoy si no haces algo para cambiarlo. Rectificar es de sabias y dar la cara de valientes.
Nuestro 8 de marzo será siempre el abolicionista porque el feminismo lo es. De la explotación sexual y reproductiva, del género. Que no acepta que la pornografía sea entretenimiento mientras los niñatos adolescentes exigen a sus jóvenes parejas, contorsionismo sexual y aceptación de prácticas lesivas, pero luego las acompañan a la mani porque eso sube puntos.
El feminismo no lee a Butler, ni a Preciado. Nosotras leemos a Jeffreys, a MacKinnon, a Lerner. Nos formamos con grandes mujeres que ponen el foco en los problemas, los desgranan y los explican. No vamos rodeadas de mentirosas que insultan a las feministas cuando increpan a la ministra. No lamemos el culete a las diputadas que lo usan como arma política y electoral haciendo ponencias en el Congreso mientras sus colegas aprueban protocolos educativos y leyes autonómicas que solo han sido la antesala de la nacional.
El feminismo no vota traidores, aunque la traición sea de una mujer. Ni olvido ni perdón. Nos vemos en las calles porque no vamos a parar. Esto, querido gobierno, no ha hecho más que empezar.
Por Belén Moreno @belentejuelas
Imagen: Nuria Duarte Movimiento Feminista Madrid
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